P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Yo les aseguro: cuanto pidan al Padre en mi nombre, se lo concederá. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa. Les he dicho estas cosas en parábolas; pero se acerca la hora en que ya no les hablaré en parábolas, sino que les hablaré del Padre abiertamente. En aquel día pedirán en mi nombre, y no les digo que rogaré por ustedes al Padre, pues el Padre mismo los ama, porque ustedes me han amado y han creído que salí del Padre. Yo salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre".
En
diversos pasajes de los evangelios sinópticos aparece la recomendación de Jesús
de orar al Padre con toda confianza. Lo que más pone de relieve el evangelista
San Juan es el orar en el nombre de Jesús. Aquel día pedirán en mi nombre; sin embargo,
no les digo que intervendré ante el Padre por ustedes, ya que el Padre mismo los
ama, porque ustedes me amáis y tienen fe en que yo he salido de junto a Dios.
En la Última Cena ya se lo había recomendado Jesús a los discípulos: Todo lo que pidan al Padre en mi nombre, lo
haré (14, 13). La precisión en mi
nombre tiene, pues, mucha importancia porque es lo que ha de caracterizar la
oración del cristiano y lo que le dará eficacia.
En
primer lugar, orar en su nombre
significa creyendo en Él (v. 27),
poniendo en Él toda mi confianza, unido a Él por la fe que me hace compartir su
modo de pensar y de actuar. No es simplemente tener a Jesús como el intercesor
válido y poderoso, ni significa que debo orar como representante suyo. En la
oración (como en la vida toda), confieso que Jesús es el Señor a quien
pertenezco, a quien he entregado “todo mi haber y poseer” porque es el centro
de mi vida. Y eso es lo que su Padre ve. Esa es la razón por la que escucha al
discípulo, porque pertenece a Jesús por la fe y el amor.
Los
discípulos conocían ya a Dios como el Padre de Jesús, pero no tenían aún un conocimiento perfecto. Jesús les dice que lo que Dios es para Él y
el amor que tiene a todos sus hijos e hijas, se les revelará claramente en la hora en que no les hablaré ya de forma
enigmática, sino que les comunicaré abiertamente al Padre, es decir, en la hora de su muerte y
resurrección.
Entonces,
por la acción del Espíritu que les enviará, y que lo mantendrá vivo en sus
corazones, comprenderán realmente lo que Jesús les había querido revelar
(cf.13, 7.36), acogerán esta comunicación y recibirán el poder de ser hijos e hijas de Dios (1, 12), que se sitúan con
absoluta confianza ante su Padre.
Por esto, dice Jesús a
continuación: Aquel día pedirán en mi
nombre; sin embargo, no les digo que intervendré ante el Padre por ustedes, ya
que el Padre mismo los ama, porque ustedes me amán y creen firmemente que yo salí
de junto a Dios. No será ya un simple intercesor
de sus súplicas, porque Él mismo estará en ellos, interior a ellos. Ellos se
han unido al Hijo por la fe y el amor. Por eso el Padre los ama y los escuchará.
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