P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón.
Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca, para que toda aquella gente no lo atropellase. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: "Tú eres el Hijo de Dios." Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.
Jesús
se retiró con sus discípulos a orillas del lago.
Podría pensarse que huye porque los fariseos y los partidarios de Herodes se
han confabulado para darle muerte, pero lo hace para manifestar más claramente
su identidad, su mensaje y su obra a sus discípulos y a quienes lo siguen. Por
eso, será un retiro fructífero porque de ahí nacerá la Iglesia, no como un
instrumento de poder, sino como una barca pequeña, desde la cual Jesús anuncia
a las multitudes su mensaje. Este es el sentido de este pasaje que sintetiza la
actividad de Jesús.
Se hace mención de las siete
regiones de donde procede la multitud que se congrega para seguir a Jesús. Se
destaca con ello, por una parte, la centralidad de la persona de Jesús, que
convoca y reúne entorno a sí, y, por otra parte, la universalidad de su mensaje
y acción salvadora que llega no sólo a los judíos sino también a los
extranjeros de Tiro y Sidón. Esta afluencia incontenible de gentes venidas de
todas partes simboliza la humanidad necesitada de salvación y evoca también
aquella multitud de diversas lenguas y culturas que, según San Lucas, confluirá
en Jerusalén para Pentecostés, donde nacerá la Iglesia (Hech 2. 9-11).
La muchedumbre que ha acudido a
Jesús es tan grande que Él debe subir a una barca para que no lo atropellen. El
tema de la barca tiene en Marcos un gran significado teológico. Esta pequeña lancha, que no llega siquiera a la
categoría de barco, será el escenario de buena parte de la actividad de Jesús. Desde
ella predica a la gente por medio de parábolas que todos entienden, de ella
baja para curar enfermos, en ella se reúne con los Doce para formarlos en los
secretos del Reino y advertirles que no se dejen corromper por la levadura de
los fariseos y de Herodes, en ella los protege contra la tempestad y puede
estar dormido mientras ellos se mueren de miedo porque no tienen fe.
Pequeña como el grano mostaza que crece
más que las hortalizas, o como la porción de levadura que fermenta toda la
masa, la pequeña barca atrae la mirada cargada de angustia y esperanza de los
pequeños y de los pobres, junto con la de quienes se saben aquejados por
cualquier necesidad y se muestran dispuestos a recibir la buena noticia de la
venida del Reino.
No hay en la barca de Jesús, ni
entre la multitud, gente de las altas esferas, sabios, ricos o poderosos; todos
son pequeños y sencillos campesinos, artesanos y pescadores que buscan tocarlo
para ser curados de sus males. El tocar
es muy significativo. Jesús no teme tocar a los enfermos para curarlos, incluso
a los leprosos, aunque estaba prohibido porque se contraía impureza; tocaba a
los débiles y a los niños, demostrando su ternura; y se dejaba tocar por la
gente, como la mujer enferma de hemorragias que se acercó por detrás y le tocó
el manto. Todos necesitan hacerlo para sentir que les transmite vida. Todos
quieren ser tocados por su misericordia.
Los espíritus impuros se postran y
lo proclaman Hijo de Dios, pero Él se lo prohíbe para evitar que la gente se
engañe y quieran seguirlo por falsas expectativas. Para reconocerlo como Hijo
de Dios se requiere la fe y la conversión personal, que mueve a seguirlo.
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