P.
Carlos Cardó, SJ
El sembrador, ilustración
de la Biblia de Bowyer, de Robert Bowyer (1791-95)
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Ese día Jesús salió de casa y fue a sentarse a orillas del lago. Pero la gente vino a él en tal cantidad, que subió a una barca y se sentó en ella, mientras toda la gente se quedó en la orilla. Jesús les habló de muchas cosas, usando comparaciones o parábolas. Les decía: «El sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, unos granos cayeron a lo largo del camino: vinieron las aves y se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, con muy poca tierra, y brotaron en seguida, pues no había profundidad. Pero apenas salió el sol, los quemó y, por falta de raíces, se secaron. Otros cayeron en medio de cardos: éstos crecieron y los ahogaron. Otros granos, finalmente, cayeron en buena tierra y produjeron cosecha, unos el cien, otros el sesenta y otros el treinta por uno. El que tenga oídos, que escuche»".
Jesús explica el misterio de su vida, del desarrollo del reino de
Dios y de su Palabra que actúa en nosotros. El centro de la parábola es la semilla. Pero se destaca la idea de que
la siembra se frustra cuando la tierra es superficial, o pedregosa, o llena de
malezas; sólo al final se logra una cosecha abundante. Probablemente Jesús
pronunció esta parábola en el contexto histórico del fracaso que vivió en su
predicación en Galilea. La gente dudó de Él como Mesías, no creyó en la venida
del reino que Él anunciaba.
Jesús revela el modo como Dios lee
las cosas y nos enseña a entender lo que acontece en nuestro mundo tan
contradictorio. Nos hace ver que el Reino de Dios ya está inaugurado y marcha
hacia su realización plena, pero que no tiene un desarrollo homogéneo y
triunfal. La acción de Dios choca con el mal y con las resistencias que le
oponemos. Pero –esta es la sorpresa– su éxito final está asegurado. Dios es
señor de la historia.
Con esta parábola Jesús quiere
recuperar la confianza de la gente, sobre todo de sus discípulos. Se puede llamar
la parábola de la confianza porque hay en ella una llamada a fiarnos de la obra
de Dios. La acción confiada del sembrador que esparce la semilla interpela al
creyente para que salga de sus temores y apatías, cobre valor y se abra a la
novedad del futuro que viene al encuentro del presente. No se trata de una
confianza fácil y optimista. Hay muchas dificultades que superar y obstáculos
que enfrentar.
A estas dificultades alude la
alegoría de las distintas clases de tierra. Más que cuatro tipos de hombres,
son cuatro niveles o formas de escuchar la Palabra de Dios que conviven en cada
uno de nosotros.
La
semilla caída en la tierra del borde del camino significa que podemos escuchar la
Palabra pero sin entenderla, sin asimilarla, porque nuestras maneras de pensar,
nuestras costumbres y prejuicios la echan a perder. Encerrados en nosotros
mismos, no advertimos la baja calidad humana y cristiana de nuestra vida, y nos
defendemos, arguyendo que no tenemos nada que aprender, ni nada que cambiar.
La
semilla que cae en terreno pedregoso acontece cuando escuchamos el mensaje
evangélico y lo acogemos con alegría, pero las presiones y tensiones internas y
externas a que estamos sometidos impiden que lo tengamos en cuenta en la vida
diaria, y no dejamos que los valores del evangelio influyan realmente en
nuestra vida y orienten nuestras decisiones y conducta. Todo queda en buenos
sentimientos y deseos, que no se traducen en obras, ni en un compromiso cristiano
efectivo.
La
caída de la semilla en tierra llena de malezas ocurre cuando permitimos que la
Palabra arraigue en nosotros y crezca, pero después las preocupaciones mundanas
y el engaño de las cosas que el mundo nos ofrece para ser felices, actúan en
nosotros sofocando los valores evangélicos, restándoles atractivo y fuerza,
hasta hacerlos caer en el olvido.
Pero
se da también en nosotros la tierra buena en la que la semilla sí puede dar
fruto. Esa buena tierra es lo mejor nuestro, aquello que nos honra y nos hace
sentir realmente bien: cuando somos capaces de gestos de generosidad y de amor
admirables. Entonces, nos hacemos disponibles a lo que el Señor nos pide.
Mantenernos
como tierra buena no es tarea de un día ni de dos; es proceso lento y
constante. Pero es un esfuerzo sostenido por nuestra confianza en Dios. A
pesar de las dificultades de la siembra, Jesús nos asegura el buen resultado.
Su Palabra es capaz de atravesar el espesor del mal en nuestro corazón y convertirnos
a Él.
Jesús nos invita a observar las
resistencias que oponemos a su mensaje, no para abatirnos sino para reconocer
dónde y cómo Él mismo lucha con nosotros para tomar posesión de nuestro
corazón. Nos pide que analicemos nuestras resistencias y pidamos vernos libres
de ellas para acoger lo que Él quiere darnos.
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