P. Carlos Cardo, SJ
Árbol de mora en otoño, óleo sobre
lienzo de Vincent van Gogh (1889), Museo de Arte Norton Simmon, Pasadena,
Estados Unidos
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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuidado con los falsos profetas. Se acercan a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Todo árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos y un árbol malo no puede producir frutos buenos. Todo árbol que no produce frutos buenos es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los conocerán".
Una experiencia perturbadora
vivida por las primeras comunidades cristianas fue, sin duda, la que aquí
apunta el evangelio de Mateo: la presencia de los falsos profetas o maestros que
se presentan como pacíficos e indefensos pero destruyen la comunidad.
San Pedro habla de falsos
maestros, que introducen encubiertamente herejías destructoras (2Pe 2,1-2). San Pablo alerta a los
cristianos de Roma para que se fijen en los que causan divisiones
y tropiezos en contra del mensaje cristiano y para que se aparten de ellos (Rom 16,17). Entre estos falsos profetas
y maestros, los que mayor preocupación le causaron al Apóstol fueron los
judaizantes que actuaban para ser vistos como fieles a ley de Dios (Gal 6, 12-17) pero en realidad eran una
levadura malsana (Gal 5,7-12) que le
quitaba a la cruz de Cristo su valor redentor.
Junto a ellos ponía también Pablo
a todos aquellos que, con su vida licenciosa, no pensaban más que en las cosas
de la tierra y propagaban malas costumbres (Fil
3, 18-9). Todos ellos son los “asalariados” de la parábola del Buen Pastor
en el evangelio de Juan (Jn 10,12) y
los “lobos rapaces” a los que alude Pablo en su despedida de Mileto: Yo sé
que, después de mi partida, se introducirán entre ustedes lobos rapaces
que no perdonarán el rebaño; y también entre ustedes mismos se levantarán
hombres que hablarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos detrás de
sí (Hech 20,29).
Esta experiencia, que subyace al texto
que comentamos, no es cosa del pasado. Apunta a todos aquellos que seducen al
pueblo con apariencias de bien y de verdad, pero persiguiendo fines
interesados. No sólo son gentes que predican falsas doctrinas, sino que se
atribuyen la función de maestros inspirados por Dios o sabios conocedores de
las cosas espirituales, pero que no lo son en realidad. Su disfraz en piel de
oveja significa que se presentan como inofensivos miembros del “rebaño” y hacen
mucho daño a los desprevenidos.
Mateo da a la comunidad una norma
para poder reconocer a estos falsos profetas y maestros: saber discernir lo
bueno y lo malo en lo que proponen. Es la primera regla del discernimiento
espiritual: al árbol se le conoce por sus frutos. Todo árbol bueno da frutos buenos; pero el árbol malo da frutos malos. Sus
palabras y su modo de comportarse pueden parecer acertados y correctos, son su
disfraz. Pero su verdadero ser, en contradicción con la voluntad de Dios, no
puede quedar oculto a pesar de todas sus apariencias externas. Descubrir a dónde
pretenden llevar a la comunidad es la finalidad del discernimiento. Hermanos queridos, no crean a cualquiera que
pretenda poseer el Espíritu. Hagan más bien un discernimiento para ver si
pertenece a Dios (1Jn 4,1).
A todo esto, San Ignacio de Loyola
en sus famosas reglas para el discernimiento espiritual añade algo muy certero,
que vale no sólo para distinguir los buenos de los malos maestros, sino también
las buenas y malas inspiraciones, deseos, tendencias que pueden surgir en
nosotros “bajo apariencia” de bien y pueden engañarnos, llevándonos a tomar
malas decisiones.
Nos
dice que debemos analizar el desarrollo que tienen tales deseos o pensamientos
que nos vienen porque si en su origen, en el medio o en el fin al que nos
llevan todo es bueno o inclinado al bien, eso es señal de que proceden del buen
espíritu; pero si al comienzo, al medio o al fin encuentro algo malo, o menos
bueno de lo que me había propuesto hacer, o debilita mi vida espiritual, me
inquieta y perturba, quitándome la paz, tranquilidad y quietud que antes tenía,
eso es clara señal de que procede de mal espíritu, con el cual no voy a poder
tomar buenas decisiones (Ej. Esp. 3
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