P. Carlos Cardó SJ
Jesús había entrado al Templo y estaba enseñando, cuando los sumos sacerdotes y las autoridades judías fueron a su encuentro para preguntarle: «¿Con qué derecho haces todas estas cosas? ¿Quién te lo ha encargado?».
Jesús les contestó: «Yo también les voy a hacer a ustedes una pregunta. Si me la contestan, yo también les diré con qué autoridad hago todo esto. Háblenme del bautismo que daba Juan: este asunto ¿de dónde venía, de Dios, o de los hombres?».
Ellos reflexionaron: «Si decimos que este asunto venía de Dios, él nos replicará: Pues ¿por qué no le creyeron? Y si decimos que era cosa de hombres, ¡cuidado con el pueblo!, pues todos consideran a Juan como un profeta».
Entonces contestaron a Jesús: «No lo sabemos.»
Y Jesús les replicó: «Pues yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas».
Sobre todo la autoridad de su palabra eficaz que hace lo que
significa: produce el perdón, reconcilia con Dios, pone al hombre con Dios, le
hace recibir la gracia/amor de Dios, da salud física y espiritual, anticipa la
venida del reino de Dios.
Lo que más choca a sus oyentes, en especial a fariseos y escribas,
es que habla en primera persona: Han oído
que se dijo… Pues buen, Yo les digo. Se pone en el lugar de Dios.
Igualmente cuando se refiere al templo, al sábado y a las purificaciones
cultuales: se pone encima de la Ley y de las tradiciones religiosas. Esa
autoridad sólo de Dios le podía venir. O era Hijo de Dios y con razón
reivindicaba el espíritu divino y había que seguirlo, o era un embustero y
había que castigarlo por blasfemo y falso profeta.
Además, los escribas, sumos sacerdotes y fariseos ven amenazados
sus privilegios y la autoridad que detentan. Jesús no sólo tiene una autoridad
mayor que la de ellos, sino que ejerce la autoridad de manera nueva y enseña a
ejercerla así: El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir…
Jesús, por su parte, no se echa atrás a pesar de la hostilidad que
despierta. Reivindica abiertamente para sí el espíritu y poder de Dios como el
Ungido: El espíritu de Dios sobre mi, me
ha ungido, me ha enviado… Si expulso los demonios con el poder de Dios es que
el reino de Dios ha venido ya…
El texto se inserta inmediatamente después de la acción profética realizada
por Jesús para purificar el templo. Causa indignación en los sacerdotes y
ancianos, garantes del culto en el templo. Por eso lo encaran y preguntan sobre
la autoridad con que ha hecho eso.
Jesús responde con otra pregunta. Así se responde a quien no desea
realmente oír la respuesta. El diálogo entonces es inútil e imposible. Jesús
alude al Bautista, con lo cual retuerce la pregunta y la pone en contra de los
mismos que la han hecho, provocándolos. Jesús obliga a tomar posición respecto
a Él, claramente: o se está a favor de Él o se está en contra. No hay término
medio.
El
bautismo de Juan, ¿de dónde provenía?, les
pregunta. Juan era el punto de llegada de los profetas. Juan, el mayor de los
profetas, anunció la venida del Mesías y denunció las injusticias que se
oponían al reinado de Dios. Llamó a la conversión y anunció el perdón. Juan no
dudó en considerar a Jesús como el más fuerte que venía detrás de él, el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el portador del espíritu de
Dios. Juan invitó a sus propios discípulos a ir tras Jesús; los movió a
cerciorarse ellos mismos de que Jesús era el que había de venir.
Pero las autoridades del pueblo y los fariseos no quisieron seguir
a Juan. Ahora, por la pregunta de Jesús, se sienten sin salida. Están en un
dilema. Si dicen que Juan era enviado de Dios, se condenarían a sí mismos,
perderían prestigio, se les podría preguntar: ¿y por qué no lo siguieron? Si
dicen que su bautismo era obra puramente humana, afirman que Juan era un falso
profeta, con lo cual se pondrían con contra del pueblo, que creyó en él como un
hombre enviado por Dios.
Dios nos pone en dilemas así a veces, frente a los cuales aparecen
nuestras resistencias y se hace necesario pedir: Señor, que vea, Señor,
conviérteme a tus caminos.
Jesús revela la verdad del ser humano, interpela, conmueve. Su
palabra es espada de dos filos, corta y deja al descubierto. Ha sido puesto
como signo de contradicción, ha venido a poner de manifiesto los pensamientos
de los corazones. Pero podemos decirle con confianza: Júzgame Señor y ponme a prueba, conoce mi interior… (Sal 139).
Siempre nos juzga con misericordia.
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