P. Carlos Cardó SJ
Yo se los digo: “De entre los hijos de mujer no se ha manifestado uno más grande que Juan Bautista, y sin embargo el más pequeño en el Reino de los Cielos es más que él. Desde los días de Juan Bautista hasta ahora, el Reino de Dios es cosa que se conquista, y los más decididos son los que se adueñan de él. Hasta Juan, todos los profetas y la Ley misma se quedaron en la profecía. Pero, si ustedes aceptan su mensaje, Juan es Elías, el que había de venir. El que tenga oídos para oír, que lo escuche”.
El evangelio de Mateo reivindica a Juan Bautista, lo
introduce en cierto modo como inicio del tiempo definitivo de la revelación
plena de Dios y de la realización de su obra salvadora. Lucas, en cambio, lo
pone todavía en el Antiguo Testamento, como la culminación del tiempo de la
preparación y de la espera. Son diversas valoraciones de su figura que quizá
tienen que ver con la relación existente entre los cristianos y los remanentes
que quedaban aún de los seguidores del Bautista.
Entre
los hijos de mujer, nadie hay mayor que él… Juan
es presentado por encima de Abraham, de Moisés, de Elías, superior a los
patriarcas y los profetas, más alto no se le puede poner en la historia del
pueblo de Israel. Juan vio y dio testimonio de lo que las grandes figuras del
Antiguo Testamento desearon ver y no vieron. En él concluye el camino hacia el
Mesías, que vendría a dar cumplimiento a las promesas de salvación dadas por
Dios.
Sin embargo, el más pequeño
en el reino de los cielos es más que Juan. La razón es que el creyente en
Jesús, por pequeño que sea, ya está inserto en el tiempo mesiánico definitivo, ya
forma parte de la casa de los hijos, mientras que Juan, aunque descuelle como
un gran profeta, forma parte todavía de la etapa preparatoria. Él tiene también
que dar el paso de la fe, que lo pone en el seguimiento de Cristo y le da
acceso al reino. Juan lo hizo y en ello reside su mayor gloria.
El
reino padece violencia. Se discute el sentido de esta
frase. Unos la interpretan en el sentido de que el reino de Dios se abre paso
con violencia, rompiendo esquemas, contradiciendo modos de pensar, hábitos y
tradiciones que contradicen los valores que trae consigo; otros, leen la frase
en pasiva: hay que hacerse violencia para poder ser merecedor del reino. Así
entendidas, quizá ambas cosas son verdaderas porque el reino es una realidad
que entra en conflicto frontal con todas las fuerzas del mal, que lo
contradicen y combaten, y porque sólo se entra en él empeñándolo todo pues es
el valor supremo, por encima de todas cosas.
El mundo desata toda su violencia contra quienes buscan el reino
de Dios porque su palabra y su conducta contradicen las injusticias e inmoralidades
sobre las que basa su progreso. Es lo que le ocurrió a Juan Bautista y a Jesús
y a todos los justos, desde el inocente Abel hasta el último, Zacarías, que fue
asesinado entre el altar de los sacrificios y el santuario (Lc 11, 51; Mt 23, 35).
El reino de Dios es de los pobres, humildes y de los que lloran,
pero a la vez es de los pacíficos que, con su fortaleza y capacidad de
resistencia, llegan a soportar toda suerte de violencia, sin devolverla, llegan
a poner la otra mejilla o ir al martirio cantando las alabanzas de Dios. No te dejes vencer por el mal, vence el mal
a fuerza de bien (Rom 12). Desde el anuncio de la
venida del reino de Dios, éste no ha dejado de desplegar y manifestar sus
fuerzas de transformación de la realidad personal y social, y hay hombres y
mujeres que acogen ese anuncio y ponen todo su esfuerzo en llegar a él y
contribuir para su establecimiento en el mundo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.