P. Carlos Cardó, SJ
Ánfora de vino del siglo III A.C., Museo Galileo, Florencia Italia |
En aquel tiempo, los discípulos de Juan fueron a ver a Jesús y le preguntaron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, mientras nosotros y los fariseos sí ayunamos?". Jesús les respondió: "¿Cómo pueden llevar luto los amigos del esposo, mientras él está con ellos? Pero ya vendrán días en que les quitarán al esposo, y entonces sí ayunarán. Nadie remienda un vestido viejo con un parche de tela nueva, porque el remiendo nuevo encoge, rompe la tela vieja y así se hace luego más grande la rotura. Nadie echa el vino nuevo en odres viejos, porque los odres se rasgan, se tira el vino y se echan a perder los odres. El vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan".
El mismo
clima de controversia del pasaje anterior, en el que Jesús no tuvo reparos en
llamar a su grupo a un publicano y ponerse a la mesa en compañía de gente de
mal vivir. Probablemente lo vieron también comer con sus discípulos en un día
de ayuno obligatorio. Por eso la pregunta de los discípulos de Juan: ¿Por qué razón nosotros y los fariseos
ayunamos y tus discípulos no?
A simple
vista puede parecernos un tema extraño a nuestra experiencia, pero su
significado puede remitirnos al tiempo actual. De muchas maneras nos lanzamos
unos a otros preguntas semejantes: ¿por qué razón hacen ustedes tal cosa, por
qué piensan así, por qué esas costumbres, esos métodos...? Detrás puede haber miedo
a lo diferente o necesidad de asegurar la propia postura imponiéndola a los
otros. Ahí no hay diálogo porque no hay intención de comprender, ni menos aún
de integrar y complementar sino de defenderse, descalificando al diferente. Bien
decía Antonio Machado: “Busca tu complementario que marcha siempre contigo y
suele ser tu contrario”. Fácilmente se olvida el principio de dejar al otro ser
y obrar como le parezca mientras no se demuestre que es una forma de proceder errada,
injusta o perjudicial.
Jesús zanja
la cuestión que le plantean acerca del ayuno, llevando a sus oyentes a otra
esfera de pensamiento, a la esfera de la salvación, que ya está abierta para
todos por igual y cuyo anuncio (buena noticia) inaugura el tiempo nuevo de la
fiesta para la nueva humanidad reconciliada. Lo hace con un proverbio: ¿Pueden acaso llevar luto los amigos del
novio mientras el novio está con ellos? La situación de una fiesta nupcial
excluye naturalmente toda forma penitencial.
El tiempo
nuevo es tiempo de alegría. La presencia de Jesús señala el cumplimiento del
tiempo mesiánico, la venida del reino de Dios y del triunfo de su amor salvador.
Los profetas lo vieron venir y su corazón se llenó de gozo. Recordemos, por
ejemplo, cómo intuye Isaías la venida del Salvador: El espíritu de Yahvé sobre mí porque me ha ungido; me ha enviado...
para alegrar a todos los afligidos de Sión y ponerles una corona en vez de
cenizas, perfume de fiesta en vez de trajes de luto, cantos de alabanza en vez
de un corazón abatido (Is 61, 1-3).
Llegará un día en que les quitarán al novio, entonces
ayunarán, añade Jesús. Con estas palabras anuncia su
final: se les quitará su presencia, la presencia del novio, cuando sea
levantado en la cruz y elevado al cielo. Las nupcias han comenzado pero han de
llegar a su consumación.
Mientras
tanto, vivimos el tiempo de la ausencia que espera una presencia, del viernes
santo que lleva a la pascua. De momento queda el símbolo de su cruz: en el
dolor y sufrimiento de los crucificados. Encontrarnos con ellos, ayudarlos,
luchar para que nadie pase hambre ni sufra marginación, es cumplir el ayuno que Dios espera: partir
el pan con el hambriento, dar casa al sin techo, vestir al desnudo, romper las
cadenas, quebrar todo yugo (Is 58, 6s.). Haciendo eso nos encontramos con
el novio, porque se ha hecho el último de todos y está en los últimos.
Las pequeñas
parábolas acerca de lo viejo y lo nuevo –no se puede coser un pedazo de paño
nuevo en un vestido viejo ni guardar vino nuevo en odres viejos– lo que hacen
es subrayar la incompatibilidad del nuevo modo religioso de proceder (la nueva
santidad y justicia) que Jesús practica y enseña, frente a las viejas prácticas
y legalismos morales del judaísmo farisaico.
El reino
viene, es una nueva forma de relacionarse Dios con nosotros y nosotros con Él,
es gracia, amor, justicia y paz para los individuos y para la sociedad. A la
novedad de este anuncio debe responder una nueva forma de ser. Ésta no puede
consistir en un cambio superficial sino en una renovación radical. Conviértanse, cambien de vida, porque el
reino de los cielos ya está cerca (4,17). Este cambio implica despojarse de
las propias seguridades del pasado y abrirse a la perspectiva de una fe que se
demuestra en el amor y el servicio.
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