P.
Carlos Cardó, SJ
San Pedro y San Pablo, óleo sobre lienzo de Doménikos Theotokópoulos ‘El Greco’ (1605-1608), Museo Nacional de Estocolmo, Suecia |
En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?" Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas".Luego les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".Jesús le dijo entonces: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo".
Van camino de Jerusalén y Jesús tiene
con sus apóstoles un diálogo íntimo pero cargado de tensión porque han quedado
desconcertados con el anuncio de su pasión. En este contexto, Jesús les pregunta:
¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos
responden refiriendo las opiniones que circulan sobre él. Unos,
impresionados por la vida austera y la muerte del precursor de Jesús, dicen que
es Juan Bautista vuelto a la vida. Otros lo identifican con Elías, vuelto a la
tierra para consagrar al Mesías (Mal 3, 23-24; Eclo 48, 10) y preparar el
Reino de Dios (Mt 11, 14; Mc 9,11-12;
cf. Mt 17, 10-11). Otros lo
ven como Jeremías, el profeta que quiso purificar la religión y fue
martirizado por los dirigentes del pueblo. Otros, en fin, dicen que es un
profeta más.
Pero Jesús quiere saber qué piensan
y qué esperan de él los que van a continuar su obra. De lo que sientan en su
corazón dependerá su fortaleza o debilidad para soportar el escándalo de la
cruz. Por eso les pregunta: Y según
ustedes, ¿quién soy yo?
Pedro,
actuando en nombre de los Doce, le contesta: Tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios vivo. Estas palabras, con las que proclama que reconoce a Jesús como
Mesías divino, no han podido nacer de su genial perspicacia; como las demás los
discípulos él es un hombre sin mayor instrucción, un pobre pescador de Galilea.
Sus palabras han sido fruto de una gracia especial. Por eso le dice Jesús: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque
esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el
cielo”. Ahora ya todo cambia, Jesús puede manifestarles claramente el
misterio de su persona y del destino que le aguarda. Él es el enviado del
Padre, el Mesías Salvador, que entregará su vida por nosotros, será crucificado
y resucitará por la fuerza de Dios su Padre.
Pedro
tiene el germen de esa fe que irá madurando en él hasta que, vuelto de sus
pruebas, sea capaz de confirmar a sus hermanos (cf. Lc 22, 31). Por eso Jesús le dice: Tú serás llamado piedra, y
sobre esta piedra edificaré mi iglesia, dándole como misión el servicio de
la unidad, sobre la base de la conservación de la común fe revelada y el
vínculo de la caridad.
¿Quién dicen ustedes que soy yo?
La pregunta llega hasta nosotros. De la respuesta que se dé se seguirán las
diversas formas de concebir y vivir la fe cristiana. Un ideal ético de valores
y actitudes que ayuda a vivir humanamente bien consigo mismo y con los demás;
una conciencia social que empeña a la persona en la lucha por la justicia; un
referente sobrenatural más o menos mítico o mágico, al que se remiten las
propias incógnitas e inseguridades; una cosmovisión filosófica –enunciados y
argumentos– que dan razón de la causa y del sentido de la realidad existente;
un conjunto de prácticas religiosas, oraciones, invocaciones y ceremonias de
alabanza y súplica que ordenan los días del año con descansos y festividades
fijadas por la costumbre del grupo cultural al que se pertenece… Todo eso puede
ser más o menos bueno, más o menos humanizador, pero ahí no hay una relación
con alguien, no hay un cara a cara, en
el que se conoce a Jesucristo cada vez más internamente y se le ama hasta
desear ir tras él. No ocurre lo que dice San Pedro: que se le ama aunque no
se le haya visto, se confía en él aunque de momento no se le pueda ver, y eso
mantiene en el interior una alegría indescriptible y radiante (1Pe 1,8).
Nuestra respuesta a la pregunta de
Jesús: ¿Quién dices ustedes que soy yo?,
no puede ser otra que la que le dieron sus verdaderos discípulos que, dejando redes y barca, se decidieron a
seguirlo. Ellos creyeron y llegaron a conocer que Jesús era Salvador,
consagrado por Dios (Jn 6, 68), el
Cristo, Hijo de Dios vivo (Mt 16, 16).
En su forma humana de ser y en lo que hizo por nosotros, hemos conocido y creído el amor que Dios nos
tiene y hemos confiado en él (1
Jn 4, 16). Su ejemplo y sus enseñanzas iluminan y dan sentido a la existencia, y
por eso es lo central y más importante en la vida, hasta el punto de poder
decir con San Pablo: Si con él morimos,
viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos con él; si lo negamos, también
él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede
contradecirse a sí mismo (2 Tim
2,11-13).
Nota.
Este texto evangélico fue comentado el día 22 de febrero.
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