P.
Carlos Cardó SJ
Jesús
expulsa demonios, grabado en madera de Gustavo Doré (1867), publicado en
Sagradas Escrituras, editado y publicado por Stuttgart Eduard Hallberger
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Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: "Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios". Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: "¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa. Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre". Jesús dijo esto porque ellos decían: "Está poseído por un espíritu impuro".
Antes de este pasaje, sus parientes habían dicho que estaba loco y pretendieron llevárselo
para controlarlo. Ahora, los expertos
en religión elaboran contra Él una denuncia más peligrosa para que la gente lo
repudie: ¡Tiene a Belzebú!
Pero Jesús no se amedrenta. Obligado a defenderse, reivindica para
sí la plena posesión del Espíritu divino, a cuyo poder se deben atribuir las
acciones liberadores que Él realiza y que demuestran, además, que el reinado de
Dios ha comenzado. Si
yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios… es que ha llegado a
ustedes el reino de Dios (Mt 12,28).
En la acción de expulsar demonios se concentra de la manera mas
gráfica el poder de Dios que actúa en Jesús venciendo al mal. Hoy no se tiene
la misma creencia que se tenía entonces acerca de una eventual presencia física
y una acción maciza del demonio en el mundo y en las personas, pero no por ello
estos textos evangélicos han perdido el valor profundo y el contenido teológico
que tienen como testimonios del poder divino de Jesús.
Gracias a Él, las fuerzas temibles del mal y de la muerte han
dejado ya de ser invencibles. Jesús exorciza, “desdemoniza” el mundo, liberando
al ser humano de todo demonio personal o social, de toda sumisión fatalista a poderes,
energías o fuerzas naturales o sobrenaturales que amenazan la vida y,
finalmente, de sistemas y estructuras que generan injusticias, odio, exclusión
y división en la vida social.
Viene
otro que es más fuerte que él y lo vence…
Jesús es el más fuerte. Su victoria está asegurada. Si algo está claro en el Evangelio
es que con Cristo todo tipo de mal, cualquiera que sea su índole y su poder
nocivo en la marcha de nuestra historia, no importa cuán esclavizante y
corruptor, sutil y oculto pueda parecer, ha sido derrotado y conquistado
definitivamente en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Hablando de ella dice Jesús
en el evangelio de Juan: Ahora el Príncipe
de este mundo será echado fuera (Jn 12,31).
Con muy mala fe, los maestros de la ley y los fariseos difunden entre
la gente que Jesús es un agente de Satanás, cuando no podía ser más evidente
que estaba en abierta lucha contra él. Jesús los increpa severamente,
haciéndoles ver que incurren en el único pecado imperdonable. La calumnia premeditada
que han lanzado contra Él es un insulto al Espíritu Santo, les dice. El
Espíritu de Dios es el que lo mueve a obrar en todo con amor, como el mismo
Dios actúa.
Quien afirme lo contrario, es decir, que es el espíritu de Satán,
espíritu de odio y de violencia, es el que mueve a Jesús, niega con mala fe la
evidencia e insulta al Espíritu Santo. Este comportamiento malintencionado, que
no es un hecho aislado sino una actitud corrompida, les hace optar
obstinadamente contra la verdad por secretas intenciones, cerrar toda
posibilidad de cambio y, por ello, toda posibilidad de recibir el perdón.
Simplemente no reconocen que hacen mal, niegan tener necesidad de perdón, impiden
al Espíritu su obra liberadora.
La misericordia de Dios no tiene límites, pero quien se niega
deliberadamente a aceptar la salvación y el perdón que Dios le ofrece, transita
un camino de oscuridad que conduce a la perdición. Ésta puede producirse no
porque el Señor y su Iglesia no puedan perdonarlo, todo lo contrario, sino
porque la persona misma se cierra a la gracia que se le ofrece.
Obrando así insulta al Espíritu Santo porque rechaza como inútiles
sus inspiraciones a la conversión, al reconocimiento del autoengaño (cf. Jn 16, 8-9) y a la acción de su amor que
cambia los corazones.
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