P.
Carlos Cardó SJ
Llamada
de Felipe y Natanael, ilustración de William Hole (1906 ) en “La vida de Jesús
de Nazareth: ochenta pinturas”
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Jesús resolvió partir hacia Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: "Sígueme". Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encontró a Natanael y le dijo: "Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret". Natanael le preguntó: "¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?". "Ven y verás", le dijo Felipe. Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: "Ahí tienen a un israelita auténtico en quien no hay engaño. "¿De dónde me conoces?", le preguntó Natanael. Jesús le respondió: "Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera". Natanael le respondió: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". Jesús continuó: "Porque te dije: 'Te vi debajo de la higuera', crees. Verás cosas más grandes todavía". Y agregó: "Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre."
La experiencia de fe no se queda como algo
íntimo, se comparte. Y en el compartir, la fe se transmite. Dios se vale de
personas que se han encontrado con Él para que otras también lo conozcan o
descubran su voluntad. Las palabras humanas disponen a la escucha de la
Palabra.
Este dinamismo comunicativo de la fe aparece en el texto y nos
invita a recordar –agradecidos– las mediaciones humanas de la gracia en nuestra
propia historia, personas concretas gracias a las cuales nos vino la fe,
maduramos en ella, o pudimos conocer la voluntad de Dios en nuestra vida. Dice
el pasaje evangélico que Andrés conduce a su hermano Simón a vivir la
experiencia del encuentro con Jesús. Felipe invita a Natanael a ir y ver por sí
mismo quién es Jesús de Nazaret.
Natanael no figura en la lista de los Doce, puede ser Bartolomé
según la tradición. Su amigo Felipe, entusiasmado, le dice que han encontrado
al Mesías, de quien hablaron Moisés y los
profetas, y que es Jesús, el hijo de José, de Nazaret. Pero a Natanael, como a
cualquier judío, no podía pasarle por la mente que el Mesías pudiese venir de
Nazaret, pueblecito sin importancia que ni siquiera se menciona en todo el
Antiguo Testamento.
Se aguardaba a un descendiente de la casa y familia real de David,
cuya ciudad fue Belén de Judea. Se entiende, pues, que Natanel muestre su
desconfianza: ¿De Nazaret puede salir
algo bueno? Pero Felipe le replica señalando aquello que es fundamental en
la fe: el salir de uno mismo para experimentar el encuentro con Dios. Ven y lo verás. Hay que ir y situarse
donde está el Señor, establecer un contacto personal con Él y entonces todo
quedará iluminado con una luz nueva, tendrá
la luz de la vida (Jn 8,12).
Jesús ve venir a Natanael. Lo conoce sin que nadie le haya hablado
de él. Ve el interior de las personas y las conoce más que nadie, con un
conocimiento, además, lleno de estima de lo mejor que hay en cada uno. Natanael
debió ser un judío virtuoso. Por eso Jesús lo alaba: Ahí tienen a un israelita auténtico en quien no hay engaño. El engaño
y la mentira destruyen lo que la religión puede producir en una persona.
¿De
dónde me conoces?, pregunta Natanael sorprendido. Si
en ese momento hubiese obrado en él la fe, habría recordado tal vez las
palabras del Salmo 139: Tú me sondeas y
me conoces…desde lejos conoces mis pensamientos. El saberse conocido por
Dios inspira confianza. Por eso el mismo salmo termina pidiéndole: Conoce mi corazón y ponme a prueba.
Jesús le dice: Cuando
estabas debajo de la higuera, yo te vi. Los exegetas se esfuerzan por
descubrir el significado de esta frase, pero hasta ahora sólo han conseguido especulaciones.
Lo más probable es que se refiera a Natanael como figura simbólica del
acercamiento de Israel a Dios por medio de la lectura y estudio de las
Escrituras.
En las tradiciones judaicas, en efecto, la higuera, árbol ubérrimo
en dulces frutos, era símbolo del conocimiento y de la felicidad, que se logra
principalmente con el estudio de la Ley. Pero conocer la Ley no basta para el
encuentro con el Mesías; por eso quizá las resistencias iniciales de Natanael respecto
a Jesús.
Rabí,
tu eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel, confiesa
Natanael, reconociendo la filiación divina de Jesús, maestro y rey de Israel. Sus palabras son un anticipo de todo
lo que el evangelio anunciará: la revelación del Hijo.
¡Cosas
mayores verás!, le dice Jesús. Verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando
sobre el Hijo del hombre. Verás que Jesús es aquel por quien se abren
definitivamente los cielos y sobre quien desciende el Espíritu. Jesús será el
“lugar”, el espacio de las relaciones auténticas con Dios, el verdadero templo
y puerta entre Dios y los hombres, realidad que fue apenas vislumbrada en la visión
de la escala de Jacob en Betel, terrible
lugar y puerta del cielo (Gen 28,17).
Jesús es la verdadera escala, que une al cielo con la tierra: Dios se comunica
al hombre y el hombre entra en comunicación con Dios.
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