P. Carlos Cardó, SJ
El sembrador, óleo
sobre lienzo de Jean-Francois Millet (1850), Museo de Bellas Artes de Boston, Massachusetts,
Estados Unidos
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En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la muchedumbre: "El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras los trabajadores dormían, llegó un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó. Cuando crecieron las plantas y se empezaba a formar la espiga, apareció también la cizaña. Entonces los trabajadores fueron a decirle al amo: `Señor, ¿qué, no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?’ El amo les respondió: `De seguro lo hizo un enemigo mío’. Ellos le dijeron: `¿Quieres que vayamos a arrancarla?’ Pero él les contestó: `No. No sea que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo.Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla, y luego almacenen el trigo en mi granero".Luego les propuso esta otra parábola: "El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que un hombre siembra en un huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas y se convierte en un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas".Les dijo también otra parábola: "El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por fermentar".Jesús decía a la muchedumbre todas estas cosas con parábolas, y sin parábolas nada les decía, para que se cumpliera lo que dijo el profeta: Abriré mi boca y les hablaré con parábolas; anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.Luego despidió a la multitud y se fue a su casa. Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo".Jesús les contestó: "El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo, la buena semilla son los ciudadanos del Reino, la cizaña son los partidarios del maligno, el enemigo que la siembra es el diablo, el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga".
El Señor siembra la buena semilla, pero su crecimiento siempre va a
encontrar obstáculos. El bien aparecerá mezclado con el mal que no actúa sólo
fuera, sino dentro de la comunidad cristiana y en el interior de cada uno.
El creyente sabe que el triunfo del bien sólo acontecerá al final, por obra
de Dios. Antes tiene que transcurrir el tiempo de la espera, tiempo de la
fortaleza y de la resistencia. El mal no lo puede abatir; debe llevarlo más
bien a exaltar el bien. Enfrentado como Jesús, el mal puede dar paso al bien
que niega. Para los que aman a Dios, todo contribuye al bien (Rm 8,28).
Y donde abunda el pecado, allí sobreabunda la gracia (Rom 5,20).
Es comprensible que ante el mal del mundo, sobre todo cuando hace sufrir a
los inocentes, nos preguntemos acerca de la bondad de Dios. Pero tales
preguntas no son inevitables; no tenemos necesariamente que plantearlas. La fe
no ofrece una teoría consoladora para resolver esos interrogantes, en todo caso
nos hace vivirlos con mayor dolor y consternación, porque nos hace más
sensibles al sufrimiento.
Lo que la fe nos ofrece es un camino para superar el mal en cualquiera de
sus formas: el camino de Jesús que, ante la maldad y el pecado del mundo,
acumulados en su pasión, confió en la bondad de Dios e introdujo el amor en esa
situación para que en ella pudiera estar presente la fuerza de Dios que vence
al mal y a la muerte.
Desde esta perspectiva, podemos leer todos los acontecimientos en los que
el mal parece triunfar y la fe es puesta a prueba. Pero de manera particular la
parábola de la cizaña nos debe hacer mirar con ojos de fe lo que nos ha tocado
vivir en la Iglesia. Ella es el campo del Señor, en el que se mezclan el
buen trigo y la mala hierba. Divina y humana de arriba abajo, es al
mismo tiempo “sacramento” de la comunión de Dios con los hombres en
Jesucristo, “cuerpo” y “esposa” de Cristo, lugar indestructible de la presencia
que sostiene y difunde la verdad del Espíritu de Dios en el mundo.
Pero esto no siempre resulta obvio porque la Iglesia es “santa y necesitada
al mismo tiempo de continua purificación”. Para muchos la prueba más dura puede
ser la desilusión que causan los hombres de Iglesia. Por eso, a nadie le es
lícito volverse insensible a los escándalos y espectáculos decepcionantes que,
de mil maneras distintas, siempre ha dado ese mundo eclesiástico oficial.
Sin embargo, no seamos de aquellos que querrían un cielo sobre la tierra.
Es justo reconocer que todos hemos experimentado la pureza, verdad y bondad
de Cristo y de su obra entre nosotros por medio de esa misma Iglesia. En
definitiva, la fe en Cristo es la que sostiene nuestra fe en la Iglesia, y sólo
con esta fe podemos superar la desconfianza, el escepticismo, el
distanciamiento o la crítica malsana. Así es, creo en la Iglesia porque creo en
Jesús y confío, contra toda desconfianza, que estará en su Iglesia todos los
días hasta el fin del mundo (Mt 28,20), que jamás le retirará su santo
Espíritu, y que me hará capaz de buscar y descubrir los signos (a veces tan
ocultos) del buen trigo que crece a pesar de la cizaña.
Las pequeñas
parábolas del granito de mostaza y de la levadura en la masa hablan del
desarrollo del reino de Dios. El granito de mostaza subraya el aspecto de la
pequeñez. Remite al modo de actuar de Dios que quiso aparecer en el Niño de
Belén y mostrarse luego como el pequeño carpintero de Nazaret. Entrar por los
caminos del Señor, asumir su lógica, significa convencerse de que quien quiera
ser grande ha de hacerse el más pequeño para servirlos a todos (Mt 20, 26).
La parábola de la
levadura nos habla, asimismo, de una realidad que queda escondida, pero no inactiva. De manera callada y
oculta la levadura que una mujer mezcla con la harina la va fermentando desde
dentro. Así actúa Dios moviendo el interior de las personas. El silencio y la
pobreza de medios caracterizan la presencia modesta de Jesús, el mesías que
actúa lejos de las expectativas de poder y de riqueza. Frente a los poderes del mundo
que se le oponen, Él se sitúa en la falta de poder y desde ahí pone de
manifiesto la verdad y el poder salvador de Dios que triunfa en la debilidad.
Nos enseña, pues, a fiarnos de la fuerza transformadora que tiene el evangelio
proclamado al mundo, a no dejarnos escandalizar por el mal y a procurar siempre
vencerlo a fuerza de bien (Rom 12, 21).
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