P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, algunos de los escribas y fariseos dijeron a Jesús: "Maestro, queremos ver un signo tuyo".
Él les contestó: "Esta generación perversa y adúltera exige un signo; pero no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo; pues tres días y tres noches estará el Hijo del Hombre en el seno de la tierra. Cuando juzguen a esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que la condenen, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón".
En este pasaje, los letrados,
llamados también doctores o maestros de la ley, se asocian a los fariseos para
exigirle a Jesús una señal que equivalga a una credencial divina de su misión
para poder creer en Él como el enviado de Dios. Quieren que Jesús realice algo
visible, una acción simbólica, un signo celeste o un rasgo corporal que
demuestre de manera inequívoca su identidad, ya que juzgan inadmisible su
pretensión de obrar en nombre de Dios. Por eso lo apremian: queremos ver una señal tuya personal.
Jesús ve la incredulidad de sus
oyentes y ve en ella también reflejada la incredulidad del pueblo de Israel.
Estamos en plena crisis galilea: el pueblo que al comienzo le siguió
entusiasmado, después por influjo de sus autoridades, le dio la espalda, y
Jesús abrió el alcance de su mensaje salvífico a los pueblos extranjeros. Por
eso su respuesta es categórica.
En la persona de sus
interlocutores ve al pueblo, a la generación
perversa y adúltera que exige una
señal. El calificativo de perversa denuncia
su incapacidad de hacer el bien, como el árbol malo que da frutos malos
(7,17s), y de decir algo bueno porque son malos (12, 34s). El otro adjetivo es
una clara alusión a la infidelidad de Israel, esposa adúltera de Yahvé, que rompe la alianza (Os 3, 1; Ez 16,38; 23, 45).
Por eso, Jesús no les dará lo que
ellos piden: un signo material y sensible, sino una señal cuyo significado
exige fe para ser entendida. Haciendo un paralelo con Jonás les hace ver que la
peripecia vivida por el profeta en el vientre del pez durante tres días con sus
tres noches, fue un signo anticipatorio
de la muerte del Hijo del hombre y de su permanencia en el reino de los
muertos. Esta es la «señal» que Dios ofrecerá a aquella generación; pero será una
señal paradójica para Israel porque, por una parte, señalará su culpa en la
muerte de Jesús y, por otra, la posibilidad de salvarse por medio de esa misma
muerte redentora si se adhieren a Él por la fe.
Vienen después dos referencias bíblicas
que denuncian la incredulidad del pueblo. Su gravedad queda demostrada con la
comparación entre la actitud de los hijos de esa generación con la de los
habitantes de Nínive y con la de la reina de Saba. Asimismo, la afirmación de
la superioridad de Jesús respecto al famoso profeta y al sabio rey Salomón, echa
en cara a los letrados y fariseos su cerrazón para entender la autoridad con
que Jesús, como el enviado definitivo, ha anunciado la venida del reino de
Dios.
La persona de Jesús, la sabiduría
de su mensaje y la obra salvadora que realiza en favor nuestro, por puro amor, deberían
ser el argumento suficiente para creer en Él. Pero muchas veces nuestra fe es
débil e inconstante. Entonces, como los letrados y fariseos, esperamos pruebas
y demostraciones visibles para reemprender el camino en que estábamos. Las
razones que antes sostenían nuestro compromiso cristiano se nos tornan
insuficientes y nos sobreviene la tibieza, la falta de mística y ardor
espiritual. En tales momentos no hay que esperar cosas extraordinarias para
reencender el fervor, ni se deben hacer cambios que impliquen abandono de
nuestros antiguos propósitos.
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