P.
Carlos Cardó
Jesús
y sus discípulos yendo a Galilea, óleo sobre lienzo de William Brassey Hole (1905),
publicado en su libro La Vida de Jesús de Nazareth (ISBN: 849805091X)
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En aquel tiempo, se acercaron a Jesús sus discípulos y le preguntaron: "¿Por qué les hablas en parábolas?". Él les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos; pero a ellos no. Al que tiene se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple aquella profecía de Isaías que dice: Ustedes oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón. Porque no quieren convertirse ni que yo los salve.Pero, dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron".
Después de la parábola del sembrador, los discípulos se acercan a Jesús y le preguntan por qué
razón habla a la gente en parábolas. El
evangelista Mateo quiere destacar la gran distancia que hay entre los
discípulos y el pueblo. Ellos son los que están cerca, no fuera, constituyen la verdadera familia de Jesús,
escuchan la Palabra y la cumplen. Para eso los llamó, para que estuvieran con
él y para enviarlos a predicar. Lo propio del discípulo es estar cerca del
Maestro.
El pueblo, en cambio, que hasta ahora escuchó siempre fielmente a
Jesús y respondió con simpatía hacia Él, se dejó manipular por los letrados,
fariseos y autoridades religiosas, dejó de seguir a Jesús y rechazó su llamada
a la conversión. Incurrió en la misma incredulidad en que cayeron sus
antepasados, volviéndose un pueblo de dura cerviz y corazón obstinado.
¿Por qué les hablas en
parábolas?, preguntan los discípulos. El hecho es que Jesús no deja de
hablarles, lo seguirá haciendo, pero no obliga a nadie. Quien no quiere oírlo
es libre. A quien quiera, la parábola le ofrece una puerta para alcanzar la
verdad. Sin embargo, Israel mira sin ver. Y este no ver ni oír no es efecto de
las parábolas. Lo que hacen las parábolas es poner al descubierto la
incomprensión del pueblo. Siempre ha sido así, no «entiende». El buey conoce a su dueño y el asno el
pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento (Is
1,3; Is 29,13).
A
ustedes se les ha dado conocer los secretos del reino,
dice Jesús a los discípulos. Esta
frase hace recordar otra anterior sobre la revelación del Hijo a los suyos: Todo lo me lo ha entregado mi Padre, y al
Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar
(11, 25-27).
¿A qué misterios alude Jesús? A todo aquello que Él enseña en sus
discursos y en sus parábolas, incluyendo las exhortaciones éticas, lo que hace
referencia a lo celestial y trascendente, y lo que tiene aplicación concreta y
práctica en este mundo. Toda la riqueza de la enseñanza de Jesús se «ofrece» a
los discípulos, mediante la instrucción de Jesús. A ellos les da a conocer la
voluntad del Padre, y el modo de participar de su amor por medio del Hijo. Se
les revela el designio (el misterio escondido) de Dios en la historia, que
queda oculto a los sabios y entendidos de este mundo.
A éstos, a los que se han acercado a Él y lo han seguido, se les
ha dado ya una comprensión inicial del reino de Dios y se les promete el avance
continuo en el conocimiento interno de Jesús y en la participación en su vida,
hasta compartir la felicidad de su señor (25,
21.23). Dios es don sin fin. La medida de su generosidad divina es la
apertura de nuestro deseo y la disponibilidad nuestra para recibir sus dones
cada vez más. Cuanto más uno desea, más recibe.
En cambio, quien se queda fuera, o no se acerca o lo rechaza en
vez de acogerlo, se priva del don que se le ofrece y pierde hasta lo que tiene.
Se le quitará hasta lo que tiene. Jesús
seguirá hablando a su pueblo, pero Israel perderá su elección porque ha cerrado
sus oídos y ojos para no entender y convertirse, se ha vuelto inerte, impermeable para no acoger el mensaje definitivo de salvación que
Dios les ofrece por medio de su Hijo. Por
eso les digo que se les quitará a ustedes el reino de Dios y se le dará a otro
pueblo que produzca sus frutos (21, 43). Si se convirtiesen, Dios los
sanaría. Quien no tiene deseo no recibe el don. Quien se cierra en su
autosuficiencia se esteriliza.
El texto sirve, pues, de llamada de atención. Hay en él también
una invitación al discípulo de todos los tiempos a revisar cómo entiende el
mensaje de Jesús y cómo crece en su comprensión y puesta en práctica. Siempre
será conveniente aplicarse a sí mismo los diversos tipos de campo de que habla
la parábola de la semilla y el sembrador y preguntarse cómo se encarna en la
propia vida el «mensaje del reino». Comprender las parábolas significa dejarse
interpelar como David por el profeta Natán: «Tú eres ese
hombre» (2 Sam 12, 7).
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