P.
Carlos Cardó, SJ
San Juan evangelista,
óleo sobre lienzo de El Greco (1605), Museo del Prado, Madrid
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En aquel tiempo, Jesús dijo a Pedro: "Sígueme". Pedro, volviendo la cara, vio que iba detrás de ellos el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había reclinado sobre su pecho y le había preguntado: `Señor, ¿quién es el que te va a traicionar?’ Al verlo, Pedro le dijo a Jesús: "Señor, ¿qué va a pasar con éste?" Jesús le respondió: "Si yo quiero que éste permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú, sígueme".Por eso comenzó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no habría de morir. Pero Jesús no dijo que no moriría, sino: ‘Si yo quiero que permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?’Éste es el discípulo que atestigua estas cosas y las ha puesto por escrito, y estamos ciertos de que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús y creo que, si se relataran una por una, no cabrían en todo el mundo los libros que se escribieran.
Después
del diálogo de Jesús Resucitado con Pedro, en el que le ha ratificado en la
misión de apacentar su rebaño, aparece en escena el discípulo a quien tanto
quería. Lo que sigue a continuación va a ser una constatación de que en la
comunidad eclesial hay distintas formas de seguimiento de Jesús y distintas funciones
y carismas que deben coexistir en armonía. Pedro representa a la iglesia
jerárquica, el discípulo amado simboliza a los cristianos que, mediante el trato
personal con el Señor y la entrega a los demás, testimonian hasta el fin de los
siglos que el Dios amor envió a su Hijo al mundo para salvarlo.
Pedro
miró alrededor y vio que, detrás de ellos, venía el otro discípulo al que Jesús
tanto amaba. Su triple confesión de amor, que ha anulado su triple negación y
ha hecho posible que el Señor le confiera la misión de pastorear a su rebaño,
ha concluido con la orden: Sígueme. Se
ha abierto para él un futuro nuevo, el inicio de un auténtico seguimiento de
Jesús que le ha de llevar hasta la aceptación de su mismo destino de cruz.
Pedro mira alrededor y ve que el discípulo a quien Jesús tanto
quería, viene siguiendo, porque él nunca ha dejado de seguir al Señor. Advierte
entonces la importancia que tiene este discípulo: no ejerce un cargo de
autoridad, pero sí testimonia un hondo conocimiento de Jesús y un profundo amor
a su persona y a su obra. Es el discípulo que, durante la cena, apoyó su cabeza
sobre el pecho de Jesús, el que estuvo con la Madre al pie de la cruz y miró al
que atravesaron (19,35).
Este discípulo tiene la capacidad de escuchar al Señor y de
reconocerlo allí donde no es reconocido por los demás, como hizo en la barca
cuando dijo a Pedro: Es el Señor. Él
representa a la comunidad donde se gestó y escribió el cuarto evangelio (21,
24) y personifica al mismo tiempo al auténtico seguidor de Cristo, que, porque haber
sido amado primero (13,23; cf. 1 Jn 4,19)
tiene un gran amor al Señor y ama a los demás con el amor con que Cristo los
amó.
La condición de este discípulo,
llevada al nivel de lo emblemático, nunca tendrá que faltar en la Iglesia. Las
palabras de Jesús a Pedro: Si yo quiero
que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme, no se refieren
a la vida temporal que iba a tener el autor del cuarto evangelio, sino al amor
que ha de mostrarse en la comunidad como prueba y testimonio de que con la
entrega de Jesús en la cruz y su resurrección, el amor salvador de Dios ha
vencido al pecado y a la muerte.
Cristo Resucitado sigue actuando
en su Iglesia a través del servicio que Pedro como vicario suyo debe ejercer;
pero actúa también en el servicio del discípulo, cuya intimidad con él le mueve
a actuar con aquel amor que es el testimonio más creíble de la salvación que
Dios ofrece.
Queda claro, pues, que lo más
importante en la Iglesia es la demostración del amor en todos los servicios,
funciones y misiones que en ella se ejerzan. Eso es lo que nunca puede faltar, lo
que debe permanecer. Especialmente usado y valorado por Juan, el verbo permanecer, y su sinónimo habitar, recuerdan a la Iglesia que lo decisivo
para poder dar fruto es la unión con Cristo y con los hermanos. Ese es el
“espacio” donde debe permanecer.
Por su parte el creyente recuerda
también que el vínculo personal con el Señor es fundamental, cualquiera que sea
el camino que debe recorrer y afrontar en su seguimiento. Pero en definitiva
uno solo es el camino, el del amor que sostiene el aliento del discípulo a lo
largo de la historia: ¡Ven,
Señor, Jesús! Ven a dar cumplimiento a la unión perfecta que esperamos, para
que seas uno en nosotros como el Padre y tú son uno.
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