lunes, 26 de abril de 2021

El Buen Pastor (Jn 10, 1-10)

P. Carlos Cardó SJ

Así como ovejas sin pastor, óleo sobre lienzo de Pietro Paolo Bronzi (1621), Pinacoteca Capitolina, Roma

"En verdad les digo: El que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por algún otro lado, ése es un ladrón y un salteador. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El cuidador le abre y las ovejas escuchan su voz; llama por su nombre a cada una de sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas sus ovejas, empieza a caminar delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. A otro no lo seguirían, sino que huirían de él, porque no conocen la voz de los extraños".  

Jesús usó esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.

Jesús, pues, tomó de nuevo la palabra: "En verdad les digo que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido eran ladrones y malhechores, y las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento. El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia".

La parábola del Buen Pastor condensa el modo de proceder de Jesús en su relación con los demás: en todo momento se esforzó por unir a las personas, hacerles sentir el amor de su Padre para que se trataran fraternalmente, por encima de toda diferencia natural, social o cultural. Su amor es universal, abarca también a las otras ovejas que no son de este redil. Y como el mismo evangelio de Juan señala más adelante, Jesús moriría por toda la nación y no solamente por la nación judía, sino para conseguir la unión de todos los hijos de Dios que estaban dispersos (11,51s).

Ser pastor, para Jesús, consiste en manifestar el amor que Dios su Padre tiene a todos y a cada uno de los seres humanos, sin distinción, pero mostrando al mismo tiempo una especial solicitud por las ovejas débiles y descarriadas. La parábola de la oveja perdida que traen los otros evangelistas (Mt 18,12-14; Lc 15,4-7) hace ver, precisamente, de qué manera, en el comportamiento de Jesús con los pobres, con los pecadores y con los excluidos, se refleja el deseo irrenunciable de Dios de salir en busca de lo que está perdido para que no se pierda ninguno de sus hijos e hijas.

Este Dios expresa una gran alegría en el cielo cuando los descarriados y excluidos son integrados realmente y pueden vivir en la comunidad el amor que Él les tiene.

Vista en dimensión eclesial, la parábola del Pastor recuerda a la comunidad de los cristianos que tiene el deber de hacer visible el estilo de Dios como Jesús lo ha manifestado y subraya la responsabilidad de sus autoridades de promover la integración de los “pequeños” y de los débiles. Jesús es el pastor que nunca lucra con el rebaño. Él conoce a sus ovejas y éstas lo conocen a Él y lo siguen, porque saben que está dispuesto a todo por ellas, incluso a dar su propia vida para que tengan vida.

La convivencia social necesita de personas que velen por los intereses de todos. No se les llama pastores, como en la antigüedad grecolatina, sino líderes, jefes, representantes y, mediante la ley, se les asignan y controlan los poderes que se les delegan. Estas personas saben bien que la autoridad les viene por delegación, que no hay otra forma válida de asumirla y que en su ejercicio debe primar siempre el derecho y la justicia.

Lo contrario significa suplantar a la sociedad que los elige, disponer de las personas, decidir sin contar con ellas y aun contra ellas, en una palabra, llevar la sociedad por los trágicos caminos del autoritarismo y de la corrupción moral. La historia está llena de las tragedias que todo esto ha producido a lo largo de los siglos. Pero la sociedad no puede dejar de aspirar a contar con verdaderos servidores de la comunidad.

La visión fraterna, la actitud de servicio y el respeto son componentes esenciales de la vida cristiana; más aún, son la manera de vivir humanamente en sociedad. Los valores del evangelio nos hacen salir de la cultura de la violencia, de la ambición y del libertinaje, a la cultura de la paz, del respeto a todos y de la responsabilidad social solidaria.

Todos somos pastores, todos ejercemos alguna autoridad y disponemos, mandamos, enseñamos. Desde el padre y la madre de familia, hasta el empresario, el jefe de sección, el político, cualquiera que sea el nivel de cada uno, siempre ejercemos algún influjo en un círculo de personas. Jesús Pastor nos enseña a superar errores y hacer más humana nuestra vida. Hay que aprender de él. Sus actitudes han de inspirar el ejercicio del servicio de autoridad que nos toca cumplir.

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