P. Carlos
Cardó, SJ
La
Santísima Trinidad, óleo sobre lienzo atribuido a Francisco Caro (siglo XVII),
Museo del Prado, Madrid
"Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él. El que cree en Él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios".
Celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Pedimos
la gracia de conocer este gran misterio. Pero recordemos que “misterio” no es
una suerte de enigma que no se puede comprender. Para los cristianos, misterio es
una verdad revelada, es decir, que conocemos porque alguien, en quien confiamos
plenamente, nos las ha comunicado y que, una vez acogida, no deja de dársenos a
conocer, produciendo efectos en nuestra vida. No es una idea abstracta sino una
verdad que transforma la vida, dándole sentido y calidad.
El misterio de la Trinidad nos dice que Dios es
comunidad de personas. No es un ente abstracto y
lejanísimo, sino vida y fuente de vida, y por eso es comunidad y relación. La
expresión de San Juan: “Dios es amor”
pone justamente de relieve la relación interna amorosa que constituye el ser de
Dios: el que ama (el Padre), el que es amado (el Hijo) y el amor con que se
aman y se unen (el Espíritu Santo).
Y
como hemos sido creados a su imagen y semejanza, los seres humanos alcanzamos
nuestro pleno desarrollo en nuestra relación de hijos e hijas para con Dios y de
hermanos y hermanos entre nosotros. Es lo que deseamos realizar con la
bendición del comienzo de la misa: “La
gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión en el
Espíritu santo estén con ustedes” (2 Cor 13, 11-13).
Guiados por los profetas, los israelitas fueron
intuyendo progresivamente a lo largo de su historia, y siempre de manera velada
y fragmentaria, el misterio del único Dios en tres personas. Vieron a Dios como
Padre, creador y señor, que por pura benevolencia había escogido a su pueblo de
Israel para desde él ofrecer a la humanidad el don de la salvación.
Experimentaron también el misterio de Dios al sentir la
fuerza, que como fuego o viento impetuoso (espíritu) sostiene y orienta la
creación, ilumina las mentes, dispone los corazones para el amor e instruye en el
recto obrar conforme a la Ley moral. Y también por inspiración de los profetas llegaron
a intuir que, en el tiempo fijado, Dios enviaría un Salvador, el Mesías, el
Señor. Anunciado como luz de las naciones, pastor, maestro y servidor, el
Mesías haría posible la máxima cercanía de Dios con los hombres, y sería
llamado Emmanuel, Dios con nosotros.
Pero podemos afirmar que sólo en Jesús de Nazaret, en
su palabra y en sus actitudes, en su vida y en su muerte, se abrió para la
humanidad el camino al conocimiento de Dios Trinidad. Ante la revelación de
Dios en Jesús de Nazaret, las antiguas intuiciones de los profetas quedan
opacadas. Podemos decir que sin Jesús, difícilmente habríamos podido conocer
que, en efecto, Dios realiza la unidad de su ser en tres personas: como el
Padre a quien Jesús ora y se entrega hasta la muerte y es quien lo resucita; como
el Hijo que está junto al Padre, nos transmite todo su amor liberador y en
quien el mismo Dios se hace presente entre nosotros al modo humano; y como el
Espíritu Santo que es la presencia continua del amor de Dios en nosotros y en
la historia.
Jesús mantuvo con Dios una singular relación de
cercanía e intimidad, que Él expresaba con el lenguaje con que un hijo se
dirige a su padre llamándole: Abbá.
Mantuvo con Él la más absoluta confianza: Tú
siempre me escuchas, decía en su oración; mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre; mi Padre me ha enviado y
yo vivo por él; las palabras que les digo se las he oído a mi Padre; mi padre y
yo somos una misma cosa. Al explicarnos esto, Jesús nos enseñó cómo y por
qué Dios es Padre, suyo y nuestro. Subo a
mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.
Asimismo, Jesús reclamó para sí la plena posesión del
Espíritu divino. Se aplicó, sin temor a ser tenido por pretencioso y blasfemo,
las palabras de Isaías: El Espíritu del
Señor está sobre mí porque me ha consagrado; me ha enviado a anunciar la buena
nueva a las naciones... (Lc 4, 18-19; Is 61, 1-2).
Y después de su resurrección, envió desde el Padre al
Espíritu Santo a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra
en el mundo. Por este mismo Espíritu tenemos acceso a Jesucristo, lo adoramos
como Dios y hombre verdadero. Por él también tenemos acceso al Padre como hijos
e hijas, liberados de toda opresión y temor. Por él formamos entre todos una
familia especial, más allá de toda diferencia, la Iglesia en la que Cristo se prolonga
por toda la historia. Este es el núcleo central de
nuestra fe: un solo Dios que en cuanto Padre crea familia, que en cuanto Hijo
crea fraternidad y en cuanto Espíritu Santo crea comunidad.
De
este modo, el misterio de la Trinidad se convierte en
nuestro propio misterio: nos realizamos a imagen de Dios no como individuos aislados sino formando la
comunidad humana. Misterio
de comunión, la Trinidad nos hace apreciar esta verdad que da sentido a la vida:
la verdad de la comunión fraterna, de la solidaridad, del respeto y la mutua
comprensión, del afecto y la bondad, en una palabra, la verdad del amor.
Por eso, la fe en Dios Trinidad, encuentra en el amor
humano su expresión más cercana y sugerente. En la unión amorosa del hombre y
de la mujer, de la que nace el niño, podemos tener una continua fuente de
inspiración para nuestra oración y para nuestro empeño diario por hacer de este
mundo un verdadero hogar.
El misterio de la Trinidad Santa no es,
pues, una teoría ni un dogma racional. Es una verdad que ha de ser llevada a la
práctica. Porque quien confiesa a Dios como Trinidad, vive la pasión de
construir comunidad. La Trinidad le inspira sus acciones y decisiones para que
todo contribuya a crear una sociedad en la que sea posible sentir a Dios como
Padre, a Jesucristo como hermano que da su vida por nosotros, y al Espíritu
como fuerza del amor que une los corazones para formar entre todos una sola familia.
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ResponderBorrar"Porque quien confiesa a Dios como Trinidad, vive la pasión de construir comunidad."
Querido Padre Carlos, gracias por recordarnos esta verdad que nos inserta en el misterio del amor de Dios. Gracias.