P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?".
Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: "Juan, el Bautista nos ha mandado a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?".
En ese momento Jesús curaba a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: "Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí".
Juan Bautista, uno de los
personajes centrales del Adviento, nos lleva a Jesús. Desde la cárcel envía a
sus discípulos a preguntarle a Jesús: ¿Eres
tú el que ha de venir? Jesús responde remitiendo a las obras que realiza.
Siempre reconocemos al Señor por lo que hace por nosotros.
Las obras que Jesús realiza
manifiestan que no es el mesías que muchos esperaban, cargado de poder y de fuerza,
sino el Mesías anunciado por Isaías en sus cánticos sobre el Siervo de Yahvé:
es decir, un mesías cargado de humanidad, en quien se revela Dios como padre de
todos, protector de los pequeños y de los débiles.
Isaías había dicho del tiempo del
Mesías: Entonces se despegarán los ojos
del ciego, los oídos del sordo oirán, saltará el cojo como un ciervo y la
lengua del mudo cantará (Is 35,5). Jesús
Mesías manda decir a Juan: Vayan y
díganle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los
leprosos quedan limpios… En la respuesta de Jesús vemos la realización de
las aspiraciones humanas. Es lo que hace en nosotros y lo que quiere realizar
por medio de nosotros en el mundo:
Los
ciegos ven: Es lo primero. Hallar luz en el camino de la vida es el
milagro-signo principal. Jesús no permite que nos quedemos ciegos en pequeñas
esperas y estrechos horizontes. Jesús nos abre los ojos a lo mayor y más
perfecto.
Los
cojos andan: Nuestra condición es la de peregrinos, caminantes que se dirigen
a la casa del padre. Jesús nos libra de lo que paraliza nuestra búsqueda de
Dios y de los hermanos a los que amamos y nos necesitan.
Los
leprosos quedan limpios: Jesús nos libra de toda
indignidad y vergüenza, de todo pasado de culpa y reprobación, nos restablece e
integra en la comunidad de los hermanos, iguales hijos de Dios.
Los
sordos oyen: desde Adán, el hombre es sordo, habitado por la mentira. Jesús
nos abre el oído a las palabras que dan vida, a los valores que ennoblecen, a
los proyectos por los que vale la pena luchar, sufrir y entregar la vida.
Los
muertos resucitan: La fe en la Palabra de Jesús es pasar de muerte a vida, es
llevar ya ahora aquella vida que no acabará con la muerte.
Los
pobres son evangelizados. Los pobres son los preferidos del
Señor; su amor por ellos pasa a ser nuestra motivación principal para que, con
nuestra actitud solidaria y con nuestros esfuerzos por superar toda forma de inequidad,
los pobres crean en la buena noticia de que Dios quiere que el mundo cambie y
ofrece su amor salvador a todos.
Y
feliz quien no se desilusiona de mí, dice finalmente Jesús. La
felicidad es el futuro del ser humano. Pero la auténtica, la que Jesús ofrece
en su evangelio, no la que el mundo propone. Sus criterios de valoración de la
felicidad son opuestos. Es más feliz el
dar que el recibir, dice Jesús. ¡Que nada nos haga pensar otra cosa!
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