P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, de los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: "Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano." Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección y vuelvan a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella".
Jesús les respondió: "Están equivocados, porque no entienden la Escritura ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo. Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no han leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: "Yo soy el Dios de Abrahám, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob?". No es Dios de muertos, sino de vivos. Están muy equivocados".
Unos miembros del partido de los saduceos se presentan ante Jesús
con una pregunta sobre la resurrección de los muertos, en la que ellos no
creen. Los fariseos, sus enemigos acérrimos, sí creían en ella. Los saduceos
eran generalmente terratenientes de la aristocracia sacerdotal conservadora,
que sólo aceptaban como normativos los cinco primeros libros de la Biblia,
atribuidos a Moisés. Por ello negaban la resurrección de los muertos, que
aparece a partir de los libros proféticos (Is
26,19; Dan 12,2). Sin embargo, a pesar de las diferencia, saduceos y
fariseos se unirán en su enemistad contra Jesús.
Para demostrar el absurdo de la resurrección, los saduceos le
presentan a Jesús un hipotético caso traído de los pelos (vv. 18-23), que es
una aplicación de la ley del levirato (Dt
25, 5-10), dictada para garantizar la descendencia del casado. Esto era de
suma importancia para un hebreo. Si se piensa en la promesa que Dios había dado
a la descendencia de Abraham, el hombre que moría sin hijos era considerado un
maldito, pues quedaba excluido de la promesa.
La descendencia garantizaba al padre poder ver realizada en los
hijos de sus hijos la bendición de Dios, y perpetuarse en la vida de sus
descendientes como una forma de sobrevivir más allá de la muerte. Pero aparte
de estas consideraciones religiosas, la ley del levirato era importante para los
saduceos, propietarios de tierras, porque con ella se resolvían los complejos
problemas de las herencias de tierras.
La respuesta que Jesús da se sitúa en la misma línea de
pensamiento que antes ha mantenido (cap. 10), a propósito del matrimonio y de
las riquezas. Como solución a los problemas que los discípulos pueden encontrar
en esos campos, Él ha expuesto la lógica del reino de Dios, en contraposición a
la lógica de la “posesión” que domina a este mundo.
Por esto, a aquellos que preguntan: ¿De quién de ellos será la mujer?, a quién pertenecerá, Jesús les
responde: Están muy equivocados en esto,
porque no comprenden las Escrituras ni el poder de Dios. En el Reino de
Dios, reino de los resucitados, no existe el problema de quién “tendrá” mujer.
Allí queda excluido el egoísmo y el ansia de poder y dominio, porque el reino
de Dios es reino de amor, libertad, entrega y servicio, como es la vida de los
ángeles.
El modo de vida de los resucitados es, pues, el mismo que se ha
manifestado “desde el cielo con poder” en Jesús y que se realiza sobre la
tierra como se expone a continuación en su enseñanza sobre el mandamiento más
importante (12,28-34).
Acerca de la posibilidad misma de la resurrección, Jesús responde
recurriendo al Éxodo 3,6, el pasaje de la zarza ardiente, y elabora el
siguiente argumento: Dios se manifiesta a Moisés como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; pero como es Dios de vivos y
no de muertos, se ha de concluir que los patriarcas están vivos; de lo
contrario, la fidelidad del amor de Dios a sus siervos quedaría reducida únicamente
a la vida terrenal.
Con este argumento Jesús recuerda a sus oyentes algo que es
fundamental en la fe judía: que Dios es fiel a las promesas hechas a sus
patriarcas y que su fidelidad no puede
quedar destruida por la muerte. Ésta no puede vencerlo porque es un Dios amigo de la vida, como lo llama el
libro de la Sabiduría, destacando uno de sus más bellos atributos: Amas cuanto existe y no desprecias nada de
lo que hiciste, pues si algo odiaras, ¿para qué lo habrías creado? ¿Cómo
existiría algo que tú no lo quisieras? ¿Cómo permanecería si tú no lo hubieras
creado? Porque tú eres indulgente con todas las cosas, porque todas son tuyas,
Señor, amigo de la vida (Sab 11, 24-26).
Frente a él, el dios de la muerte, dios de los saduceos, es un
dios construido por los hombres para salvaguardar y perpetuar lo que más les
interesa: el poder y la posesión. El Dios verdadero es el que se manifestó a
Moisés como Dios del amor y de la libertad. El mismo Dios se reveló plenamente
en Jesús, para que quien lo siga y entregue su vida por él y por el evangelio,
no la pierda sino que la salve para la eternidad (cf. 8,35). Quien no es capaz
de entender esto y orienta su vida en función de otros valores opuestos a los
que muestra Jesús en su evangelio está, como los saduceos, en un grande error.
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