martes, 5 de enero de 2021

Primera multiplicación de los panes (Mc 6, 34-44)

P. Carlos Cardó SJ

Milagro de los panes y de los peces, óleo sobre lienzo de Pedro de Orrente (1613 aprox.), Museo del Hermitage, San Petersburgo, Rusia

En aquel tiempo, al desembarcar Jesús, vio una numerosa multitud que lo estaba esperando, y se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

Cuando ya atardecía, se acercaron sus discípulos y le dijeron: "Estamos en despoblado y ya es muy tarde. Despide a la gente para que vayan por los caseríos y poblados del contorno y compren algo de comer".

Él les replicó: "Denles ustedes de comer".

Ellos le dijeron: "¿Acaso vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?".

Él les preguntó: "¿Cuántos panes tienen? Vayan a ver".

Cuando lo averiguaron, le dijeron: "Cinco panes y dos pescados".

Entonces ordenó Jesús que la gente se sentara en grupos sobre la hierba verde y se acomodaron en grupos de cien y de cincuenta. Tomando los cinco panes y los dos pescados, Jesús alzó los ojos al cielo, bendijo a Dios, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran; lo mismo hizo con los dos pescados. Comieron todos hasta saciarse, y con las sobras de pan y de pescado que recogieron llenaron doce canastos. Los que comieron fueron cinco mil hombres.

Los primeros cristianos que escribieron los evangelios vieron en el signo del pan realizado por Jesús algo sumamente importante para la vida cristiana. En el modo como lo relatan los cuatro evangelistas y en los diversos textos que articulan en torno al tema del pan, se puede ver la intención que tenían de remarcar que el significado del símbolo del pan es fundamental para entender a Jesús, su mensaje, su obra y lo que significa creer en Él y seguirlo. Asimismo, se puede ver también la dificultad que ha tenido siempre la comunidad para comprender y llevar a la práctica el significado del pan compartido.

El signo del pan que se parte y se entrega para dar vida remite al amor de Jesús, que culmina en el acto supremo de su entrega en la cruz y que Él mismo anticipó simbólicamente en su última cena en el gesto de dar a comer el pan de su cuerpo y a beber el vino de su sangre. Hasta en los términos que se emplean para relatar la multiplicación de los panes se puede observar que los redactores tenían presente el recuerdo de la última cena de Jesús y la eucaristía que celebraban los primeros cristianos.

Los discípulos encuentran mucha dificultad para entender; su fe tiene que mostrarse en obras, su seguimiento de Jesús les debe llevar a imitar a Jesús, que se entrega bajo el signo del pan. Con la mentalidad del mundo, para ellos lo lógico es «despedir a la gente» o «comprar con dinero» el pan necesario. Pero para Jesús, lo lógico es darse uno mismo y mostrar el amor, que lleva a poner a disposición de los demás lo que se tiene.

El gesto prodigioso de Jesús aparece en clave religiosa como una actualización del banquete mesiánico prometido, lo cual revela la identidad de Jesús como Mesías. Como el nuevo Moisés, esperado para los últimos tiempos (Dt 18,15-18), alimenta a la multitud en el desierto con un pan que supera al del éxodo. Se actualiza el banquete mesiánico esperado para los últimos tiempos y se anticipa el banquete eucarístico, en el cual Jesús mostrará su amor solidario ofreciendo el pan de su cuerpo como como signo de una existencia entregada hasta la muerte.

Todos los signos e imágenes confluyen en la cena del Señor. Estas convicciones las tenían los primeros cristianos a partir de las palabras escuchadas al mismo Jesús: Levantó los ojos al cielo. Pronunció la bendición... (cf. 14, 22-25).

El evangelio de Juan (Jn 6, 51-59) desarrolla en todo un discurso el significado teológico del pan. Marcos, por su parte, presenta “lo de los panes” o el “hecho del pan”, como lo fundamental para entender a Jesús y hace ver la dificultad que ha tenido siempre la comunidad para abrir los ojos y el corazón a la comprensión práctica de «lo de los panes».

No se puede conocer y seguir a Jesús si uno no asume su actitud de donación y de entrega, que Él mismo visualizó con la entrega del pan a la multitud y con la entrega de su propio ser en la cruz. Y no se puede, por tanto, comprender y realizar la eucaristía –centro de la vida cristiana– sin esta misma actitud.

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