P. Carlos Cardó SJ
Después, despidiendo a la multitud, entró en casa.
Se le acercaron los discípulos y le dijeron: “Explícanos la parábola de la cizaña”.
Él les contestó: “El que sembró la semilla buena es este Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los súbditos del Maligno; el enemigo que la siembra es el Diablo; la siega es el fin del mundo; los segadores son los ángeles. Como se recoge la cizaña y se echa al fuego, así sucederá al fin del mundo: Este Hombre enviará a sus ángeles para que recojan de su reino todos los escándalos y los malhechores; y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces, en el reino de su Padre, los justos brillarán como el sol. Quien tenga oídos que escuche”.
Los discípulos preguntan a Jesús del sentido de la parábola de la
cizaña en el campo. La explicación que les da mueve a asumir con realismo la
coexistencia del bien y del mal no solo en el mundo, sino también en la
comunidad de los discípulos, y a obrar con libertad responsable.
La Palabra que cae en el
campo es Cristo, grano de trigo que cae en tierra y da fruto. El campo es el mundo, y en él la Iglesia; este
mundo que, con todos sus defectos, es la creación de Dios. La buena semilla son los hijos del reino,
los que escuchan con corazón bueno y dan fruto. La cizaña son los hijos del maligno. Escuchan al maligno y se hacen
hijos suyos. Uno es hijo de lo que escucha. El diablo es el divisor, divide a la persona humana y la separa de
Dios, mete división en la comunidad de hermanos. La cosecha es la consumación final del mundo: cuando Dios haya culminado
su obra y todo sea uno en Él; cuando alcancemos la estatura de Cristo.
Llegará el día en que tiempo de las decisiones habrá concluido y
sólo quedará el amor que no muere; entonces se pondrá de manifiesto la obra de
cada uno y lo que cada uno es. Los justos brillarán como el sol, símbolo de
Dios. Serán transfigurados en su gloria.
La parábola exhorta a orientar la propia vida conforme al querer
de Dios, que se expresa en su palabra y se condensa, más concretamente, en el
mandamiento del amor al prójimo que Jesús nos ha dejado. Quien así procede
evita el ser contado en el número de los que causan escándalos o no tienen en
cuenta las normas de comportamiento en la comunidad, es decir, obran en contra
de la ley de Cristo.
Al mismo tiempo la parábola del trigo y la cizaña contiene una
advertencia: la pertenencia a la comunidad cristiana no garantiza por sí sola
la salvación. La parábola hace mirar el futuro, al momento final en que
quedarán de manifiesto las conductas. La separación no se hará en base a
criterios religiosos, sino de acuerdo a la conducta y al obrar conforme al
mandamiento del amor a los semejantes.
El texto conmueve la seguridad de quienes, confiando sólo en los
elementos institucionales o cultuales de la vida cristiana, descuida la ley del
amor dada por Cristo. Al mismo tiempo subyace en la base de las palabras de
Jesús el misterio de la gracia divina y la libertad humana que siempre están
relacionadas. La gracia libera y orienta a la libertad del ser humano y le
capacita para responder al bien, pero nunca
va a sustituirla. La gracia nos hace más auténticos al orientarnos a
obrar siembre como hijos o hijas de Dios.
Sólo al final se hará el juicio. El texto contiene una exhortación
a la paciencia y a la responsabilidad personal: no podemos juzgar a nadie, hay
que ser misericordiosos para alcanzar misericordia. La persistencia del mal en
el mundo no nos debe llevar al desaliento, pero tampoco nos debe inducir a la
connivencia y complicidad con los corruptos, porque eso hace desaparecer el
amor en el mundo (Mt 24, 12).
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