P.
Carlos Cardó, SJ
La
zarza ardiendo, grabado en madera (xilografía) de Michel
Wolgemut y Wilhelm Pleydenwurff (1493) publicado en el libro incunable Las
Crónicas de Nuremberg
En aquel tiempo, fueron a ver a Jesús algunos de los saduceos, los cuales afirman que los muertos no resucitan, y le dijeron: "Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre muere dejando a su viuda sin hijos, que la tome por mujer el hermano del que murió, para darle descendencia a su hermano. Había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo se casó con la viuda y murió también, sin dejar hijos; lo mismo el tercero. Los siete se casaron con ella y ninguno de ellos dejó descendencia. Por último, después de todos, murió también la mujer. El día de la resurrección, cuando resuciten de entre los muertos, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque fue mujer de los siete".Jesús les contestó: "Están en un error, porque no entienden las Escrituras ni el poder de Dios. Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni los hombres tendrán mujer ni las mujeres marido, sino que serán como los ángeles del cielo. Y en cuanto al hecho de que los muertos resucitan, ¿acaso no han leído en el libro de Moisés aquel pasaje de la zarza, en que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Están, pues, muy equivocados".
Unos miembros del partido de los saduceos se presentan ante Jesús
con una pregunta sobre la resurrección de los muertos, en la que no creen. Los
fariseos, sus enemigos acérrimos, sí creían en ella. Los saduceos eran generalmente
terratenientes de la aristocracia sacerdotal conservadora, que sólo aceptaban
como normativos los cinco primeros libros de la Biblia, atribuidos a Moisés.
Por ello negaban la resurrección de los muertos, que aparece a partir de los
libros proféticos (Is 26,19; Dan 12,2).
Sin embargo, a pesar de las diferencia, saduceos y fariseos se unirán en su
enemistad contra Jesús.
Para demostrar el absurdo de la resurrección, los saduceos le
presentan a Jesús un hipotético caso traído de los pelos (vv. 18-23), que es
una aplicación de la ley del levirato (Dt
25, 5-10), dictada para garantizar la descendencia del casado. Esto era de
suma importancia para un hebreo.
Si se piensa en la promesa que Dios había dado a la descendencia
de Abraham, el hombre que moría sin hijos era considerado un maldito, pues
quedaba excluido de la promesa. La descendencia garantizaba al padre el poder
ver realizada en los hijos de sus hijos la bendición de Dios, y perpetuarse en
la vida de sus descendientes como una forma de sobrevivir más allá de la
muerte. Pero aparte de estas consideraciones religiosas, la ley del levirato
era importante para lo saduceos, propietarios de tierras, porque con ella se
resolvían los complejos problemas de las herencias de tierras.
La respuesta que Jesús da se sitúa en la misma línea de
pensamiento que antes ha mantenido (cap. 10), a propósito del matrimonio y de
las riquezas. Como solución a los problemas que los discípulos pueden encontrar
en esos campos, él ha expuesto la lógica del reino de Dios, en contraposición a
la lógica de la “posesión” que domina a este mundo.
Por esto, a aquellos que preguntan: ¿De quién de ellos será la mujer?, a quién pertenecerá, Jesús les
responde: Están muy equivocados en esto,
porque no comprenden las Escrituras ni el poder de Dios. En el Reino de
Dios, reino de los resucitados, no existe el problema de quién “tendrá” mujer.
Allí queda excluido el egoísmo y el ansia de poder y dominio, porque el reino
de Dios es reino de amor, libertad, entrega y servicio, como es la vida de los
ángeles.
El modo de vida de los resucitados es, pues, el mismo que se ha
manifestado “desde el cielo con poder” en Jesús y que se realiza sobre la
tierra como se expone a continuación en su enseñanza sobre el mandamiento más
importante (12,28-34).
Acerca de la posibilidad misma de la resurrección, Jesús responde
recurriendo al Éxodo 3,6, el pasaje de la zarza ardiente, y elabora el
siguiente argumento: Dios se manifiesta a Moisés como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; pero como es Dios de vivos y
no de muertos, se ha de concluir que los patriarcas están vivos; de lo
contrario, la fidelidad del amor de Dios a sus siervos quedaría reducida únicamente
a la vida terrenal.
Con este argumento Jesús recuerda a sus oyentes algo que es fundamental
en la fe judía: que Dios es fiel a las promesas hechas a sus patriarcas y
que su fidelidad no puede quedar
destruida por la muerte. Ésta no puede vencerlo porque es un Dios
amigo de la vida, como lo llama el libro de la Sabiduría, destacando uno de
sus más bellos atributos: Amas cuanto
existe y no desprecias nada de lo que hiciste, pues si algo odiaras, ¿para qué
lo habrías creado? ¿Cómo existiría algo que tú no lo quisieras? ¿Cómo
permanecería si tú no lo hubieras creado? Porque tú eres indulgente con todas
las cosas, porque todas son tuyas, Señor, amigo de la vida (Sab 11, 24-26).
Frente a Él, el dios de la muerte, dios de los saduceos, es un
dios construido por los hombres para salvaguardar y perpetuar lo que más les
interesa: el poder y la posesión. El Dios verdadero es el que se manifestó a
Moisés como Dios del amor y de la libertad. El mismo Dios se reveló plenamente
en Jesús, para que quien lo siga y entregue su vida por él y por el evangelio,
no la pierda sino que la salve para la eternidad (cf. 8,35). Quien no es capaz
de entender esto y orienta su vida en función de otros valores opuestos a los
que muestra Jesús en su evangelio está, como los saduceos, en un grande error.
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