P.
Carlos Cardó SJ
Jesús es atravesado en un costado por la lanza de
un soldado romano, fresco de Fra Angélico (1437-1446), Museo de San Marcos,
Florencia, Italia
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Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, se dieron cuenta de que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
Los
símbolos se acumulan en este fragmento de Juan, que contempla el cuerpo de
Cristo en la cruz.
Se dieron cuenta de que ya había
muerto. Los Santos Padres comparan la muerte de Jesús al sueño de Adán.
Del costado de Adán sale Eva; del costado de Jesús, la Iglesia-Madre. «La
primera mujer fue formada del costado del varón dormido, y se la llamó Vida y
Madre de los vivientes (Gn 2, 22; 3, 20).
«El segundo Adán, inclinando la cabeza, se durmió en la cruz para que de allí
le fuese formada una esposa, salida del costado del que dormía» (San Agustín. Del
Evangelio de Juan, 120.2). Este es el símbolo general, del que se derivan
los demás.
Era
costumbre acelerar la muerte de los crucificados rompiéndoles los huesos de las
rodillas. Como Jesús ya estaba muerto, no le hicieron eso. Juan ve allí el
cumplimiento de una profecía referente al cordero pascual. No le romperán ninguno de sus huesos (Ex 12,46) había establecido
Moisés para el rito de la comida del cordero en la pascua.
Con
mirada de fe, Juan descubre que Jesús es el verdadero cordero que quita el
pecado del mundo (Jn 1, 29) y cuyo
cuerpo –pan de vida– se nos da como alimento. Asimismo, el simbolismo del paso liberador
de Dios, celebrado en la pascua judía, halla su significado pleno en la nueva
pascua, en el paso de Cristo de este mundo a la gloria del Padre, que obtiene
la liberación plena para todos los que, por la fe, se adhieren a Él y lo siguen.
Uno de los soldados le atravesó el
costado con una lanza y al punto brotó sangre y agua de su costado.
San Juan Crisóstomo presenta así el simbolismo del agua y de la sangre: «Primero
quiero que mires el lugar desde donde va a manar y la fuente de la cual va a
brotar [...]. El origen fue el costado del Señor. Porque muerto ya Jesús, pero
suspendido aún en la cruz, se acercó un soldado, le hirió el costado de una
lanzada, y de allí brotó agua y sangre. El agua fue símbolo del bautismo: la
sangre lo fue de la eucaristía. El soldado que le perforó el costado, abrió el
muro del templo santo [...] Esto ya había sucedido con el cordero que los
judíos mataban... » (Catequesis,
3, 13-19).
El
agua y la sangre que brotan del costado del Salvador son los símbolos de la
vida bautismal y eucarística de los miembros del cuerpo eclesial de Cristo. A
través de ellos, el agua viva, el Espíritu, riega y vivifica el cuerpo de
Cristo, hace nacer, alimenta y guía a la Iglesia, lugar de la vida de los
creyentes. Es verdad que la Iglesia celebra, “hace” los sacramentos, pero también
es verdad que los sacramentos, sobre todo el bautismo y la eucaristía, “hacen”
a la Iglesia. Los sacramentos no son sólo “signos sagrados”, sino los símbolos
eficaces de los que Cristo resucitado se vale para abrir el espacio de su
Iglesia y habitar en ella por su Espíritu.
Mirarán
al que traspasaron es la otra profecía que Juan ve
realizada en el hecho de la lanzada del soldado que abre el costado de Jesús. En
el texto de Zacarías la frase Mirarán al que traspasaron, y harán duelo
por él como se hace duelo por el hijo único…(Ez 12, 10), habla de un pastor
a quien los habitantes de Jerusalén dieron muerte, cometiendo un crimen del que
luego se arrepentirán. A partir del evangelio de Juan, los cristianos hallaron
aquí, como en el cántico del Siervo de Yahvé de Isaías 53, un anticipo
curiosamente certero del acontecimiento de la muerte de Cristo y de la apertura
de su costado.
Por eso, el cristiano vive mirando en dirección al costado abierto
del Señor que revela su Corazón, el centro íntimo de su persona, lo más nuclear
en ella: su amor salvador. En el corazón la persona se revela, es lo que más nos
la da conocer. Aplicado a Jesús, el símbolo del corazón designa –en bella
expresión de Karl Rahner– la revelación primera de lo que Jesús es y de lo que
Dios hizo en Él por nosotros, la “protopalabra”
de la que surge todo conocimiento.
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