P.
Carlos Cardó SJ
María,
madre de Jesús, óleo sobre lienzo de Carlo Dolci (1670 aprox.), Cantor Arts Center,
Stanford, California
|
Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: "Es un exaltado". Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: "Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios". Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: "¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa. Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre". Jesús dijo esto porque ellos decían: "Está poseído por un espíritu impuro". Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: "Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera". El les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?". Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre".
Regresó
a casa y se reunió mucha gente, al punto que no le dejaban tiempo ni para comer.
Lo necesitan y Él no puede dejar de atenderlos, aunque sus obras buenas
levantan críticas contra Él. Hay doctores de la ley que han sido enviados por las
autoridades de Jerusalén para espiarlo. Lo ven como un peligro para sus
instituciones. Pero lo que más sorprende es que hay también parientes suyos que lo ven con una
mezcla de compasión y desprecio y dicen que ha perdido el juicio. Se quedan fuera de casa; la multitud de los pobres está dentro.
En el cuadro de la narración aparece clara la contraposición entre los sabios
de este mundo y los sencillos. Entre éstos últimos, que escuchan la Palabra,
Jesús hallará a sus verdaderos parientes, su verdadera familia.
Quedan expuestos en el pasaje los motivos por los cuales condenarán
a Jesús y los diversos comportamientos que se tienen con Él: o es un loco y hay
que llevárselo, o es un falso profeta y hay que condenarlo, o un blasfemo y es
reo de muerte, o un endemoniado y hay que huir de Él. Porque si es justo y
veraz, no queda sino creer en Él y seguirlo.
Con muy mala fe, los expertos en religión venidos de la capital difunden
entre la gente que Jesús es un agente de Satanás, cuando no podía ser más
evidente que estaba en abierta lucha contra él. Jesús los increpa severamente, les
hace ver que incurren en el único pecado imperdonable. Calumniarlo de esa
manera es insultar al Espíritu Santo, que es el que lo mueve a obrar con el
mismo amor salvador, con que Dios actúa.
Afirmar que el espíritu de Satán, espíritu de odio y de violencia,
es el que le mueve, es negar con mala fe la evidencia e insultar al Espíritu
Santo. Este comportamiento malintencionado, que no es un hecho aislado sino una
actitud corrompida, les hace optar obstinadamente contra la verdad por secretas
intenciones, cerrar toda posibilidad de cambio y, por ello, toda posibilidad de
recibir el perdón. Simplemente no reconocen que hacen mal, niegan tener
necesidad de perdón, impiden al Espíritu su obra liberadora.
La misericordia de Dios no tiene límites, pero quien se niega
deliberadamente a aceptar la salvación y el perdón que Dios le ofrece, transita
un camino de oscuridad que conduce a la perdición. Ésta puede producirse no
porque el Señor no pueda perdonarlo, todo lo contrario, sino porque la persona
misma se cierra a la gracia que se le ofrece. Obrando así insulta al Espíritu
Santo porque rechaza como inútiles sus inspiraciones a la conversión (cf. Jn 16, 8-9) y a la acción de su amor que
cambia los corazones.
Llegaron
su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar… Jesús
recibe el aviso: ¡Oye! Tu madre y tus
hermanos están afuera y te buscan. No se dice el nombre de su madre ni de
sus hermanos. Tienen aquí una función representativa, son los que están
vinculados a Él por lazos de consanguinidad, la comunidad de la que procede, en
la que se ha criado.
Y
mirando entonces a los que estaban sentados a su alrededor, añadió: Estos son
mi madre y mis hermanos. Antes, en el pasaje de la curación
del hombre de la mano seca, Jesús echó una mirada de ira a los insinceros que
lo rodeaban. Ahora mira a su alrededor con amor porque es la gente sencilla que
forman su círculo, su familia.
Se pertenece a ese grupo si se da el paso hacia adhesión cálida y
profunda a su persona. Entonces, se aprende de Él a hacer de la voluntad de
Dios la norma de su propio obrar. Y se entra a formar parte de la auténtica
familia del Señor: Estos son mi madre y
mis hermanos. Se puede estar dentro o
estar fuera. Puede uno estar relacionado con Cristo por vínculos
sociales o culturales, ser contado incluso entre los que llevan su nombre, cristianos, pero no tener su rasgo más
saltante: su pasión por hacer en todo la voluntad del Padre. Esta posibilidad
está abierta a todos, pues a todos llega la misericordia de Dios en Jesús. No
es privilegio de unos cuantos. Se entra al grupo de su familia mediante la
escucha obediente de su palabra.
Hay quienes utilizan este texto sobre los parientes de Jesús para
atacar el culto que los católicos damos a María. Lo que admiramos en ella y es
motivo de nuestra veneración es precisamente su fe: María es modelo de creyente
y figura de la Iglesia que acoge la palabra y la lleva a cumplimiento.
Ella es bienaventurada porque escucha la Palabra y le da su
asentimiento para que se encarne en su seno por obra del Espíritu Santo. Lo
importante, pues, es pasar como María de un parentesco físico al parentesco
“según el Espíritu”, fundado en la escucha de la palabra: “Aunque hemos
conocido a Cristo según la carne, ahora no lo conocemos
así, sino según el Espíritu” (2 Cor 5,16).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.