P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "No juzguen y no se les juzgará. Porque como ustedes juzguen serán juzgados, y la medida que usen, la usarán con ustedes. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Déjame que te saque la mota del ojo", teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita: sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano".
En la base del consejo de Jesús de no juzgar al prójimo
está el presupuesto de que no hay nadie sin defecto y todos, sin embargo, son
mirados con misericordia por Dios. Así mira el Padre del cielo a sus hijos e
hijas y por ello envió a su Hijo al mundo no para condenar sino para salvar. Por
eso, porque Dios perdona siempre, porque es fiel a su ser padre, hay que
aprender a perdonar. La condena del prójimo no debe salir nunca de la boca del
cristiano porque Jesús nunca profirió amenazas ni condenó a nadie.
Juzgar a los demás es una contradicción. Traiciona el evangelio
quien conoce sus valores pero, en vez de aplicárselos, los manipula para
criticar, juzgar y condenar a los demás. Así, la moral, en vez de orientar la
conducta causa daño, porque no se tienen en cuenta sus principios para regirse
a sí mismo, sino para atacar al prójimo, vengarse, expresar celos y envidias, desahogar
rencores y resentimientos.
¡Hipócrita,
saca primero la viga de tu ojos y entonces podrás ver para sacar la paja del
ojo de tu hermano! A la crítica y habladuría malsana,
que enarbola la verdad y los valores morales para atacar a los demás hasta
quitarles su honor, se debe imponer la autocrítica. Ella me hará descubrir mi
falta de misericordia, librará mi ojo malo de la viga que lo ciega y me hará
capaz de valorar al otro, acogerlo, dialogar y ayudarlo a sacar la paja que
tiene en su ojo. Se trata de dejarle a Dios el puesto que le corresponde. No
pretender sustituirlo, haciéndome juez de vivos y muertos.
Hipócrita
no significa en primer lugar falso o mentiroso; hace referencia al personaje
del teatro griego que respondía al coro. En el leguaje del evangelio es la
pretensión del fariseo que busca su propia gloria, ambiciona los primeros lugares,
ser el centro, y desde allí juzga y desprecia a los que considera pecadores.
Pues bien, ante Dios todos somos pecadores y publicanos.
Corregir al que yerra es una obra de misericordia; debe, por
tanto, practicarse como tal, misericordiosamente, haciéndole sentir al otro que
es aceptado por mí, así como yo soy aceptado a pesar de mis defectos. Sólo
entonces la corrección es fraterna y puede ser eficaz. De lo contrario, puede degenerar
en conflicto y endurecer más al otro en su error o mala conducta. La corrección
fraterna es la que comienza por curar el propio ojo con que se ve, para poder
ayudar sincera y misericordiosamente al prójimo en su curación. Hay que erradicar primero de uno mismo aquello
que se quiere que los demás no tengan.
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