P. Carlos Cardó, SJ
Curación del Paralítico, óleo sobre cobre de Pieter
van Lint (Siglo XVII), Iglesia de la Compañía de Morón, Sevilla, España
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En aquel tiempo, Jesús subió de nuevo a la barca, pasó a la otra orilla del lago y llegó a Cafarnaúm, su ciudad.En esto, trajeron a donde él estaba a un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Ten confianza, hijo. Se te perdonan tus pecados”.Al oír esto, algunos escribas pensaron: “Este hombre está blasfemando”. Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo:“¿Por qué piensan mal en sus corazones? ¿Qué es más fácil: decir ‘Se te perdonan tus pecados’, o decir ‘Levántate y anda’? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, –le dijo entonces al paralítico–: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.Él se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la gente se llenó de temor y glorificó a Dios, que había dado tanto poder a los hombres.
La escena se
desarrolla en Cafarnaúm, probablemente en casa de Simón Pedro (1,29) donde
Jesús se alojaba. Se había propagado la noticia de que realizaba signos en
favor de los enfermos y se agolpó una gran cantidad de gente a la puerta, tanto
que ya nadie podía entrar. Un paralítico quiere ser curado, pero depende
totalmente de lo que hagan por él. Aparecen entonces sus amigos, observan lo
difícil que les va a ser llevarlo hasta Jesús, y elaboran una estratagema ingeniosa:
cargan al enfermo con su camilla, abren un boquete en el techo de la casa y por
allí lo descuelgan hasta ponerlo a los pies de Jesús.
La escena
puede recordarnos situaciones semejantes. Cuántas veces y por cuántos motivos
le es difícil a la gente, sobre todo a los pobres y a los que son excluidos,
acercarse a Jesús en su casa, la Iglesia. Nosotros mismos, cuántas veces nos
hemos quedado como paralizados por problemas que parecían superar nuestra
capacidad. Y también gente amiga nos ayudó a salir adelante, nos hizo ver a
Dios en nuestra situación y a partir de ahí todo cambió.
Pero hay algo
interesante en el texto: como el paralítico, todos tenemos necesidades más o
menos urgentes, más o menos dolorosas de las que queremos librarnos, y
recurrimos a Dios, pero esa liberación que nos interesa ¿es en verdad la que
más necesitamos, la más profunda? Dios no responde mecánicamente. Actúa como lo
hizo con el paralítico, acoge nuestro deseo aunque no esté bien formulado y responde
a lo que más necesitamos en la profundidad de nuestro ser, en otro nivel de
necesidad más hondo que, de momento, como el enfermo y sus amigos, no hemos reconocido
ni formulado.
Otro dato sorprendente
del relato es que Jesús no se fija sólo en la carencia de ese hombre, sino que
destaca lo mejor que él y sus amigos demuestran y que los escribas allí
presentes (los expertos en religión) no tienen: la fe. Viendo la fe...
Y el milagro
ocurre, el verdadero, que en la lógica de la respuesta de Jesús a los escribas
es lo más importante y lo más difícil: el perdón, es decir, la regeneración del
hombre para una vida nueva gracias al encuentro con el Hijo de Dios, que aporta
salvación, salud integral. Esa gracia del perdón se ofrece a todos, pero sólo los
sencillos y los pobres de corazón, como el paralítico, la aceptan y aprovechan,
no los sabios de este mundo. Ánimo, hijo,
tus pecados te quedan perdonados, dice Jesús al paralítico ante el asombro
de los escribas.
¡Este blasfema!, gritan éstos y tienen su lógica porque, en efecto, la Biblia dice que perdonar
los pecados sólo Dios puede hacerlo (cf. Is
43, 25); y si Jesús lo pretende es porque usurpa la autoridad divina y ofende a Dios. Piensan así porque no creen en Él, no están
dispuestos a aceptarlo como el Enviado que abre para todos el tiempo del perdón
y de la misericordia, anunciado por los profetas: Esta es la alianza que haré con la casa de Israel después de aquellos
días, dice el Señor. Meteré mi ley en su pecho y la inscribiré en sus
corazones..., pues yo perdono sus culpas y olvido sus pecados (Jr 31, 34).
La curación
que se produce a continuación viene a ser solamente la garantía visible del
poder de salvación que actúa en Jesús. Perdonando primero al paralítico, le ha
hecho trascender la inmediatez de su deseo de verse libre de su enfermedad; ha trastornado
los esquemas de los expertos en Dios, y ha movido a la gente a reconocer el
verdadero proyecto de Dios que se anticipa y encarna también en el gesto simple
y sin ostentación alguna de la curación: Se
dirigió al paralítico y le dijo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. La
liberación que trae Dios por medio de Jesús elimina el mal hasta en las raíces
más subterráneas del pecado, hasta en sus más oscuras ramificaciones, que son
la enfermedad y la muerte.
Y a la vista
de todos, el paralítico se marchó cargando su camilla. Es una representación
plástica de lo que ha pasado en su interior. La camilla, signo pesado y humillante
de su desgraciada invalidez, se transforma en el signo de su libertad y
dignidad recuperadas para siempre.
Todos cargamos nuestras
camillas, recuerdo de nuestras antiguas parálisis, carencias, frustraciones y
ofensas sufridas. Por la fe, se nos concede descubrir la acción de Dios en
ellas, y poder asumirlas, integrarlas, no depender ya de ellas ni dejar que
determinen nuestra autoestima y la conducta que tenemos con nosotros mismos y
con los demás. San Pablo aprendió a ver la fuerza de Dios en sus debilidades personales
y en las heridas sufridas, y cuando las recordaba no dudaba en decir: Por eso me complazco en mis flaquezas, en
las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas
por Cristo; pues, cuando soy débil,
entonces soy fuerte (2 Cor 12,10).
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