P.
Carlos Cardó SJ
El
Niño Jesús entre los doctores, óleo sobre lienzo de José de Avelar Rebelo
(1635), Secretariado Nacional de Pastoral da Cultura, Lisboa, Portugal
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Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús se quedó en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?". Ellos no entendieron lo que les decía. El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.
Este pasaje rompe el silencio de la vida oculta de Jesús en
Nazaret y relata un acontecimiento relevante en el desvelamiento progresivo de
la identidad de Jesús. Nos dice el
evangelio de Lucas que los padres de Jesús iban
todos los años a Jerusalén para la fiesta de Pascua y que llevaron también
al Niño cuando cumplió doce. Terminada la fiesta, se quedó en Jerusalén sin saberlo sus padres. Al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca. Lo buscaron
tres días. Sólo podían imaginar que estaría con los parientes y conocidos. Angustia,
impotencia de quien no encuentra al ser querido, a la persona que uno no puede
dejar de buscar. Evoca esta angustia a la que sentirán las mujeres en el
sepulcro al no hallar entre los muertos al que está vivo.
Después
de tres días. Lo hallaron en el templo. Es
decir, en el lugar donde la gloria de Dios se manifestaba. Está allí, en lo
suyo, sentado y enseñando con autoridad la Palabra de Dios a los maestros de la
Palabra. Como su padre y su madre que lo buscan tres días en vano, los
apóstoles y las santas mujeres tendrán que esperar al tercer día para comprobar
que la Palabra de Dios se ha cumplido en el Crucificado. Y a nosotros también, que
lo buscamos sin saber cómo, el texto nos da la respuesta.
La pregunta de Jesús a sus padres: ¿Por qué me buscaban? No sabían que…, más que un reproche, hay que
entenderla como una invitación que les hace a procurar comprender, con la
confianza propia de la fe, no con angustia, los planes que Dios tiene.
Y Jesús les recuerda que Dios es su Padre. Es la primera vez que
designa a Dios como su Padre. “Abbá” es
en el evangelio de Lucas la primera y
última palabra de Jesús. La más reveladora de su propia identidad y de la
nuestra, pues es el Hijo amado del Padre,
en quien y por quien somos también nosotros hijos e hijas de Dios.
Este Hijo debe estar en las cosas de su Padre, ocuparse de ellas pues
para esto ha venido al mundo: para escuchar y cumplir lo que el Padre le diga. Y
ese será su alimento, hacer su voluntad.
María y José no
comprendieron lo que les decía, lo comprenderán más tarde. Y para ello, María,
la creyente, la que oye y acoge la Palabra, conservará
todas estas cosas meditándolas en su corazón. Después de haber llevado al
Hijo en su seno, lo lleva ahora en su corazón. Ella nos enseña a meditar las palabras de su Hijo, todas, las que
nos consuelan y alegran y las que nos exigen y nos cuesta comprender.
Como ella, tampoco nosotros comprendemos de inmediato el misterio
de los tres días de Jesús con el Padre. Como ella, conservamos en el corazón
las palabras, las aprendemos de memoria, aunque su comprensión exacta todavía
se nos escape. El recuerdo constante de la Palabra ilumina el corazón y nos
hace alcanzar la madurez del hombre perfecto, la estatura plena de Cristo (Ef 4,13).
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