P.
Carlos Cardó SJ
Frontal de altar de La Seu d'Urgell o de los
Apóstoles, pintura policromada al temple sobre tabla, de autor anónimo (segundo
cuarto del siglo XII), Museo Nacional de Arte de Cataluña, España
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Jesús subió al monte y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios. Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
Subió al
monte –
Tanto en Israel como en las
culturas paganas, el monte era lugar teofánico: en él actuaba la divinidad o
tenía su morada. En el monte Sinaí se reveló Dios a Moisés y le dio la Ley. En
el monte Sión se construyó el templo, habitación de Dios y lugar de su culto. Con
Jesús, el monte (cuya localización geográfica no aparece) adquiere un
significado teológico más específico: Jesús, sustituyendo a Moisés, sube al
monte para traernos la revelación última de Dios, la nueva Ley, y fundar el
nuevo Israel, que renovará al antiguo.
Moisés
subía al monte para encontrarse con Dios; ahora, los que Jesús llama subirán a
donde Él está, pues encontrarse con Él es encontrarse con Dios,
Dios-con-nosotros, Dios en lo humano.
Llamó a los que quiso.
La llamada es iniciativa del Señor. Nace del amor con que ama al pueblo que
Dios escogió como instrumento para darse a conocer a la humanidad y ofrecer a
todos su salvación. Ahora, en Jesús, esa misma llamada se hace extensiva a todos,
por encima de su origen racial o su ubicación social. A todos ama el Señor y
para todos tiene una llamada especial que da a sus vidas un sentido. Les marca
el camino.
Y se vinieron donde él. La
respuesta implica cambio de ubicación, reorientación. Quien siente la llamada
del Señor ve que se le ofrece una nueva forma de ser, que consiste en imitarlo.
Ve, por ello, que lo importante es estar con Él, en comunión de vida,
aspiraciones y trabajo. Jesús llama de esta manera plena e incondicional porque
quiere prolongarse en el mundo por medio de sus discípulos, los de ayer y los
de hoy: Como el Padre me ha enviado, así los envío yo (Jn 20,21). Serán sus enviados (apóstoles).
Designó Doce. El
verbo que emplea el evangelista Marcos es solemne: constituyó. Los primeros llamados por él en número de doce, como eran doce las tribus de
Israel, representan al Israel definitivo que Jesús va a fundar y que nace de la
nueva alianza de Dios con los hombres.
Esos
doce primeros varones son figura o expresión de todos los seguidores y
seguidoras de Jesús que escucharán su llamada a estar con él y enviarlos a predicar. Ambas cosas, porque una lleva
a la otra. La identificación con Él y el colaborar con Él en su obra
evangelizadora. El amor se pone en obras, pero éstas han de ser las mismas que
el Señor realiza y al modo como Él las realiza. En el evangelio de Juan la
llamada del Señor se define como permanecer
en Él, en su amor (Jn 15,9) porque
sin mí no pueden hacer nada (Jn 15, 5).
Para
su misión, que es la de Jesús, reciben sus mismos poderes: les dio poder de expulsar a
los demonios. La predicación de la buena noticia del Reino tendrá
que ir siempre acompañada de las obras liberadoras que Jesús realizaba para dar
vida y crear una sociedad nueva en la que se manifieste el reinado de Dios.
Son
pocos para llevar el mensaje a toda la tierra. Pero es el estilo de Dios que actúa
en la debilidad y pequeñez, y no se impone porque quiere que se le ame
libremente. Es además un grupo heterogéneo y difícil: Simón, llamado “Pedro”, Santiago
y su hermano Juan, conocidos como los “violentos”, Andrés y Felipe, Bartolomé y
Mateo que era un publicano, Santiago hijo de Alfeo, Tadeo, Simón apodado el “fanático”
y finalmente el tristemente célebre Judas
Iscariote que traicionó a Jesús.
Ellos
y toda la multitud de testigos que a lo largo de los siglos se identificarán
con Jesús en la vida y en la muerte, no sólo empeñarán sus personas en su obra,
sino que buscarán que sus palabras, su modo
de pensar y actuar pase a hacerse carne y sangre en ellos, hasta poder adoptar
en toda circunstancia el modo de proceder de Jesús; más aún, hasta ser hallados
dignos de compartir también su destino redentor, dando como Él su propia
vida por la salvación del mundo.
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