viernes, 8 de junio de 2018

El costado abierto de Jesús (Jn 19, 31-37)

P. Carlos Cardó SJ
Jesús es atravesado en un costado por la lanza de un soldado romano, fresco de Fra Angélico (1437-1446), Museo de San Marcos, Florencia, Italia
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.  Cuando llegaron a él, se dieron cuenta de que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron. 
Los sím­bolos se acumulan en este frag­mento de Juan, que contempla el cuerpo de Cristo en la cruz.
Se dieron cuenta de que ya había muerto. Los Santos Padres comparan la muerte de Jesús al sueño de Adán. Del costado de Adán sale Eva; del costado de Jesús, la Iglesia-Madre. «La primera mujer fue formada del costado del varón dormido, y se la llamó Vida y Madre de los vivientes (Gn 2, 22; 3, 20). «El segundo Adán, inclinando la cabeza, se durmió en la cruz para que de allí le fuese formada una esposa, salida del costado del que dormía» (San Agustín. Del Evangelio de Juan, 120.2). Este es el símbolo general, del que se derivan los demás.
Era costumbre acelerar la muerte de los crucificados rompiéndoles los huesos de las rodillas. Como Jesús ya estaba muerto, no le hicieron eso. Juan ve allí el cumplimiento de una profecía referente al cordero pascual. No le romperán ninguno de sus hue­sos (Ex 12,46) había establecido Moisés para el rito de la comida del cordero en la pascua.
Con mirada de fe, Juan descubre que Jesús es el verdadero cordero que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29) y cuyo cuerpo –pan de vida– se nos da como alimento. Asimismo, el simbolismo del paso liberador de Dios, celebrado en la pascua judía, halla su significado pleno en la nueva pascua, en el paso de Cristo de este mundo a la gloria del Padre, que obtiene la liberación plena para todos los que, por la fe, se adhieren a Él y lo siguen.
Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al punto brotó sangre y agua de su costado. San Juan Crisóstomo presenta así el simbolismo del agua y de la sangre: «Primero quiero que mires el lugar desde donde va a manar y la fuen­te de la cual va a brotar [...]. El origen fue el costado del Señor. Por­que muerto ya Jesús, pero suspendido aún en la cruz, se acercó un soldado, le hirió el costado de una lanzada, y de allí brotó agua y sangre. El agua fue símbolo del bautismo: la sangre lo fue de la eu­caristía. El soldado que le perforó el costado, abrió el muro del tem­plo santo [...] Esto ya había sucedido con el cordero que los judíos mataban... » (Catequesis, 3, 13-19).
El agua y la sangre que brotan del costado del Salvador son los símbolos de la vida bau­tismal y eucarística de los miembros del cuerpo eclesial de Cristo. A través de ellos, el agua viva, el Espíritu, riega y vivifica el cuerpo de Cristo, hace nacer, alimenta y guía a la Iglesia, lugar de la vida de los creyentes. Es verdad que la Iglesia celebra, “hace” los sacra­mentos, pero también es verdad que los sacramentos, sobre todo el bautismo y la eucaristía, “hacen” a la Iglesia. Los sacramentos no son sólo “signos sagrados”, sino los sím­bolos eficaces de los que Cristo resucitado se vale para abrir el espacio de su Iglesia y habitar en ella por su Espíritu.
Mirarán al que traspasaron es la otra profecía que Juan ve realizada en el hecho de la lanzada del soldado que abre el costado de Jesús. En el texto de Zacarías la frase  Mirarán al que traspasaron, y harán duelo por él como se hace duelo por el hijo único…(Ez 12, 10), habla de un pastor a quien los habitantes de Jerusalén dieron muerte, cometiendo un crimen del que luego se arrepentirán. A partir del evangelio de Juan, los cristianos hallaron aquí, como en el cántico del Siervo de Yahvé de Isaías 53, un anticipo curiosamente certero del acontecimiento de la muerte de Cristo y de la apertura de su costado. 
Por eso, el cristiano vive mirando en dirección al costado abierto del Señor que revela su Corazón, el centro íntimo de su persona, lo más nuclear en ella: su amor salvador. En el corazón la persona se revela, es lo que más nos la da conocer. Aplicado a Jesús, el símbolo del corazón designa –en bella expresión de Karl Rahner– la revelación primera de lo que Jesús es y de lo que Dios hizo en Él por nosotros, la “protopalabra” de la que surge todo conocimiento. 

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