P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Pedro le dijo a Jesús: "Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte".
Jesús le respondió: "Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna.
Y muchos que ahora son los primeros serán los últimos, y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros".
¡Qué difícil es entrar en el reino
de Dios! Le es más fácil a un camello
pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.
Estas palabras de Jesús, como aquellas otras que dijo a propósito del
matrimonio: Lo que Dios ha unido, no lo
separe el hombre, atemorizan a los discípulos. Entonces no viene a cuenta casarse, dijeron a propósito del
matrimonio. Entonces ¿quién podrá salvarse?,
piensan a propósito de las riquezas, ¿cómo vamos a sobrevivir?, ¿tendremos
seguridad o nos espera la miseria? Como siempre, Pedro se hace el portavoz del grupo
e interpela a Jesús: Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos
seguido. Aduce méritos,
reclama derechos. No se pone antes a sopesar el grado de su renuncia, si en
realidad lo han dejado todo y si su seguimiento de Jesús es auténtico o esta
mezclado con motivaciones no evangélicas.
Viene entonces la respuesta de Jesús, misteriosa, compleja, que
puede prestarse a malas interpretaciones. Les aseguro que todo aquel que haya dejado… recibirá
cien veces más. No es que
Jesús borre con una mano lo que ha escrito con la otra. Por eso no se puede manipular
este texto para justificar el triunfalismo, las riquezas o el afán de lucro en
la Iglesia. La respuesta de Jesús no va dirigida directamente a Pedro y al
grupo de los “escogidos”, sino en general a todo aquel que lo siga, y está
formulada como un principio general, que Pedro y los discípulos tendrán que ver
si se aplica a ellos o no, si cumplen o no las condiciones y si experimentan
realmente el amparo de Dios o no, y por qué.
Se recibirá cien veces más si se rompe toda
atadura material o familiar que impida la libertad para poder adherirse a
Cristo y colaborar con Él en la misión de propagar el evangelio. Con esta
libertad y desasimiento, la persona se hace plenamente disponible para acoger
el don que supera todas sus expectativas.
La promesa de compensación por la renuncia es espléndida: cien
veces más, aquí y después de esta vida, en padres y hermanos, porque el
discípulo pasa a formar parte de la comunidad de los que son de Cristo, en la que rige la norma del amor fraterno. Asimismo,
por los bienes materiales dejados, encontrará el céntuplo en casas y campos.
Todo ello se da en la nueva familia, que vive los valores del Reino (cf. Mc 4,11).
Las cien casas equivalen a la vida que se caracteriza por la
acogida y apertura a todos, a la nueva familia, de hombres y mujeres libres que
se aman y cumplen la voluntad de Dios. Esta voluntad se realiza no en el tener
sino en el dar y compartir. Lo que vale de una persona no es lo que tiene, sino
lo que da. Se ve al final de la vida: a uno se le recuerda por lo que ha dado…
El verdadero rico es el que da, no el
que acapara.
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