P. Carlos Cardó SJ
Jesús les dijo: "Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los Profetas: Serán todos enseñados por Dios, y es así como viene a mí toda persona que ha escuchado al Padre y ha recibido su enseñanza. Pues, por supuesto que nadie ha visto al Padre: sólo Aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre. En verdad les digo: El que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Sus antepasados comieron el maná en el desierto, pero murieron: aquí tienen el pan que baja del cielo, para que lo coman y ya no mueran. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo".
Los
judíos rechazan la afirmación de Jesús: Yo
soy el pan que ha bajado del cielo, porque para ellos el pan del cielo (o pan
de Dios) es la Ley que Dios les dio por medio de Moisés, con cuyo cumplimiento
demuestran su pertenencia al pueblo escogido y se sienten seguros de la
salvación. No pueden aceptar que Jesús pretenda estar por encima de la Ley y de
Moisés. Más aún, no pueden aceptar que, llamándose a sí mismo pan bajado del
cielo, insinúe que Dios habla en Él, que Él es la Palabra de Dios vivo.
Pero
Jesús no se echa atrás e insiste: Nadie
pude venir a mí si el Padre que me envió no se lo concede… Con esto quiere
decir que el encuentro con Él es una gracia que Dios da, y que por medio de
ella se alcanza la verdadera vida. Yo lo
resucitaré en el último día.
Tener
acceso a Dios como el bien absoluto, alcanzar una vida que perdura, es una
tendencia o aspiración inherente al ser humano, lo afirme o no explícitamente. Tal
atracción, de hecho, puede intuirse en toda búsqueda humana de sentido y en
toda realización o esfuerzo mediante el cual la persona se trasciende a sí
misma.
Pero
esto no significa que simplemente por aspirar a ello va a tener acceso directo
al misterio del ser divino. Esto se logra por Jesús. El evangelio de Juan presenta
a Jesús como el mediador entre los hombres y Dios porque ha venido de Él para
acercárnoslo: No que alguien haya visto a
Dios. Sólo el que ha venido de Dios ha visto al Padre. En Jesús, se realiza
la revelación y cercanía máxima de Dios. Y por eso, quien cree en Él y se
adhiere a Él se encuentra con Dios y alcanza el logro pleno de su existencia, que
llamamos vida eterna.
Naturalmente,
al no reconocer su origen divino y verlo como un simple hombre, los judíos no pueden
aceptarlo como el pan del cielo que da vida eterna. Pero Jesús reitera que ésta
se ofrece justamente en su humanidad, designada como carne entregada para la vida del mundo. El que come de este pan (quien asimila mi vida, mi modo de ser
hombre), vivirá para siempre. Y el pan
que yo daré es mi carne (mi persona, la totalidad de lo que yo soy). Y yo la doy para la vida del mundo.
Carne y sangre, para los hebreos, significaban
la persona real y concreta. La carne
no era solamente el soporte material de la existencia, ni la sangre era simplemente un elemento
orgánico de la persona. Carne es toda
la persona, y sangre es sinónimo de
la vida que Dios da y que a Dios pertenece. Así, pues, comer su carne y beber su sangre significaban entrar en comunión
con él, asimilar su modo de ser. Eso es lo que da al hombre la vida que
perdura, porque es participación de la vida-amor de Dios, que es más fuerte que
la muerte.
Por
eso, aunque a los judíos les resultó un lenguaje duro y crudo, Jesús no dudó en
emplear el verbo comer, porque comer significa asumir, digerir,
asimilar. Diez veces se emplea el verbo comer,
en el sentido de masticar, seis veces se menciona la carne y cuatro veces beber su sangre. Comer el cuerpo de
Jesús, pan nuestro, es comulgar con Él, convertirnos en Él. Amándolo y comiendo
su carne nos hacemos hijos de Dios, entramos en comunión con el Padre y con
nuestros semejantes.
Podríamos decir que las dos afirmaciones más
importantes del texto son éstas: El que
cree tiene vida eterna, y El
que come de este pan vivirá para siempre. Creer
en Jesús es asumir como propio lo que él es. Comer su cuerpo es asimilar su ser.
En esto consiste la «vida eterna» que se nos concede vivir ya desde ahora. No solamente
una vida que trasciende la duración del tiempo y sobrepasa los límites de la
muerte, sino la vida definitiva, la
que todo ser humano anhela. Una vida así sólo es posible si entramos a
participar en la vida de Dios. Y eso es justamente lo que Jesús nos ofrece y
promete.
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