Carlos Cardó SJ
Ascensión
de Cristo, óleo sobre lienzo de Dosso Dossi (1520), Colección privada, Milán,
Italia
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Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación." El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".
Este epílogo del evangelio de Marcos fue añadido hacia la mitad
del siglo II. La razón que dan los exegetas es que a las primeras comunidades cristianas
les causaba desazón el final tan abrupto de Marcos, que cierra su evangelio con
el miedo y la huida de las mujeres del sepulcro vacío (Mc 16, 1-8). Se buscó por eso una prolongación de los relatos que
condujeran a un final más adecuado, armonizando con la temática general del
evangelio. Sin embargo, aunque se trate de un añadido, no deja de ser un texto
inspirado y canónico, es decir, incluido en el elenco oficial de los libros de
la Biblia.
Se pueden percibir en el relato las inquietudes y preocupaciones
de los primeros cristianos de Roma, en donde fue escrito este evangelio. Ellos
no habían visto al Señor, pero basaban su fe en Jesucristo en el testimonio que
les transmitieron los primeros testigos, los apóstoles y discípulos del Señor.
Por eso el texto enumera los sucesivos testimonios aportados a la
comunidad. En primer lugar el de María Magdalena. Se alude a la acción sanante
realizada por Jesús en favor de ella, liberándola de siete “demonios”, es
decir, de siete males, siete enfermedades. Luego se subraya el estado de
tristeza y llanto en que estaban los discípulos, que no creyeron en un primer
momento en el anuncio de Magdalena: al oír
que estaba vivo y que ella lo había visto, no le creyeron.
Viene después la alusión a la experiencia de los discípulos de
Emaús y al testimonio que dieron a los demás, y que tampoco fue aceptado. Por
último, se menciona la aparición del Resucitado a los Once reunidos en torno a
la mesa. Y pone aquí el redactor el envío en misión para anunciar la buena noticia a toda criatura.
Se resalta el valor que tiene la comunidad en la experiencia
cristiana, por ser el lugar para el encuentro con el Resucitado. Jesucristo
permanece en ella, con su palabra y sus acciones salvadoras. Su poder salvador
se prolonga en ella. Y ella vive de su memoria, que actualiza en la celebración
de la fracción del pan.
Los primeros cristianos vivían amenazados, obligados a la
clandestinidad. Una gran preocupación debió ser para ellos cómo conjugar la victoria
de Cristo Resucitado con la persistencia y actuación del misterio del mal en el
mundo. Tenían que abrirse a la fe/confianza en el Señor que, no obstante, sigue
actuando también por medio de los creyentes. A través de ellos, Jesucristo
Resucitado continúa anunciando y manifestando el reinado de Dios y la salvación
para el que crea y se bautice.
Nuestra fe en Él da a nuestra vida una orientación bien definida:
nos hace anunciadores del Evangelio que hemos recibido para que otros crean
también en el triunfo del amor de Dios en sus vidas, por Jesucristo su Hijo. En
esto consiste el Evangelio: en que Dios envió a su Hijo para que todos tengan
vida plena. Pero así como la salvación que Dios ofrece no obrará en contra de
nuestra voluntad, el Evangelio no se impone a la fuerza; la tarea
evangelizadora, nuestra y de la Iglesia, respeta la libertad de las personas.
Las acciones prodigiosas que Jesús promete a los que crean en Él
son representaciones simbólicas de la salvación y tienen que ver con la
superación de todo lo que oprime a los seres humanos, de todo lo que
obstaculiza la comunicación y la unión entre ellos, y de toda amenaza de la
vida. Tales acciones son signos de la presencia del Reino en nuestra historia,
semejantes a los que Jesús realizaba. La Iglesia, y nosotros en ella, debemos
manifestarlos.
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