P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo a Tomás: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto".
Le dijo Felipe: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta".
Jesús le replicó: "Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ve a mí, ve al Padre. ¿Entonces por qué dices: 'Muéstranos al Padre'? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras. Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre; y cualquier cosa que pidan en mi nombre, yo la haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Yo haré cualquier cosa que me pidan en mi nombre".
Jesús,
en la última cena, transmite a sus discípulos la confianza de que, por la fe,
podrán experimentar que está siempre con ellos y no los abandona nunca. A
partir de su resurrección, se inicia una nueva forma de presencia suya que se
concreta en el amarnos unos a otros como Él nos amó y en la oración en su
nombre.
Yo soy el camino, la verdad y la
vida, les dice a todos lo que quieren saber
quién es Él. Jesús es el camino
porque Él mismo es la verdad y la vida. Es el camino hacia la fuente y plenitud
de la verdad y de la vida, que es Dios, meta de nuestro caminar. Por eso añade:
Nadie va al Padre sino por mí. Es la verdad, porque revela al Padre,
de modo que quien lo conoce a Él conoce a Dios. Es la vida, porque vive en el
Padre, hasta el punto de que quien lo ve a Él, ve al Padre (v.8).
Ha dicho también: Yo he venido para que tengan vida y la tengan plena (Jn 10,10)
porque el Padre ha dado esta vida al Hijo y es el Hijo el único capaz de darla
a los que creen en Él (Jn 10,18). Quien cree en mí, aunque muera, vivirá (Jn 11,25). De modo que con estas palabras
sobre su propia identidad, Jesús no se presenta simplemente como un guía moral,
sino como el sentido único y la dirección cierta que conduce a la realización
plena de la existencia humana, que es el encuentro con Dios. En Él conocemos a
Dios y a nuestro yo más auténtico, que consiste en ser hijos e hijas de un Dios
que es Padre.
Con toda ingenuidad Felipe pide a Jesús: Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta. Quizá está pensando en las teofanías
que vieron Moisés y Elías en el Sinaí, o en las visiones de la corte celestial
que tuvieron los profetas. No ha
entendido que Jesús se ha referido a sí mismo como el Enviado definitivo del
Padre, en quien el Padre realiza su plan de salvación, cuyo actuar es el actuar
de Dios y cuya humanidad hace accesible a Dios. La respuesta de Jesús: Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre
insiste en la realidad de un Dios a quien nadie ha visto, pero que se ha
revelado, encarnado y hecho presente en Él (1,18; 17,6).
En adelante es por la humanidad de la Palabra
encarnada como los seres humanos se unen a Dios. No hay otro mediador. La
humanidad de Jesús y, en particular, el modo como vivió la fraternidad, hace
ver que todos tenemos un origen común y que Él es el Hijo de un Dios que es Padre.
En sus palabras y obras, Dios se manifiesta y se da como amor. Por eso, también
nosotros haremos lo que Él hizo y aun cosas mayores, porque su amor sigue en
nosotros por el Espíritu Santo. Quien cree en mí hará las obras que yo hago e incluso otras mayores.
El vacío dejado por su partida lo llena su
presencia en nosotros. Es la promesa que Jesús hace y que se cumple para el que
cree en Él. La fe realiza la unión de Jesús con el discípulo, semejante a la
unión de Jesús con el Padre. Y la fe se expresa de manera privilegiada en la oración
en su Nombre, que significa orar unido a Jesús. Y por eso, porque Jesús está
unido al Padre, no cabe duda de que la oración será escuchada: Les concederé todo lo que pidan en mi
nombre.
Este “todo” que Jesús promete conceder se refiere a
la obra que Dios ha realizado en el mundo por medio de Él, y de la que los
creyentes se han convertido en actores e instrumentos. Por eso dice Jesús que
lo que concede es para que el
Padre sea glorificado. La oración cristiana en nombre de Jesús expresa,
pues, el deseo de ser su instrumento eficaz. Esa ha de ser la motivación de
todas nuestras peticiones.
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