P.
Carlos Cardó SJ
Jesús
y el centurión, óleo sobre lienzo de Paolo Veronese, El Veronés (1571 aprox.),
Museo del Prado, Madrid
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En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un oficial romano y le dijo: "Señor, tengo en mi casa un criado que está en cama, paralítico, y sufre mucho". Él le contestó: "Voy a curarlo".Pero el oficial le replicó: "Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; cuando le digo a uno: ‘ve, él va; al otro: ‘¡Ven!’, y viene; a mi criado: ‘¡Haz esto!’, y lo hace".Al oír aquellas palabras, se admiró Jesús y dijo a los que lo seguían:"Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande. Les aseguro que muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos. En cambio, a los herederos del Reino los echarán fuera, a las tinieblas. Ahí será el llanto y la desesperación".Jesús le dijo al oficial romano: "Vuelve a tu casa y que se te cumpla lo que has creído". Y en aquel momento se curó el criado.
Al llegar Jesús a la casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Entonces la tomó de la mano y desapareció la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirles.Al atardecer le trajeron muchos endemoniados. Él expulsó a los demonios con su palabra y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo dicho por el profeta Isaías: Él hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores.
El milagro del siervo del centurión tiene su paralelo en Lc 7,
1-10 y en Jn 4,43-54, donde se trata de un funcionario (subalterno) del rey
Herodes Antipas; aquí es un centurión, oficial romano de la guarnición de
Cafarnaum. Se trata, pues, de un personaje que goza de una buena posición
social y económica, pero que ante la enfermedad de su criado, al que aprecia
mucho, se siente impotente. Ante la realidad de la enfermedad y de la muerte se
pone de manifiesto la radical impotencia del hombre. De eso sólo Dios salva.
El relato pone de relieve la relación entre Palabra, fe y vida, y
la oferta del don de la salvación a todas las naciones. Los milagros de Jesús
en el evangelio son signos naturales que tienen un significado espiritual.
Jesús enseña con su palabra y también con sus obras. El signo visible de la
curación del enfermo es importante, incluso necesario, pero más importante es
lo que significa. Por eso, como en varios otros relatos, la narración del hecho
prodigioso es sólo el cuadro exterior de lo que más interesa, que es la
enseñanza que contiene.
Es de notar que quien enseña aquí es un centurión pagano: enseña a creer confiadamente
en la persona de Jesús y en el poder de su palabra. Se dirige a él llamándolo Señor, no por simple cortesía, sino porque
ha reconocido la autoridad y poder de Dios en su persona y en su palabra. Por
eso cree antes de ver el signo realizado en favor de su criado. Todavía no ha
ido Jesús a curarlo y ya él proclama: Señor,
no soy digno de que entres en mi casa, pero basta que digas una sola palabra y
mi criado quedará sano.
La fe no necesita ver signos y prodigios para tener la certeza del
amor del Señor; le basta la Palabra que refiere lo que Él ha hecho por
nosotros. La confianza es base de la fe y del amor.
La inserción de un texto profético (tomado de Is 49, 12; 59, 19;
Mal 1,11) subraya la otra enseñanza del pasaje: el anuncio de la admisión de
los paganos a la salvación, simbolizada en el banquete celestial, en compañía
de los patriarcas, y del cual quedan excluidos los judíos, que eran los
destinatarios primeros. A ese pueblo que lo rechaza Jesús propone el modelo de
fe que les da un pagano.
Como Abraham que era un extranjero y que, sin ver, creyó en la
palabra de Yahvé y fue constituido padre en la fe de una posteridad bendecida,
así también el centurión romano que, sin ver, cree en el poder divino de Jesús,
viene a ser modelo de esa fe que hace extensiva la bendición de Abraham a todas
las familias de la tierra.
Señor,
no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para que
mi criado quede sano. La humildad es otro componente de la fe. Repetimos las palabras del centurión
creyente cuando nos acercamos a recibir el Cuerpo del Señor. No somos dignos, lo
que se nos da no depende de nuestros méritos. Todo es don y gracia.
La gratuidad del amor se muestra en el episodio que sigue a
continuación, la curación de la suegra de Pedro. Nadie la pide, es Jesús quien
toma la iniciativa, entra en la casa, ve a la enferma, la toma de la mano y la
fiebre desaparece. La acción de la gracia de Cristo nos precede y se nos
anticipa.
Se subraya, a pesar de la brevedad del texto, la reacción de la
mujer curada: se levantó y se puso a servirle. En este gesto se condensa el
fruto de la enseñanza de Jesús. Todo está ahí. La mujer lo ha hecho suyo. El
favor recibido ha sido por puro amor y gracia; ella, como modelo de discípula,
lo retribuye con su amor y servicio. Así esta pobre mujer se convierte en
maestra del verdadero seguimiento de Jesús.
A continuación, Mateo pone un breve sumario de la actividad
sanante y liberadora de Jesús. La intención parece ser introducir un texto de
Isaías sobre la figura del Siervo de Dios, que carga consigo los dolores y
sufrimientos del pueblo. Jesús, el Siervo, asume como propias nuestras
flaquezas y enfermedades, que se convierten en el lugar de nuestro encuentro y
unión con Él.
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