lunes, 23 de mayo de 2022

Los expulsarán de la sinagoga (Jn 15, 26-16,4)

 P. Carlos Cardó SJ

San Esteban en la Sinagoga, óleo sobre lienzo de Juan de Juanes (1555 – 1562) perteneciente al retablo de San Esteban, Museo Nacional del Prado, Madrid

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré a ustedes de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí y ustedes también darán testimonio, pues desde el principio han estado conmigo. Les he hablado de estas cosas para que su fe no tropiece. Los expulsarán de las sinagogas y hasta llegará un tiempo cuando el que les dé muerte creerá dar culto a Dios. Esto lo harán, porque no nos han conocido ni al Padre ni a mí. Les he hablado de estas cosas para que, cuando llegue la hora de su cumplimiento, recuerden que ya se lo había predicho yo".

Jesús se va y promete el Espíritu. Se le llama “Consolador”, es decir, el que está con el solo. Y “Defensor” o “Abogado” porque está junto a quien comparece ante un juicio, para ayudarle en su defensa. Tiene cierta equivalencia con el Ruah del Antiguo Testamento, que es viento, fuerza, y designa ante todo el poder y energía de Dios, que crea, sostiene, inspira y conduce todo.

Por lo que dice Jesús, es para nosotros el Espíritu de la verdad que procede de Dios, y que es Dios, no un concepto, ni una fórmula, sino el ser mismo divino que ha dado existencia a todo y conduce la historia a su plenitud. Lo reconocemos en la fuerza interior que infunde dinamismo al mundo, empuja para que todo crezca y se multiplique la vida, alienta todo el despliegue histórico hacia la justicia y la unidad. Es el Espíritu que, respetando nuestra libertad, nos mueve en dirección del amor, y nos hace ser más nosotros mismos, es decir, imágenes de Dios, hijos o hijas suyos queridos.

Cristo permanece en su Iglesia de manera personal y efectiva por el Espíritu Santo que envía sobre los que creen en Él. Por eso dice a sus discípulos antes de partir que no los dejará solos sino que volverá con ellos, y por el Espíritu establecerá una comunión de amor con Él, con su Padre y con todos.

Creer en el Espíritu Santo es asumir con responsabilidad la corriente de la historia hacia la que Él sopla y empuja. No ir en esa dirección o desinteresarse de ella es pecar contra el  Espíritu. Y no creer en el Espíritu es, en definitiva, apagar la esperanza, lo que  nuestra humanidad más necesita.

Después de prometer su Espíritu y su apoyo constante, Jesús advierte a los suyos que pasarán por pruebas, incomprensiones y persecuciones, pero no deben perder la fe: que no se escandalicen. El primer escándalo lo sufrirán con la crucifixión, pues verán a su Maestro como un fracasado. Luego vendrán las consecuencias de seguirlo.

La primera será que los expulsarán de la sinagoga. Fue la experiencia dolorosa de la primitiva iglesia; sus miembros, casi todos judíos, fueron excomulgados de la casa de oración, en la que los judíos, desde su vuelta del exilio, se reunían fraternalmente y afirmaban su identidad de pueblo escogido de Dios. Sufrieron persecuciones violentas por quienes se atribuían, para ellos solos, el nombre de judíos. A ellos perteneció Saulo de Tarso y los fariseos que quisieron dar muerte a los miembros de la secta de los cristianos, comenzando por  Esteban. A ellos se refiere el evangelista San Juan cuando habla de “los judíos”.

A partir de entonces ha sido ininterrumpida la serie de hostilidades y persecuciones que ha sufrido el cristianismo y los cristianos por la razón de estado, por voluntad de los poderosos, por defensa del orden establecido –casi siempre inicuo– y hasta en nombre de la moral y de Dios: Creerán que honran a Dios. Pero la historia irá demostrando al mismo tiempo que todo ha sido por honrar a dioses fabricados según los intereses de los hombres.

Asimismo, en la base de todas las violencias religiosas –que son las más aberrantes– está la pretensión absolutista de querer imponer una imagen falseada del único Dios. Obran así porque no han conocido, dice San Juan, al Dios revelado en Jesucristo como Padre de todos, fuente y dador de vida, amor del que brota todo amor verdadero. La ignorancia del amor de Dios que nos hace hijos, capaces de vivir como hermanos, causa el mal y la violencia en el mundo.

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