domingo, 24 de enero de 2021

Homilía del III Domingo del Tiempo Ordinario - Síntesis de la predicación pública de Jesús (Mc 1, 14-15)

P. Carlos Cardó SJ

Vocación de San Andrés y San Pedro, óleo sobre lienzo de Federico Barocci (1584 – 1588), Museo de Bellas Artes de Bruselas, Bélgica

Después de que tomaron preso a Juan, Jesús fue a Galilea y empezó a proclamar la Buena Nueva de Dios.

Decía: "El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Renuncien a su mal camino y crean en la Buena Nueva".

Mientras Jesús pasaba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y su hermano Andrés que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús le dijo: "Síganme y yo los haré pescadores de hombres". Y de inmediato dejaron sus redes y le siguieron.

Un poco más allá Jesús vio a Santiago, hijo de Zebedeo, con su hermano Juan, que estaban en su barca arreglando las redes. Jesús también los llamó, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los ayudantes, lo siguieron.

Después del arresto de Juan, Jesús se fue a Galilea proclamando la buena noticia de Dios. En su vida humana, en sus palabras, acciones y gestos más característicos, Jesús hace presente a Dios. Dios habla y actúa en Él, su palabra y sus obras son de Dios. Por eso, la predicación de Jesús no será un conjunto de sermones morales ni de explicaciones filosóficas o teológicas.

Más que su doctrina o enseñanza, lo que ofrece es su persona. Quien se deja influir por ella y establece una relación personal con Él siente la acogida de Dios, y su amor salvador. En Él, todo el anhelo de la humanidad por una vida segura y feliz, antes y después de la muerte hallan su cumplimiento.

Los hebreos esperaban la esta realización plena del ser humano como el cumplimiento de las promesa de Dios para un futuro indeterminado e incierto. Jesús dice: El tiempo se ha cumplido. Es decir, el tiempo de la espera ha concluido, ya hoy puede el hombre encontrarse con Dios y realizarse en la verdad profunda de su ser. Los profetas anunciaban el futuro; en Jesús el futuro se ha hecho presente. Por tanto, no hay tiempo que perder: ha llegado el momento decisivo.

El reino de Dios está cerca, afirma Jesús. Ningún profeta se había atrevido a decir una cosa así. Jesús asegura que ya Dios está actuando para establecer su reinado en el mundo. Dios da la fuerza para cambiar el propio corazón y une los corazones para la organización de un mundo justo y fraterno.

Pero la condición para que la fuerza de Dios triunfe en cada uno de nosotros es la conversión personal. Conviértanse, dice Jesús. Sólo el cambio de mente, sentimientos y actitudes hará posible un mundo diferente, de paz y armonía con uno mismo, con el mundo y con Dios. Es como un nuevo nacimiento para la vida que Jesús vive y ofrece.

Crean en el Evangelio, añade Jesús como resumen de lo anterior. Creer no es un acto puramente intelectual, ni una simple actitud moralista. Creer es adherirse a la persona de Jesús, seguirlo, desear parecerse a Él y arriesgarse a comprometerse con Él hasta el final. Esta adhesión a la persona de Jesús es lo que hace que el evangelio y la vida cristiana sea algo muy superior a una bella doctrina que uno aprende, a una hermosa causa por la que uno lucha, a una hermosa realización estética que uno admira. Jesús despierta en quien lo sigue una relación mucho más profunda y total: se le entrega no sólo la cabeza y la sensibilidad, se le entrega el corazón, el fondo del alma.

Entonces, pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a, Simón y a su hermano Andrés… y les dijo: Vengan conmigo… El llamamiento de los primeros discípulos viene a demostrar en qué consiste “creer en el evangelio”. Es una invitación personal la que nos hace Jesús en la persona de esos pescadores de Galilea. Síganme, nos dice, dándole a nuestra vida un dinamismo nuevo. La iniciativa no parte de uno mismo, sino de Jesús. No es un camino que uno se inventa, sino el camino de Dios entre los hombres. La vida cristiana es la respuesta a esta invitación.

Seguir a Jesús es vivir con Él la experiencia que ilumina y da sentido a la existencia. Me llama a ser del único modo que vale la pena ser en este mundo. Escuchar su llamada es lograr mi propia identidad. En adelante, la propia vida se convierte en seguirlo e imitarlo, obrar según sus criterios, sentir su alegría, soportar sus sufrimientos, para triunfar con Él. “Si con él morimos, viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede contradecirse a sí mismo” (2 Tim 2,11-13).

Y se le sigue aquí y ahora. No nos imaginemos cosas extraordinarias. La llamada del Señor la sentimos en nuestra propia Galilea, en nuestra vida cotidiana, por profana o prosaica que nos parezca: mientras se está echando la red al mar como hacían Simón y su hermano Andrés porque eran pescadores, o mientras se está contando plata, como hacía Mateo el publicano; incluso se puede estar haciendo cosas que van contra Cristo y contra los cristianos, como hacía Saulo. Hagamos lo que hagamos, llega a nosotros su palabra que nos cambia, desvelando nuestra verdad más profunda.

Y ellos, dejando inmediatamente sus redes, lo siguieron.

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