P.
Carlos Cardó SJ
La
adoración de los pastores, óleo sobre lienzo de Bartolomé Esteban Murillo
(1650), Museo del Prado, Madrid, España
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Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
Este texto nos
pone con María, José y los pastores para ayudarnos a oír la
buena noticia del nacimiento del Hijo de Dios, meditar en sus consecuencias para
nuestra vida, y difundirla.
Los primeros en oír el anuncio del nacimiento de Jesús no fueron
el emperador romano ni los jefes del pueblo. La alegre noticia venida desde el
cielo (desde Dios, por la fe) llegó a unos pastores, pertenecientes a las
clases más pobres del pueblo. Ellos, los más postergados de la sociedad que
representan una constante en el evangelio de Lucas (cf. Lc 1,38.52), son los
primeros a quienes se les revela que el nacimiento de ese niño no es un
acontecimiento privado y sin importancia, sino que atañe a todo el pueblo de
Israel y a la humanidad en su conjunto.
No
teman, les anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo: Hoy les ha
nacido en la ciudad de David un Salvador, el Mesías, el Señor.
Como los pastores, todos los sencillos y humildes de corazón podrán llegar a
apreciar y vivir los valores del reino de Dios y de ellos Jesús dará gracias: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has
revelado a los sencillos (Lc 10, 21).
Al mismo tiempo, los pastores son también los primeros que,
después de encontrar a Jesús, se convierten en anunciadores (evangelizadores)
de la buena noticia que han recibido y comprobado. Transmiten el conocimiento
que les ha venido de lo alto acerca de este Niño y vuelven a su vida de todos los días con el corazón lleno
de alegría. A partir de ahí, todo el que con fe y humildad, como los pastores,
se encuentra con la bondad de Dios
nuestro salvador y su amor a nosotros (Tito 3, 4), sentirá el impulso (¡la
necesidad!) de comunicarla. La experiencia del encuentro con Dios es
necesariamente comunicativa.
Junto a los pastores, primeros evangelizadores, se destaca la
figura de María con la característica fundamental de su personalidad, que Lucas
desde el pasaje de la anunciación más subraya: su gran fe. María acoge y medita
en su interior lo que han dicho los pastores, procura comprender su significado
profundo, para apoyar el destino de su Hijo, aunque de momento quizá no logre
comprenderlo y se pregunte, como hizo ante las palabras del ángel: ¿Cómo podrá ser esto?
Ella, la gran creyente, vivirá meditado en su corazón la palabra
de Dios, para referirlo todo a ella, para llevarla a la práctica (Lc 8,21). Y así la veremos hasta el
final de su vida, cuando acompañe a a su Hijo en la pasión o espere en oración,
junto con la comunidad, la venida del Espíritu (Hch 1,14).
A
los ocho días, cuando circundaron al Niño, le pusieron el nombre de Jesús, como
lo había llamado el ángel ya antes de la concepción.
Con la circuncisión, señal de la alianza con Dios (cf. Gn 17,11), Jesús se
incorpora oficialmente en el pueblo de Israel. Pero este rito, es sólo la
ocasión de que se vale el evangelista Lucas para prestar atención a la
imposición del nombre, sobre el cual recae todo el énfasis de su narración. La
razón es que el nombre de Jesús no es un hecho casual o irrelevante, sino
impuesto por Dios porque tiene un significado que resume la vocación y misión
del Hijo de Dios encarnado: Dios salva.
El Dios innombrable de la fe judía, he aquí que tiene un nombre
que podemos pronunciar con amor y confianza porque expresa lo que Dios quiere
hacer por nosotros: darnos una vida plena, realizada, libre de todo peligro y
de todo mal, una vida salvada.
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