P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: " En verdad en verdad les digo que ustedes llorarán y se entristecerán, mientras el mundo se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría".
Cuando una mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora; pero una vez que ha dado a luz, ya no se acuerda de su angustia, por la alegría de haber traído un ser al mundo. Así también ahora ustedes están tristes, pero yo los volveré a ver, se alegrará su corazón y nadie podrá quitarles su alegría. Aquel día no me preguntarán nada".
En verdad en verdad les digo. Cuando Jesús emplea esta fórmula,
que en hebrero es Amen, amen, yo les digo,
da a sus afirmaciones la mayor firmeza, solidez y seguridad que se podía
pensar. Más aún, los comentaristas actuales coinciden en reconocer que con esa
manera de hablar, Jesús reivindicaba a Dios como autor de su propia palabra,
avalaba la verdad de su palabra como verdad de Dios, daba a sus palabras la
autoridad de Dios. En el texto que
comentamos, emplea esta fórmula para
hablar a sus discípulos y a nosotros del futuro que nos aguarda.
Llorarán y gemirán. El tiempo en que los discípulos no
lo verán serán de lamento y tristeza, por su muerte en cruz y por su sepultura.
Será el tiempo del poder de las tinieblas y del príncipe de este mundo; pero
será también el tiempo del juicio y de la salvación de Dios. El mundo creerá
haber vencido –y lo sigue creyendo hasta hoy–, pero será vencido y será
expulsado el jefe de este mundo. El mundo será salvado. Entonces, la tristeza
de los discípulos se convertirá en alegría. Se cumplirá plenamente lo del Salmo
30: Cambiaste mi luto en danza; mi traje
de penitencia en vestido de fiesta.
Jesús emplea la imagen de la
parturienta que siente tristeza cuando va a dar a luz, para señalar
la fecundidad propia de este momento crítico que la fe atraviesa. Es semejante
a la parábola del grano de trigo que tiene que caer en tierra y morir como
condición para dar fruto. La aflicción que el discípulo sufre –semejante a la
de su Señor– anuncia el nacimiento de la nueva humanidad y del mundo nuevo
liberado. Incluye el
triunfo sobre toda opresión, y también la fecundidad de la misión
evangelizadora a pesar de las persecuciones.
San Pablo recoge
esta promesa para darle alcance universal, cósmico: la creación entera gime hasta hoy con dolores de parto (Rom 8, 22),
por verse liberada de lo que la esclaviza, pero llegará a participar
ella también, a su modo, de la libertad y estado definitivo de la humanidad
salvada.
La crisis, el dolor, la prueba conmueven al discípulo como conmovieron
primero a Jesús. Probado y capaz de compadecerse de nuestras flaquezas y
sufrimientos (Hebr 14,15), el Señor promete
a sus discípulos que pronto serán consolados; les hace ver que su aflicción es
momentánea y positiva.
Ustedes me verán, les dice. Lo verán resucitado. Lo sentirán
presente en sus vidas, actuante en la historia. Y su alegría nadie se la podrá
quitar. Esta alegría ganada
en la cruz es invencible porque es la alegría del amor que vence al odio, a la
maldad y a la muerte misma.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.