P. Carlos Cardó, SJ
El sermón en el monte, ilustración de William Brassey Hole en La
Vida de Jesús el Nazareno (1906)
|
En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, y les dijo:“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos, puesto que de la misma manera persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes”.
El
sermón del monte recoge los criterios según los cuales Dios juzga y actúa. Y es
fácil comprobar que son criterios opuestos a los del mundo. La sociedad ofrece otros
medios para fabricar la felicidad. Jesús se alegra con los desdichados porque
tienen “mayor ventaja”: Dios está a su favor, con ellos, promoviendo la
transformación del mundo en justicia, fraternidad y paz.
Las
bienaventuranzas no pueden servir de pretexto para obrar la injusticia o
resignarse a la pobreza material, que es un mal social. Al contrario, ellas
dejan al descubierto la raíz de toda injusticia y corrupción, que proviene del
hecho de considerar dichosos al rico y al poderoso que dominan a los demás. Si
éste es nuestro único criterio de valorar las cosas, es claro que continuarán
las injusticias y la corrupción, y consentiremos con ellas. De ninguna manera los
pobres son bienaventurados por la pobreza en que viven. Sólo el cambio de
valores que Jesús enseña puede hacerles comprobar que Dios está con ellos y que
el evangelio es buena noticia.
Tampoco
se pueden ver las bienaventuranzas como una nueva ley, más difícil que la
antigua. Son la descripción del corazón nuevo que Dios prometió por medio de los
profetas. Por eso, lo que aquí afirma Jesús es lo que Él vive y lo que comunica
a los que lo siguen. Sus palabras no son ley, sino evangelio; no son exigencias
nobles y difíciles, sino el anuncio de la obra que quiere realizar en nosotros
si lo aceptamos. Sin el don de su Espíritu del amor, las bienaventuranzas no
son otra cosa que una ideología, tanto más desesperante cuanto sublime.
Estas
palabras son para todo aquel que busca el sentido y verdad de su vida. Son las
actitudes que mueven el trabajo para hacer realidad una nueva humanidad. Son
los rasgos que podemos ver en aquellas personas y comunidades que se caracterizan
por ser misericordiosas, por tener limpio el corazón y buscar la paz. Estos
hombres y mujeres contribuyen a la creación de un mundo justo, solidario y
feliz. Ellos reproducen los rasgos del ser humano que Dios creó “a imagen y
semejanza suya”.
-
Pobres de espíritu: sin codicia ni
apegos materiales, son humildes de corazón, en contraposición a los de corazón
duro y dura cerviz. El pobre en el espíritu es agradecido porque sabe que todo es
don y gracia. Somos lo que hemos recibido. Así es Jesús, el Hijo, que todo lo
recibe del Padre. El motivo de la bienaventuranza no es la pobreza sino el por
qué, lo que con ella se consigue: al pobre, Dios lo llena de sus dones y
está dispuesto a dársele. La pobreza es la condición para acogerlo.
- Pacientes: bondadosos,
han desterrado de su alma la hostilidad. No pelean y ceden en vez de agredir. No
se irritan, no intentan dominar, ni buscan la venganza. No son insensibles. Dueños
de sí mismos, saben controlar y modificar sus sentimientos.
- Los afligidos: firmes
frente al sufrimiento, no sacan de él ni pesimismo ni amargura. Dios los
consuela y fortalece para poner amor en la adversidad y superarla.
- Los que tienen hambre y
sed de justicia: convencidos de que el respeto y la equidad son la
condición para poder vivir humanamente en sociedad, se empeñan en descubrir nuevos
horizontes de posibilidades, nuevas alternativas de vida digna para todos, nuevos
caminos para la superación de los conflictos.
-
Misericordiosos: interesados en
resolver el problema del otro, su empatía les lleva a sentir como propio el
sufrimiento ajeno. Es la forma fundamental del amor: pasión que se hace
com-pasión.
-
Limpios de corazón: El corazón es el
centro de la persona. En su corazón llevan a Dios, por eso lo ven en todas las
cosas y a todas las cosas en él. Carecen de
malicia, son rectos y leales con Dios y con el prójimo. El
corazón limpio no está dividido por conflictos de lealtades, ni mezcla de
intereses, no es hipócrita ni inseguro.
-
Constructores de la paz: se oponen a
todo tipo de violencia, evitan los conflictos y los que son inevitables,
procuran resolverlos con diálogo y concertación. Construyen fraternidad, es
decir, colaboran en la obra que Dios, después de la creación, sigue realizando
en el mundo. Por eso Él los acoge como sus hijos e hijas.
-
Perseguidos: podrán ser incomprendidos
y aun perseguidos porque su sola presencia contradice a los poderosos. Quien
ama a los hermanos se choca con el mal: encuentra hostilidad. Como Jesús. El
discípulo sabe que su destino puede ser el de su Maestro y sabe también que si con él morimos, reinaremos con él
(2Tim 2,11).
Así
pensó Dios al ser humano cuando lo iba modelando con sus propias manos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.