lunes, 5 de abril de 2021

Las Mujeres ante el sepulcro (Mt 28, 8-15)

P. Carlos Cardó SJ

Portadoras de mirra en el santo sepulcro, icono de autor anónimo, colección de íconos del siglo XV, Vólogda, Rusia 

En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos.

De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “Alégrense”

Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies.

Jesús les dijo: "No tengan miedo: vayan a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán".

Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: "Digan que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras ustedes dormían. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros lo arreglaremos y los sacaremos de apuros".

Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

Las mujeres han ido al sepulcro. En vez de una piedra que sella las sombras de la muerte, un resplandor como de relámpago ha dejado como muertos a los guardias y una voz celestial las invita a ellas a entrar al sepulcro vacío y comprobar que, en efecto, ¡No está aquí, ha resucitado como lo había dicho!

Vayan, les ordena. La Palabra que las anima a entrar, las impulsa también a salir para anunciar a los discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va camino de Galilea; allí lo verán. Y mientras obedecen con una mezcla de temor y alegría, Jesús les sale al encuentro. Ellas lo abrazan y lo adoran. Pero el Señor, reconocido al fin, las envía de nuevo a sus hermanos; porque es ahí, justamente, en la fraternidad, en la unión y en el servicio, donde se le encuentra.

El lugar definitivo de su presencia no está en los aledaños de la tumba, ni en el atrio del templo, ni en la ribera del Jordán, ni entre quienes comercian con la muerte. El Señor nos espera en Galilea, en nuestra Galilea, que es el espacio de nuestra vida cotidiana y de nuestras relaciones fraternas, sobre todo con los pobres, en quienes Él quiere ser servido.

Los guardias que custodian el sepulcro y han visto moverse la piedra, van a referir a las autoridades lo sucedido. Éstas se reúnen en consejo y deciden sobornarlos con dinero. El dinero siempre ha sido el instrumento para perversas estrategias. Ya les ha servido en el caso de Judas. Ahora lo usarán para hacer correr la ridícula historia del robo nocturno del cadáver, a fin de explicar así el sepulcro vacío y neutralizar los efectos peligrosos de lo sucedido: Digan que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras ustedes dormían. Ellos toman el dinero y ejecutan la orden, y ésta es la versión que ha corrido entre los judíos hasta hoy.

Las mujeres fueron al sepulcro a honrar un cadáver y recordar. El anuncio de la resurrección del Señor las hizo buscar donde realmente Él está. Asimismo nuestra experiencia de la Pascua no puede consistir únicamente en un piadoso recuerdo o en el conocimiento de una filosofía de la vida, o de unas enseñanzas morales. La fe en la resurrección propicia en nosotros la búsqueda y el encuentro con una persona viva que nos transforma, nos saca de nosotros mismos y nos envía a anunciar la buena noticia de que la muerte y el mal de este mundo no tienen la última palabra.

¡Alégrense...! ¡No tengan miedo!, es el mensaje que hay que transmitir. La paz y la alegría son los signos inequívocos de la resurrección de Cristo, en la que hemos sido incluidos.

Muerte y vida

trabaron singular combate

y, muerto el que es la Vida,

triunfante se levanta.

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