P.
Carlos Cardó SJ
Después de esto, nuevamente se apareció Jesús a sus discípulos en la orilla del lago de Tiberíades. Y se hizo presente como sigue:
Estaban reunidos Simón Pedro, Tomás el Mellizo, Natanael de Caná de Galilea, los hijos del Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar».
Contestaron: «Vamos también nosotros contigo». Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba parado en la orilla, pero los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo que comer?».
Le contestaron: «Nada».
Entonces Jesús les dijo: «Echen la red a la derecha y encontrarán pesca».
Echaron la red, y obtuvieron una muchedumbre de peces y no tenían fuerzas para recogerla por la gran cantidad de peces. El discípulo de Jesús al que Jesús amaba dijo a Simón Pedro: «Es el Señor».
Apenas Pedro oyó decir que era el Señor, se puso la ropa, pues estaba sin nada, y se echó al agua. Los otros discípulos llegaron con la barca -de hecho, no estaban lejos, a unos cien metros de la orilla; arrastraban la red llena de peces.
Al bajar a tierra encontraron fuego encendido, pescado sobre las brasas y pan.
Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar».
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red llena con ciento cincuenta y tres pescados grandes. Y no se rompió la red a pesar de que hubiera tantos.
Entonces Jesús les dijo: «Vengan a desayunar». Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle quién era, pues sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo repartió. Lo mismo hizo con los pescados.
Esta fue la tercera vez que Jesús se manifestó a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.
El Resucitado se hace presente en la pesca, que representa la labor
evangelizadora de la Iglesia, y en la comida que sigue a la pesca y representa
a la eucaristía, principio y fin de la misión.
Estaban juntos. Ya no doce, sino siete, número que simboliza totalidad y apunta
a la universalidad de la Iglesia. Se menciona a Pedro que, a pesar de las
negaciones, sigue siendo el apóstol destinado a guiar, en nombre de Jesús, a la
comunidad. Su autoridad tendrá que estar inspirada por el amor al Señor, buen
pastor (Jn 10, 1-18).
Voy a pescar, dice
Pedro. Es la misión de la comunidad. Su iniciativa arrastra. Salieron,
pero aquella noche no pescaron nada. Sin el Señor, y de noche, la labor es
infecunda, como les había dicho: porque sin mí, no pueden hacer nada (15,5). El trabajo sin unión a Jesús
no rinde. Ni siquiera saben dónde echar la red. El Señor se lo dirá y recogerán
fruto abundante.
Cuando amaneció. Cristo es la luz del mundo, aurora
del sol que nace de lo alto. Su resurrección es el alba de los cielos nuevos y
la tierra nueva. Pero ellos, concentrados en su esfuerzo, no reconocen la obra
y el triunfo del Señor.
Muchachos, hijitos (13,33), les dice con el
afecto inconfundible de siempre. ¿Tienen
pescado? Ellos responden secamente: No, mostrando toda su decepción. Echen la red a la derecha, les ordena. Lograrán fruto si
siguen la enseñanza del Señor.
Y obtuvieron una muchedumbre de peces. No dice una gran cantidad, sino una muchedumbre
porque la pesca simboliza la comunidad de fieles, reunidos por la
predicación de la Iglesia. Y a pesar de ser tantos los rescatados para Cristo,
la red de la Iglesia no se rompe, porque cuenta con las promesas de Jesús
(17,21-24).
La pesca concluye con una comida que, por la forma como está narrada, es una alusión clara a la eucaristía. Vengan a comer. El evangelista Juan quiere hacernos conscientes de la presencia permanente de Cristo Resucitado en el banquete de la eucaristía. Traemos a ella nuestro pan y nuestro vino pero Él es nuestro anfitrión. Iniciativa divina y acción humana se juntan. Jesús nos ofrece el don de su cuerpo, y el comerlo nos asimila a Él, en su vida y en su misión de dar vida.
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