P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres, para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. En cambio, cuando tú des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará".
"Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará".
"Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará".
La práctica de la fe debe ser sincera, sin
hipocresía ni dobles intereses. Para inculcar este principio Jesús habla de la
limosna, la oración y el ayuno, que son como los tres pilares de la religión.
Definen las relaciones con los otros (limosna),
con Dios (oración) y con las cosas (ayuno). El modo como se practican define
una existencia de hermanos que ven unos por otros, que buscan honrar a Dios con
sus actos religiosos y que son libres para usar o dejar las cosas cuanto
convenga. Lo que se dice de la limosna se repetirá para la oración y el ayuno: las
prácticas religiosas tienen que ser sinceras, en secreto, no para ser visto y que
los demás lo admiren. Que no sepa tu mano
izquierda lo que hace tu derecha.
La limosna: El dar al necesitado no es una buena acción que va más
allá de lo obligatorio (supererogación), sino que es una obligación de
justicia. Somos hijos de un mismo Padre, somos hermanos, la suerte de mi
hermano me tiene que afectar. No podemos amar a Dios si no amamos a quien vemos
(1Jn 4, 20).
La solidaridad con los pobres –sean marginados, desocupados, sin
techo, enfermos o ancianos– es expresión de la justicia social distributiva,
mediante la cual se da cumplimiento a la destinación social que tienen los bienes de este mundo para que sirvan al
sostenimiento de todos. La solidaridad impulsa a buscar el bien de todas las
personas, por el hecho mismo de que todos son iguales en dignidad. Sin ello, no
hay fraternidad. El Antiguo Testamento está lleno de las bendiciones y
recompensas que acompañan a la limosna: Quien
da al pobre le hace un préstamo a Dios (Pr 19,17). El que da al pobre nunca sufrirá necesidad, pero el que cierra sus ojos
tendrá muchas maldiciones (Pr 28,27).
La oración. La vida espiritual se expresa y alimenta por medio de la oración.
Ese tiempo “perdido” que detiene las actividades y corta con el bullicio
cotidiano es un reconocimiento de que el Señor es el dueño, el centro de todo, y
el que realiza lo que debemos hacer por encima de cuanto podemos. No somos asalariados
sino amigos, y debemos aprender a combinar trabajo y descanso. No todo se ha de
guiar por criterios de eficacia y productividad, hay que aprender el sentido de
lo gratuito. Concretamente, debemos aprender a estar con el Señor, como un
amigo con su amigo, o un hijo con su padre.
Y para que este diálogo sea verdadero, el
Señor nos alienta a presentarnos ante Él tal como somos. No es un encuentro verdadero
el que se hace para ser vistos por los demás; no podemos ir a la oración para
parecer buenos ante la gente o ante Dios, ni siquiera ante mí mismo; ni puedo
orar para sentir que cumplo con lo que está mandado. Nada de esto tiene sentido
en la amistad y el amor.
El ayuno en la tradición espiritual judía estaba asociado al
estudio de la Ley (Dt 8), porque
agudiza el ingenio y hace ver que no sólo de pan vive el hombre. Aparte del ayuno
obligatorio en el día de expiación (la fiesta del Yom Kippur), los judíos
practicaban ayunos privados por devoción. Daban fama de persona piadosa.
A Jesús le preguntan: por qué tus discípulos
no ayunan (9,14). Jesús
contesta que su venida inaugura la fiesta anunciada por los profetas (Is 61, 1-3) y no tiene sentido
entristecerse. El perdón no depende del ayuno penitencial y expiatorio, sino de
la adhesión personal a Dios y de la nueva actitud que uno asume frente a los demás
por sentirse acogido por Él.
Si su motivación brota del corazón, el
ayuno se convierte en lo que Dios quiere que sea: El ayuno que yo quiero es éste: que sueltes
las cadenas injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los
oprimidos, que acabes con todas las opresiones, que compartas tu pan con el
hambriento, que hospedes a los pobres sin techo, que proporciones ropas al desnudo
y que no te desentiendas de tus semejantes. Entonces brillará tu luz como
aurora… y te seguirá la gloria del Señor” (Is 58, 6-8).
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