P. Carlos Cardó SJ
Jesús volvió a la orilla del mar de Galilea y, subiendo al cerro, se sentó en ese lugar. Un gentío muy numeroso se acercó a él trayendo mudos, ciegos, cojos, mancos, y personas con muchas otras enfermedades. Los colocaron a los pies de Jesús y él los sanó. La gente quedó maravillada al ver que hablaban los mudos y caminaban los cojos, que los lisiados quedaban sanos y los ciegos recuperaban la vista; todos glorificaban al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de esta gente, pues hace ya tres días que me siguen y no tienen comida. Y no quiero despedirlos en ayunas, porque temo que se desmayen en el camino».
Sus discípulos le respondieron: «Estamos en un desierto, ¿dónde vamos a encontrar suficiente pan como para alimentar a tanta gente?».
Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes?».
Respondieron: «Siete, y algunos pescaditos». Entonces Jesús mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó luego los siete panes y los pescaditos, dio gracias y los partió. Iba entregándolos a los discípulos, y éstos los repartían a la gente. Todos comieron hasta saciarse y llenaron siete cestos con los pedazos que sobraron.
El texto es muy similar
al de la primera multiplicación de los panes de Mt 14, 13-21. Después de un
breve sumario de las curaciones que Jesús realiza, (v. 30s) sigue un diálogo
con los discípulos (v. 32-34) y luego el milagro de los panes (v. 35-38). Se
ubica con más exactitud el lugar geográfico –en un monte a orillas del lago de
Galilea–pero todo lo demás recuerda lo que se ha leído antes en la primera
multiplicación de los panes. Las repeticiones y evocaciones de hechos
memorables son un recurso lingüístico de los evangelios.
En este relato los discípulos no
van a decirle a Jesús que despida a la gente para que consigan de comer porque
ya es tarde. Jesús mismo siente lástima de la multitud porque está desde hace
tres días con Él, no tienen qué comer y no puede despedirlos en ayunas, porque
podrían desfallecer en el camino. Se resalta por tanto la misericordia
característica de Jesús, con que hace suya la necesidad ajena y mueve a los suyos
a buscar una solución. La misericordia, en efecto, no es un simple sentimiento
o una mirada compasiva ante la dolencia del prójimo. Ella promueve de inmediato
el movimiento de la solidaridad para remediarla.
Conviene advertir que Jesús está
en el monte. Es un detalle significativo. El monte en la Biblia es lugar de
cercanía con Dios. En el monte Moisés hablaba con el Señor cara a cara, como
habla cualquiera con su amigo (Ex 33, 11).
El monte aparece a menudo en la vida de Jesús. Proclamó lo más central de su
mensaje en el monte de las bienaventuranzas (Mt 5, 1). En un monte se va a transfigurar ante sus discípulos (Mt 17, 1-3). Y en el monte del
Calvario será elevado en una cruz para la salvación del mundo.
Acercarse a Jesús es acceder a la
máxima revelación de Dios, que actúa en Él como misericordia, amor que salva.
De ese modo queda subrayado el sentido básico del milagro de los panes:
realmente, Jesús sacia el hambre de su pueblo y hace ver que por ser Dios amor
misericordioso, Él no puede desentenderse del hambre de la multitud.
El contenido eucarístico de la
primera multiplicación de los panes se reproduce en la segunda. Van unidos el
pan y el pescado, pues desde muy antiguo ambos elementos representaban para los
primeros cristianos el misterio eucarístico, como puede verse en el arte
paleocristiano, concretamente en las catacumbas.
Las palabras de Jesús sobre los
panes: pronunció la bendición, los partió
y se los dio, evocaban indudablemente a sus lectores, la celebración de la
cena del Señor. La comunidad advirtió que el Jesús que dio de comer a la
multitud, les dio a ellos a comer su cuerpo en la última cena y mandó realizar
esa misma acción como el memorial de su entrega para la vida del mundo.
El relato concluye como en el
capítulo 14. Jesús despide a la multitud, sube a una barca y se dirige, esta
vez, a la región de Magadán, lugar desconocido, que muchos suponen que es Magdala
(o la ciudad de Maquedá mencionada en Josué, 15, 37).
Jesús sigue acompañando a su
pueblo con los mismos sentimientos que tuvo ante las multitudes hambrientas de
Galilea. Su presencia es tan real y concreta como la de quien da de comer. El
grupo de los suyos, reunidos por Él en torno a la mesa de su pan compartido,
asumen sus mismos sentimientos solidarios y los de sus hermanos y hermanas
carentes de pan. La mesa común de la comunidad da a sus vidas el significado
del pan, cuya razón de ser no es guardarse sino compartirse. Se realiza así en
ellos la presencia viva del Señor, la eucaristía perfecta en el quehacer
cotidiano en favor de los demás.
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