P.
Carlos Cardó, SJ
Los
discípulos curando enfermos, óleo sobre lienzo de Henry Ossawa Tanner (1930), Colección
de Arte Afro-Americano de la Universidad Clark Atlanta, Estados Unidos
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En aquel tiempo, envió Jesús a los Doce con estas instrucciones: "Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente. No lleven con ustedes, en su cinturón, monedas de oro, de plata o de cobre. No lleven morral para el camino ni dos túnicas ni sandalias ni bordón, porque el trabajador tiene derecho a su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, pregunten por alguien respetable y hospédense en su casa hasta que se vayan. Al entrar, saluden así: ‘Que haya paz en esta casa’. Y si aquella casa es digna, la paz de ustedes reinará en ella; si no es digna, el saludo de paz de ustedes no les aprovechará. Y si no los reciben o no escuchan sus palabras, al salir de aquella casa o de aquella ciudad, sacúdanse el polvo de los pies. Yo les aseguro que el día del juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas con menos rigor que esa ciudad".
Antes de enviarlos en misión, Jesús dio a sus apóstoles una serie
de instrucciones, que en los evangelios sinópticos aparecen como consignas (Mc 6, 8-11; Lc 6, 12-16). Perfilan un
estilo de vida semejante al de Jesús, es decir, el de un predicador itinerante
que va de pueblo en pueblo y vive de lo que le dan. Ese estilo ha de ser el de
sus discípulos. No se puede seguirlo de otra manera.
Con sus seguidores Jesús inicia, pues, un movimiento de misioneros
itinerantes que se prolonga en la forma de vida y de trabajo de la primitiva
comunidad cristiana. Sin embargo, si se compara la versión más antigua de Mateo
con las posteriores de Marcos y Lucas, se puede ver que estos han suavizado un
poco las exigencias. A lo largo del siglo I, las comunidades cristianas
primitivas recogieron y compararon las diversas tradiciones de las sentencias
de Jesús, y las fueron adaptando según las circunstancias. El resultado es que
en su conjunto, por encima de las diferencias, hay un modo de proceder, un
estilo de trabajo, una forma de ser que caracteriza al discípulo y que es la
prueba decisiva del seguimiento de Jesús.
Leídos el día de hoy, estos textos evangélicos nos hacen ver fácilmente
la distancia enorme que hay entre nuestras comunidades cristianas actuales y
aquellas comunidades de misioneros itinerantes, sin techo propio, pobres en
extremo, que recorrían los pueblos y ciudades transmitiendo las enseñanzas de
Jesús. Por ello, la tentación ha sido creer que las exigencias planteadas por
Jesús a los apóstoles enviados en misión no tienen validez general, fueron algo
singular y circunstancial, que poco después fue sustituido por la Iglesia misma
por otros modos de predicación y de vida de los misioneros.
Esto supuesto, la validez perenne de estos textos —al igual que
los de Hechos de los Apóstoles referentes al modo de vida de los primeros
cristianos (Hech, 4…)— está en el hecho de que, en su conjunto, trazan la
línea de mira, el horizonte al que debe tender la Iglesia y los cristianos si
quieren en verdad parecerse en su forma de vida y en su trabajo evangelizador a
lo que Jesús quiso. No caben subterfugios. Las exigencias que Jesús planteo a
sus apóstoles constituyen el ideario en función del cual el cristiano ha de
hacer su examen de conciencia.
La labor de los apóstoles es anunciar ante todo el reinado de
Dios. Este anuncio lo han de hacer por medio de la predicación y de las
curaciones. Se oye como un eco de la predicación de Juan Bautista (3, 2) y de
Jesús (4, 17; cf. 9, 35), anunciando la inminencia de la venida del reino y la necesidad
de la conversión. Es el mismo anuncio el que han de hacer los seguidores de
Jesús (la Iglesia).
Y con la misma fuerza, ligado al mandato del anuncio, viene el de suscitar
los signos de la presencia del reino: Sanen
enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, expulsen demonios. Los
signos de liberación de la gente necesitada están asociados constitutivamente
con la labor evangelizadora de la Iglesia. No se trata de un simple deber ético
ni de una piadosa acción de beneficencia, sino de promover en el pueblo de
Dios, sobre todo en los pobres y en los que sufren, experiencias concretas de
salvación y liberación, que anticipen, al menos parcialmente, la vida plena,
salvada y resucitada, que el reino traerá consigo.
Siguen una serie de recomendaciones sobre el comportamiento que
han de tener los misioneros. La primera es la de ir sin dinero ni provisiones
para el viaje (ni siquiera el bastón y las sandalias que en Lucas sí se
permiten). Lo que Mateo quiere subrayar es la disponibilidad total para la
misión y la libertad del apóstol frente a cualquier necesidad o interés
material. De la gratuidad del servicio dependerá en gran medida la credibilidad
de lo que prediquen. Irán, pues, de casa en casa, ofreciendo la paz, signo de
la salvación mesiánica, que vendrá sobre quienes la acojan como el don de Dios.
Y finalmente, el sacudirse el polvo de los pies en señal de
ruptura y distanciamiento, afirma con toda seriedad que se entra al Israel de
Dios si se acoge con libertad el don de lo alto y que lo contrario es quedar
privado de vida. Con ese gesto profético ponen de manifiesto la separación que la
venida de Jesucristo ha producido y la necesidad de definirse.
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