martes, 16 de mayo de 2023

Les enviaré el Espíritu Consolador (Jn 16, 5-11)

 P. Carlos Cardó SJ

Adoración del nombre de Jesús, fresco de Francisco de Goya (1772), Basílica de Nuestra Señora del Pilar, Zaragoza, España

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Me voy ya al que me envió y ninguno de ustedes me pregunta: '¿A dónde vas?'. Es que su corazón se ha llenado de tristeza porque les he dicho estas cosas. Sin embargo, es cierto lo que les digo: les conviene que me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito; en cambio, si me voy, yo se lo enviaré.
Y cuando él venga, establecerá la culpabilidad del mundo en materia de pecado, de justicia y de juicio; de pecado, porque ellos no han creído en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me verán ustedes; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está condenado".

Jesús retorna a su Padre. Se cumple el designio trazado desde antiguo por Dios en favor de la humanidad. Toda la visión que tiene San Juan en su evangelio acerca del significado y obra de Jesucristo se desarrolla como un movimiento o dinamismo de descenso y ascenso. La vuelta al Padre es culminación de la revelación y glorificación final del Hijo.

Sin embargo, los discípulos se llenan de tristeza ante la partida de su Maestro, y Él se lo hace ver: La tristeza se ha apoderado de ustedes. No comprenden el sentido de su retorno al Padre, que inaugura su nueva forma de existencia. Si antes Jesús estuvo con ellos, en adelante estará en ellos. Pero eso lo entenderán después; ahora sólo experimentan un sentimiento de orfandad.

La partida física de Jesús es condición para su permanencia continua en el Espíritu. Por eso les dice: les conviene que yo me vaya porque, si no me voy, el Espíritu Consolador no vendrá a ustedes; pero si me voy, lo enviaré. En el Espíritu, por la fe y el amor que Él pondrá en sus corazones, ellos sabrán discernir su presencia en los signos que ese mismo Espíritu les hará sentir en su interior: alegría y paz, consuelo y fortaleza, claridad y sentido de lo que agrada a Dios. De ese modo, la vuelta de Jesús al Padre no deja huérfanos a los que lo siguen.

El Espíritu es el amor que une al Padre y al Hijo y que se desborda hasta nosotros y nos abraza. Procede de ambos y es el mismo ser divino que viene a nosotros como el don por excelencia del Hijo. Así, el Espíritu Santo nos hace partícipes de su divinidad.

La tentación del cristiano es percibir el tiempo presente, que ya no es el tiempo de la presencia física del Señor, ni el de su segunda venida en gloria, como si fuera un tiempo pobre, vacío de los bienes que Jesús ofreció mientras vivió en Palestina. Pero el hecho es que todos esos bienes de entonces siguen disponibles para nosotros hoy por medio del Espíritu, que permite estar en una comunión con Cristo más íntima aún que la que tuvieron sus contemporáneos.

El evangelio hace ver así mismo que otra de las funciones que el Espíritu Santo ejercerá en favor nuestro es la de hacernos capaces de discernir bien lo que es de Cristo y lo que se le opone. Da testimonio de Cristo frente al mundo. Inculca la sabiduría necesaria para no dejarse engañar. Hace distinguir lo falso que es el modo de vida que el mundo ofrece como felicidad y éxito. Eso es lo que en el lenguaje de San Juan significa convencer al mundo con relación al pecado, a la justicia y al juicio. Convencer significa “acusar”, poner de manifiesto el error del mundo.

En lo referente al pecado porque no creen en mí: El mundo y los que son del mundo rechazan el amor de Dios manifestado en Jesús. Cerrándose en sí mismos, no pueden actuar conforme al amor. El Espíritu Santo hace ver el pecado que esclaviza y daña al ser humano casi siempre bajo apariencia de bien, pero en realidad ofreciendo valores vanos e inconsistentes.

En lo referente a la justicia: El Espíritu hace obrar a los discípulos conforme a la justicia y no deja que se dobleguen ante el mundo, por más que éste pugnará por hacerles seguir sus dictámenes, proyectos y atractivos como si fueran lo acertado y lo más conveniente. Así, pues, pone de manifiesto quién tiene la razón.

Y en lo referente al juicio: Obrando conforme al Espíritu de Jesús, los discípulos atraerán contra sí el odio del mundo que los juzgará; pero, en realidad, serán ellos los que lo juzgarán y el mundo resultará condenado. El Espíritu hará ver que Dios condena el pecado, pero salva al pecador.

En resumen, el Espíritu Santo nos capacita para ver los errores, mentiras y engaños del mundo, para denunciar las maldades y, a la vez, captar y anunciar lo que es justo, bueno y verdadero. Libera del mal y muestra la voluntad de Dios.

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