P. Carlos Cardó SJ
En cierta ocasión pasaba Jesús por unos campos de trigo, y era un día sábado. Sus discípulos, que tenían hambre, comenzaron a desgranar espigas y a comerse el grano.
Al advertirlo unos fariseos, dijeron a Jesús: «Tus discípulos están haciendo lo que está prohibido hacer en día sábado».
Jesús les contestó: «¿No han leído ustedes lo que hizo David un día que tenía hambre, él y su gente? Pues entró en la casa de Dios y comieron el pan ofrecido a Dios, que les estaba prohibido tanto a él como a sus compañeros, pues estaba reservado a los sacerdotes. ¿No han leído en la Ley que los sacerdotes en el Templo no observan el descanso, y no hay culpa en eso? Yo se lo digo: ustedes tienen aquí algo más que el Templo. Y si ustedes entendieran estas palabras: Quiero misericordia, no sacrificios, ustedes no condenarían a quienes están sin culpa. Además, el Hijo del Hombre es Señor del sábado».
El texto está en relación con el anterior, de la llamada de Jesús
a los que andan cansados y agobiados por una religión que oprime las
conciencias con el legalismo y sofoca la libertad. Quiere hacer ver que lo
importante es el espíritu, no la materialidad de la ley.
La escena es muy sencilla. Los discípulos de Jesús atraviesan con
él un sembrado en día sábado. Tienen hambre, arrancan espigas de trigo y se
comen los granos. Un grupo de fariseos observan y reaccionan emplazando a
Jesús, como responsable del grupo: ¿No te
das cuenta que tus discípulos hacen algo que no está permitido en sábado? Representan
a los sabios y prudentes que pueden
conocer lo que está mandado, pero no conocen a Dios ni ayudan a la gente a
encontrarse con Dios. Se consideran los puros, con derecho a controlar la
conducta de la gente y oprimen a los
demás en la red de preceptos y prohibiciones que han tejido, y que a ellos
también oprimen. Su mayor preocupación era que todo el mundo cumpliera con el
mandato del descanso en día sábado, y para garantizar su cumplimiento, habían
especificado con exactitud las treinta y nueve obras que estaban prohibidas de
realizarse en ese día.
Para responder Jesús emplea el estilo rabínico de argumentación a
base de citas de la Escritura, y concluye diciendo que Él está por encima del
templo y del sábado y con esta autoridad declara que las instituciones
religiosas, aun la más sagrada de ellas que es la del sábado, están al servicio
de las personas, para ayudarlas a encontrarse con Dios y no para oprimirlas.
La autoridad con que da este giro fundamental a la práctica de la
religión y de la moral aparece como entrelíneas, entretejida en la relación que
hay entre su persona y los temas santos de la Escritura que toca en su
argumentación: la realeza de David, el templo, los panes de la ofrenda, el
descanso sabático y las prerrogativas de los sacerdotes.
En primer lugar, está la alusión a David, el rey santo, que prefigura
al Mesías-rey por venir. Jesús es descendiente suyo, heredero de su trono, pero
quien llevará a plenitud el significado y contenido de la realeza de Dios. En
segundo lugar, el templo, la casa de Dios. Jesús es el nuevo templo; en Él y
por Él el hombre tiene acceso real y directo a lo sagrado, porque Él es la
morada de Dios con nosotros, Emmanuel. El nuevo templo, que es su cuerpo, será
destruido en la cruz, pero se levantará glorioso en la resurrección.
Los panes llamados de la proposición se guardaban en el
Tabernáculo y simbolizaban la comunión ininterrumpida del pueblo con Dios,
autor de los bienes de que gozaba su pueblo; se renovaban cada semana y sólo
los podían consumir los sacerdotes. Esos panes eran un tímido anuncio del verdadero
pan del cielo, que es el cuerpo de Jesús entregado para que quien lo coma tenga
vida eterna. Por último, los sacerdotes: eran los que tenían acceso al
tabernáculo y ofrecían a Dios los sacrificios de alabanza o de expiación, para
lo cual eran ungidos con aceite (Ex 29,7).
Con Jesús se abre para todos el acceso a Dios. Él es el ungido y consagrado, capaz de ofrecer el único sacrificio que borra los
pecados del mundo y une a Dios con nosotros.
En la argumentación de Jesús se ve que la presencia de David fue
la que legitimó la acción que realizaron sus compañeros al comer los panes que
sólo podían comer los sacerdotes. Asimismo, la presencia de Jesús es lo que
legitima la acción de sus discípulos que está prohibida en sábado. En el caso
siguiente, Moisés exoneró a los sacerdotes del descanso sabático porque se
dedicaban al cuidado del templo, que está por encima del sábado. Por su parte,
Jesús, declarando su superioridad sobre el templo, hace ver que tiene autoridad
para permitir que sus discípulos coman espigas en sábado.
Y para cerrar su argumentación, Jesús cita al profeta Oseas, que
afirmó la superioridad del culto espiritual sobre el culto ritual. Con ello
demostraba que los fariseos no cumplían la voluntad de Dios revelada al
profeta. Ellos exigían la observancia rigurosa de prescripciones y tradiciones
humanas, pero descuidaban el mandamiento del amor misericordioso. Jesús, en
cambio, obra como Dios quiere: poniendo por encima de todo la misericordia,
cumple su voluntad.
Y para que esto quede claro, sintetiza todo lo dicho con la afirmación:
El Hijo del hombre es señor del sábado.
Si algo es superior al sábado eso sólo es Dios. Jesús reivindica para sí tal
superioridad, y con esa autoridad relativiza todas las leyes religiosas,
subordinándolas a lo más importante en la vida: el amor misericordioso al
prójimo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.