P. Carlos Cardó SJ
El primer día de la fiesta en que se comen los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el Cordero Pascual, sus discípulos le dijeron: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la Cena de la Pascua?".
Entonces Jesús mandó a dos de sus discípulos y les dijo: "Vayan a la ciudad, y les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo hasta la casa en que entre y digan al dueño: El Maestro dice: ¿Dónde está mi pieza, en que podré comer la Pascua con mis discípulos? El les mostrará en el piso superior una pieza grande, amueblada y ya lista. Preparen todo para nosotros".
Los discípulos se fueron, entraron en la ciudad, encontraron las cosas tal como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua. Al atardecer, llegó Jesús con los Doce.
Durante la comida Jesús tomó pan, y después de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: "Tomen; esto es mi cuerpo".
Tomó luego una copa, y después de dar gracias se la entregó; y todos bebieron de ella. Y les dijo: "Esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que será derramada por una muchedumbre. En verdad les digo que ya no beberé más del fruto de la vida hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios".
Después de cantar los himnos se dirigieron al monte de los Olivos.
Este texto eucarístico de Marcos termina con la solemne
afirmación: Les digo en verdad que ya no beberé más del fruto de la
vida hasta el día en que beba el vino
nuevo en el reino de Dios. Esta frase hacía ver a los primeros cristianos
que cuando se reunían para partir juntos el pan y beber juntos el vino no solamente
recordaban la muerte del Señor, sino que comían realmente su cuerpo y bebían su
sangre, es decir, unían íntimamente sus personas a la de Él, se creaba una
verdadera comunión con Dios y entre ellos, cuya plenitud se alcanzará al final
de los tiempos, cuando se establezca el reinado de Dios sobre todo lo creado.
Los evangelios sinópticos y Pablo concuerdan perfectamente en la intención
de hacer ver a los cristianos de las futuras generaciones que Jesús por las
acciones y palabras que empleó en su última cena antes de padecer, interpretó
su muerte como la culminación del plan de salvación que había recibido de Dios,
su Padre, y que Él había querido cumplir plenamente por amor a sus hermanos. En
la última cena hay un Jesús que piensa en su muerte inminente y habla de
ella poniéndola en relación con el
contenido central de toda su enseñanza y con el significado central de su propia
existencia, que es el de una vida que se entrega para dar vida.
Al mismo tiempo, la cena del Señor se realiza en una situación
cargada de expectativa. Hay allí un Jesús que piensa en el reino. Por eso,
entiende y plantea la cena en términos escatológicos, como la anticipación de
la alegría definitiva en el reino de su Padre.
Y es también una situación cálidamente familiar y fraterna: Jesús
está reunido con el grupo de sus íntimos, con aquellos que han perseverado con Él
en sus prueba, y a los que quiere mantener unidos a Él y entre sí, pase lo que
pase. Por eso la celebración de su cena por los cristianos será constitutiva de
la comunidad, en todos sus aspectos: porque une en comunión a los hermanos
entre sí y con Cristo, porque es signo de su reino por venir y porque es
también señal o instrumento de su presencia y de su obra salvadora en la
historia. La eucaristía hace a la Iglesia.
La cena de Jesús puede enmarcarse en el contexto de las comidas
comunitarias que tuvo durante su vida con gente de todo tipo de procedencia. Se
ven en ella puntos de contacto con las formas habituales de comer propias de
los judíos, en especial la de los banquetes festivos y, más concretamente, la
de la cena de pascua.
En dichos banquetes son esenciales los elementos siguientes: la
pertenencia mutua y la religación personal de los comensales por la afirmación
y vivencia de su pertenencia al pueblo escogido, la acción de gracias por la
liberación, la apertura de principio a todos los alejados y el deseo de la
reunión de todos los hijos de Dios dispersos. Por todo ello, esos banquetes
eran “signo” precursor del incipiente reinado final de Dios. Pero estos datos,
aunque ilustrativos, no bastan por sí solos para explicar lo que Jesús quiso
hacer en su Cena.
Por eso, cuando los evangelios relatan la última cena, dan una
descripción que incluye ya el modo cómo la primitiva Iglesia celebraba la
liturgia eucarística. Subrayan como lo central la bendición del pan: Tomó el pan; pronunció la bendición y la
acción de gracias sobre el cáliz: Pronunció
la acción de gracias (Mt 26,26s; Mc 12, 22; 27; Mc 14, 23). Omiten la cena
ritual judía y dan relieve a los dos momentos de la entrega y comunión del pan
y del vino. Hacen ver así (y Pablo lo afirma con toda claridad en 1 Cor 11,
23-26) que la cena, unida inseparablemente a la cruz del Señor, es una comida
sacrificial, un signo de la nueva alianza de Dios con nosotros y un sacramento
de comunión.
En la
cena del Señor, la antigua celebración de la liberación nacional se convierte
en la conmemoración de la nueva liberación, la comida del cordero se sustituye por
la comida de su propio cuerpo y la bebida de su sangre. Con esto, dejó a su
Iglesia una comida que es acción de gracias y sacrificio al mismo tiempo. Y
todo a través de unos actos sencillos: ofrecer un pedazo de paz y una copa de
vino, y unas sencillas palabras: Esto es
mi cuerpo..., esto es mi sangre. Sin embargo, en su misma sencillez, sintetizan
mucho más de lo que un cristiano puede experimentar de una vez: el recuerdo de
la despedida de Jesús, la actualización del sacrificio de su vida, la acción de
gracias por lo que hace por nosotros, la expectación de su reinado, y la
comunión fraterna, fundamento esencial de la Iglesia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.