P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, dijo Jesús: "Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas".
Israel
era un pueblo nómada y pastoril, por eso la imagen del pastor aparece frecuentemente
en la Biblia. Los profetas la emplean para referirse a las autoridades civiles
y religiosas, y para hablar de Dios, como el guía y protector de su pueblo.
Así, Ezequiel
(cap. 34), en tiempos de crisis, cuando Israel lo perdió todo por culpa
de sus malos gobernantes, y la población fue deportada a Babilonia, hace oír la
voz de Dios, como la de pastor solícito que sale a proteger a sus ovejas: Yo
las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de entre las naciones y las
llevaré a su tierra; las apacentaré en los montes de Israel, en los valles del
país… y descansarán como en corral seguro, pastando buenos pastos (34, 13s).
Al
mismo tiempo, los profetas anunciaron la promesa
divina de un futuro Buen Pastor, descendiente de la familia de
David, que conduciría a Israel por los caminos de la verdad y la justicia (vv.
23-31). Entonces la humanidad entera sabrá que yo el Señor, soy su
Dios, y que ellos, los israelitas, son mi pueblo (v.30).
Hoy
tendríamos que quitarle a la imagen del pastor el tinte sentimental con que frecuentemente
se ha presentado en el arte y en la predicación. Entonces podremos apreciar lo
que ella nos dice de la persona y obra de Jesús: su atención y solicitud por las
necesidades de todos, su amor real y verdadero, que no fue en él una cuestión meramente
coyuntural sino permanente, y que revelaba el amor con que Dios ama a sus hijos.
Asimismo,
cuando Jesús habla del pastor, que conoce y guía a sus ovejas, que da la vida
por ellas y quiere reunirlas en un solo rebaño, nos está hablando de las ovejas
de su pueblo que andan maltratadas y abandonadas por culpa de los malos pastores.
Es cierto, a este propósito, que la comparación con las ovejas puede quizá no
gustarnos, porque las ovejas parecen demasiado mansas y porque la agrupación en
rebaño insinúa espíritu gregario, falta de libertad y de sentido crítico.
Pero
el Jesús que reivindica para sí el título de pastor auténtico y lleno de
cariño, promueve más bien, con su cuidado y defensa de la vida, salud y
dignidad de las personas, un desarrollo integral de todas ellas como verdaderamente
humanas, autónomas y responsables.
Jesús es buen pastor porque no huye ante el
peligro, sino que lo enfrenta y defiende a sus ovejas. No
lucra con el rebaño, ni se aprovecha de él, no manipula ni abusa, no oprime ni
atemoriza a las ovejas. Las conoce y ellas lo conocen y lo siguen, porque saben
que está dispuesto a todo, incluso a dar su vida por ellas. Con esta afirmación: conozco a mis ovejas y ellas me conocen y
siguen, Jesús hace ver la necesidad del mutuo conocimiento, de la cercanía
y del diálogo para la integración de la comunidad y para la solución de los
conflictos.
Lo
contrario, la lejanía del pastor con su pueblo, el autoritarismo –muchas veces
machista-, la vigilancia abusiva y centralista, el afán de uniformidad que
anula la diversidad de carismas, el conservadurismo y el miedo a la renovación…
todo eso y otras cosas más –que no dejan de existir en amplias capas de la
Iglesia nacional y universal– no genera más que perplejidad y desánimo en los
cristianos de a pie, división entre la jerarquía y el pueblo, temor y falta de
confianza de los fieles hacia sus pastores, es decir, un clima adverso a la
fraternidad que Jesús quiso en su Iglesia.
En resumen, el evangelio nos pone en guardia frente
a los malos pastores –ya sean eclesiásticos, políticos, militares,
educativos o lo que sea– que “en vez de apacentar a las ovejas se dedican a
trasquilarlas y ordeñarlas” para su propio provecho, como decía gráficamente
Santa Catalina de Siena. Pero
sobre todo, el evangelio nos habla de entrega y servicio a los demás, y
lo hace mirando no sólo a los representantes de las instituciones, ni sólo a
los cristianos y creyentes, porque esa es la
manera humana de vivir en sociedad.
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