P. Carlos Cardó SJ
Un día, mientras Jesús enseñaba, había entre los presentes algunos fariseos y doctores de la Ley, llegados de todas las regiones de Galilea, de Judea y de Jerusalén. El poder del Señor se manifestaba ante ellos, realizando curaciones. Llegaron entonces unas personas transportando a un paralítico sobre una camilla y buscaban el modo de entrar, para llevarlo ante Jesús. Como no sabían por dónde introducirlo a causa de la multitud, subieron a la terraza y, desde el techo, lo bajaron con su camilla en medio de la concurrencia, y lo pusieron delante de Jesús.
Al ver su fe, Jesús le dijo: «Hombre, tus pecados te son perdonados».
Los escribas y los fariseos comenzaron a preguntarse: «¿Quién es este que blasfema? ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?».
Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: «¿Qué es lo que están pensando? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados están perdonados", o "Levántate y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo del Hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa».
Inmediatamente se levantó a la vista de todos, tomó su camilla y se fue a su casa alabando a Dios. Todos quedaron llenos de asombro y glorificaban a Dios, diciendo con gran temor: «Hoy hemos visto cosas maravillosas».
San Lucas nos
presenta a Jesús como el Salvador que continúa en la comunidad cristiana
acogiendo y perdonando a todo el que lo busca con fe. Subraya, además, el hecho
de que mientras los funcionarios de la religión –representados en los fariseos
y doctores de le ley– no ofrecen una ayuda a la recuperación de la gente,
porque se limitan a juzgar y condenar, Jesús emplea el poder de la misericordia
divina para liberar a las personas y rehacerlas. El poder del Señor lo impulsaba a curar.
El poder que actúa en Jesús corresponde a
la presencia en Él del Espíritu que lo guía y conduce desde su bautismo en el Jordán
y que lo ha ungido y enviado para anunciar la buena noticia a los pobres y
sanar los corazones afligidos (Lc 4, 18;
6, 19). Es el poder de la misericordia que cura y perdona.
El perdón que
sólo puede dar Dios y que Jesús, como Hijo del Hombre y enviado plenipotenciario
de Dios, concede a los pecadores equivale a la salvación plena, que es la
regeneración total de la persona para su participación en la vida divina.
El enfermo
paralítico representa a todos aquellos a quienes el mal, en cualquiera de sus
formas, aprisiona, envilece o inmoviliza, dejándolos sin libertad para actuar
por sí mismos, obrar de manera auténtica o conseguir lo que desean. Estos “paralíticos”
tienen necesidad de otros que los ayuden a recobrar su libertad, y que en el
relato son las personas buenas que cargan al enfermo con su camilla y “buscan
cómo presentárselo a Jesús”.
Todos hemos tenido necesidad de estas mediaciones humanas
de la gracia para nuestro encuentro con el Señor. La comunidad de la Iglesia,
que anuncia el perdón y la misericordia, lleva con su fe a todos hacia la
reconciliación y remisión de los pecados en Jesucristo. La comunidad es el
camino abierto por Jesús para el encuentro con la misericordia que libera y
salva. Sin la solidaridad, que mueve a hacerse cargo de la necesidad del
hermano, no hay experiencia del Padre y de su amor. La Iglesia es el conjunto
de todos aquellos que, habiendo sido tocados por la misericordia divina, se han
hecho capaces de dar testimonio de ella, conduciendo a otros a la gracia que
los ha curado.
Hombre, tus pecados te quedan perdonados. El pecado es una ruptura grave del tejido de relaciones
que constituye a la persona humana. La descripción gráfica que hace del primer
pecado el libro del Génesis (Gen 3)
permite apreciar las consecuencias de esta ruptura. El hombre se aleja, lleno
de temor y desconfianza. Deja de sentirse hijo y se distancia de quien es la
fuente de su vida.
Alienado,
ajeno a sí mismo, a sus semejantes, a la naturaleza a él encomendada y a Dios,
se siente invadido por el miedo a la muerte, por la culpabilidad que desgasta
en la lamentación sin dar salida a la reparación y al cambio. La palabra del
perdón, que sólo Dios puede pronunciar, restablece a la persona en su relación
con Dios, con los semejantes, consigo mismo y con la naturaleza.
Por todo
esto, la palabra del perdón es la cosa más difícil, según la lógica de Jesús en
su respuesta a los maestros de la ley y a los fariseos del relato. La cosa más
fácil, la curación física del paralítico, vendrá después como la garantía
visible del poder de salvación que actúa en Jesús. Con este signo, conduce a la
gente a apreciar el deseo y voluntad verdadera que tiene Dios para nosotros:
dar vida, sanar, elevar, liberar al que se siente caído y oprimido. El Dios que
ama la vida interviene para eliminar el mal hasta en sus ramificaciones más
extremas, que son la enfermedad y la muerte.
El paralítico
cargó su camilla a la vista de todos y se marchó alabando a Dios. La camilla,
signo palpable de su desgraciada invalidez, echada ahora a su espalda es signo
de su libertad y dignidad reconquistadas. La comunidad toma conciencia del
papel que le corresponde en la recuperación de las personas, que las haga
capaces de superar o integrar de maneras digna los males que les aquejan, para poder moverse con libertad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.