P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos.
De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “Alégrense”
Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies.
Jesús les dijo: "No tengan miedo: vayan a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán".
Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: "Digan que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras ustedes dormían. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros lo arreglaremos y los sacaremos de apuros".
Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.
Las
mujeres han ido al sepulcro. En vez de una piedra que sella las sombras de la
muerte, un resplandor como de relámpago ha dejado como muertos a los guardias y
una voz celestial las invita a ellas a entrar al sepulcro vacío y comprobar que,
en efecto, ¡No está aquí, ha resucitado
como lo había dicho!
Vayan, les ordena.
La Palabra que las anima a entrar, las impulsa también a salir para anunciar a
los discípulos: Ha resucitado de entre
los muertos y va camino de Galilea; allí lo verán. Y mientras obedecen con
una mezcla de temor y alegría, Jesús les sale al encuentro. Ellas lo abrazan y
lo adoran. Pero el Señor, reconocido al fin, las envía de nuevo a sus hermanos;
porque es ahí, justamente, en la fraternidad, en la unión y en el servicio,
donde se le encuentra.
El
lugar definitivo de su presencia no está en los aledaños de la tumba, ni en el
atrio del templo, ni en la ribera del Jordán, ni entre quienes comercian con la
muerte. El Señor nos espera en Galilea, en nuestra Galilea, que es el espacio
de nuestra vida cotidiana y de nuestras relaciones fraternas, sobre todo con
los pobres, en quienes Él quiere ser servido.
Los
guardias que custodian el sepulcro y han visto moverse la piedra, van a referir
a las autoridades lo sucedido. Éstas se reúnen en consejo y deciden sobornarlos
con dinero. El dinero siempre ha sido el instrumento para perversas
estrategias. Ya les ha servido en el caso de Judas. Ahora lo usarán para hacer
correr la ridícula historia del robo nocturno del cadáver, a fin de explicar
así el sepulcro vacío y neutralizar los efectos peligrosos de lo sucedido: Digan que sus discípulos fueron de noche y
robaron el cuerpo mientras ustedes dormían. Ellos toman el dinero y
ejecutan la orden, y ésta es la versión
que ha corrido entre los judíos hasta hoy.
Las
mujeres fueron al sepulcro a honrar un cadáver y recordar. El anuncio de la
resurrección del Señor las hizo buscar donde realmente Él está. Asimismo
nuestra experiencia de la Pascua no puede consistir únicamente en un piadoso
recuerdo o en el conocimiento de una filosofía de la vida, o de unas enseñanzas
morales. La fe en la resurrección propicia en nosotros la búsqueda y el
encuentro con una persona viva que nos transforma, nos saca de nosotros mismos
y nos envía a anunciar la buena noticia de que la muerte y el mal de este mundo
no tienen la última palabra.
¡Alégrense...! ¡No tengan miedo!, es el mensaje que hay que
transmitir. La paz y la alegría son los signos inequívocos de la
resurrección de Cristo, en la que hemos sido incluidos.
Muerte y vida
trabaron singular combate
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
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