P.
Carlos Cardó SJ
Cristo
Resucitó, óleo sobre lienzo de Szymon Czechowicz (1758 aprox.), Museo Nacional
de Cracovia, Polonia
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Se le acercaron unos saduceos, que son los que niegan la resurrección, y le propusieron este caso: "Maestro, Moisés nos ha ordenado lo siguiente: 'Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda'. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda y también murió sin tener hijos; lo mismo ocurrió con el tercero; y así ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos ellos, murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?". Jesús les dijo: "¿No será que ustedes están equivocados por no comprender las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo. Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? El no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Ustedes están en un grave error".
Unos miembros del partido de los saduceos se presentan ante Jesús
con una pregunta sobre la resurrección de los muertos, en la que no creen. Los
fariseos, sus enemigos acérrimos, sí creían en ella. Los saduceos eran generalmente
terratenientes de la aristocracia sacerdotal conservadora, que sólo aceptaban
como normativos los cinco primeros libros de la Biblia, atribuidos a Moisés.
Por ello negaban la resurrección de los muertos, que aparece a partir de los libros proféticos (Is 26,19; Dan 12,2). Sin embargo, a pesar de las diferencia,
saduceos y fariseos se unirán en su enemistad contra Jesús.
Para demostrar el absurdo de la resurrección, los saduceos le
presentan a Jesús un hipotético caso traído de los pelos (vv. 18-23), que es
una aplicación de la ley del levirato (Dt
25, 5-10), dictada para garantizar la descendencia del casado. Esto era de
suma importancia para un hebreo. Si se piensa en la promesa que Dios había dado
a la descendencia de Abraham, el hombre que moría sin hijos era considerado un
maldito, pues quedaba excluido de la promesa. La descendencia garantizaba al
padre el poder ver realizada en los hijos de sus hijos la bendición de Dios, y
perpetuarse en la vida de sus descendientes como una forma de sobrevivir más
allá de la muerte.
Pero aparte de estas consideraciones religiosas, la ley del
levirato era importante para lo saduceos, propietarios de tierras, porque con
ella se resolvían los complejos problemas de las herencias de tierras.
La respuesta que Jesús da se sitúa en la misma línea de
pensamiento que antes ha mantenido (cap. 10), a propósito del matrimonio y de
las riquezas. Como solución a los problemas que los discípulos pueden encontrar
en esos campos, Él ha expuesto la lógica del reino de Dios, en contraposición a
la lógica de la “posesión” que domina a este mundo.
Por esto, a aquellos que preguntan: ¿De quién de ellos será la mujer?, a quién pertenecerá, Jesús les
responde: Están muy equivocados en esto,
porque no comprenden las Escrituras ni el poder de Dios. En el Reino de
Dios, reino de los resucitados, no existe el problema de quién “tendrá” mujer.
Allí queda excluido el egoísmo y el ansia de poder y dominio, porque el reino
de Dios es reino de amor, libertad, entrega y servicio, como es la vida de los
ángeles.
El modo de vida de los resucitados es, pues, el mismo que se ha
manifestado “desde el cielo con poder” en Jesús y que se realiza sobre la
tierra como se expone a continuación en su enseñanza sobre el mandamiento más
importante (12,28-34).
Acerca de la posibilidad misma de la resurrección, Jesús responde
recurriendo al Éxodo 3,6, el pasaje de la zarza ardiente, y elabora el
siguiente argumento: Dios se manifiesta a Moisés como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; pero como es Dios de vivos y
no de muertos, se ha de concluir que los patriarcas están vivos; de lo
contrario, la fidelidad del amor de Dios a sus siervos quedaría reducida únicamente
a la vida terrenal.
Con este argumento Jesús recuerda a sus oyentes algo que es
fundamental en la fe judía: que Dios es fiel a las promesas hechas a sus
patriarcas y que su fidelidad no puede
quedar destruida por la muerte. Ésta no puede vencerlo porque es un Dios
amigo de la vida, como lo llama el libro de la Sabiduría, destacando uno de
sus más bellos atributos: Amas cuanto
existe y no desprecias nada de lo que hiciste, pues si algo odiaras, ¿para qué
lo habrías creado? ¿Cómo existiría algo que tú no lo quisieras? ¿Cómo
permanecería si tú no lo hubieras creado? Porque tú eres indulgente con todas
las cosas, porque todas son tuyas, Señor, amigo de la vida (Sab 11, 24-26).
Frente a Él, el dios de la muerte, dios de los saduceos, es un
dios construido por los hombres para salvaguardar y perpetuar lo que más les
interesa: el poder y la posesión. El Dios verdadero es el que se manifestó a
Moisés como Dios del amor y de la libertad. El mismo Dios se reveló plenamente
en Jesús, para que quien lo siga y entregue su vida por Él y por el evangelio,
no la pierda sino que la salve para la eternidad (cf. 8,35). Quien no es capaz de entender esto y orienta su vida en
función de otros valores opuestos a los que muestra Jesús en su evangelio está,
como los saduceos, en un grande error.
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