miércoles, 27 de enero de 2021

La parábola del sembrador (Mc 4, 1-20)

 P. Carlos Cardó SJ

El sembrador, ilustración de Catharine Shaw para “Long ago in Bible lands” publicada por John F. Shaw and Co., 1911

Otra vez Jesús se puso a enseñar a orillas del lago. Se reunió tanta gente junto a él, que tuvo que subir a una barca y sentarse en ella a alguna distancia, mientras toda la gente estaba en la orilla. Jesús les enseñó muchas cosas por medio de ejemplos o parábolas.

Les enseñaba en esta forma: "Escuchen esto: El sembrador salió a sembrar. Al ir sembrando, una parte de la semilla cayó a lo largo del camino, vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó entre piedras, donde había poca tierra, y las semillas brotaron en seguida por no estar muy honda la tierra. Pero cuando salió el sol, las quemó y, como no tenían raíces, se secaron. Otras semillas cayeron entre espinos: los espinos crecieron y las sofocaron, de manera que no dieron fruto. Otras semillas cayeron en tierra buena: brotaron, crecieron y produjeron unas treinta por uno, otras el sesenta y otras el ciento por uno."

Y Jesús agregó: "El que tenga oídos para oír, que escuche".

Cuando toda la gente se retiró, los que lo seguían se acercaron con los Doce y le preguntaron qué significaban aquellas parábolas.

El les contestó: "A ustedes se les ha dado el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera no les llegan más que parábolas. Y se verifican estas palabras: Por mucho que miran, no ven; por más que oyen no entienden; de otro modo se convertirían y recibirían el perdón".

Jesús les dijo: "¿No entienden esta parábola? Entonces, ¿cómo comprenderán las demás? Lo que el sembrador siembra es la Palabra de Dios. Los que están a lo largo del camino cuando se siembra, son aquellos que escuchan la Palabra, pero en cuanto la reciben, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Otros reciben la palabra como un terreno lleno de piedras. Apenas reciben la palabra, la aceptan con alegría; pero no se arraiga en ellos y no duran más que una temporada; en cuanto sobrevenga alguna prueba o persecución por causa de la Palabra, al momento caen. Otros la reciben como entre espinos; éstos han escuchado la Palabra, pero luego sobrevienen las preocupaciones de esta vida, las promesas engañosas de la riqueza y las demás pasiones, y juntas ahogan la Palabra, que no da fruto. Para otros se ha sembrado en tierra buena. Estos han escuchado la Palabra, le han dado acogida y dan fruto: unos el treinta por uno, otros el sesenta y otros el ciento".

A pesar de la oposición de sus parientes que se lo han querido llevar por creerlo loco, y de los expertos de la religión que han dicho de Él que está endemoniado, Jesús retoma la actividad a orillas del lago de Galilea. Se junta tanta gente que tiene que subirse a una barca y predicar desde allí. Enseña con parábolas que todos entienden, concretamente de la faena de la siembra, que todos conocen.

Pero la parábola tiene su misterio: subraya la pérdida que sufre el sembrador de tres cuartas partes de su semilla para contrastar con el fruto paradójicamente abundante, de treinta y sesenta por uno, y hasta de ciento por uno al final, lo cual resulta extraordinario.

En Palestina, según los entendidos, lo máximo que se conseguía en una cosecha era el 7,5 por ciento; las tierras no eran buenas y el agua era escasa. Como la parábola tiene que ver con el reino de Dios, quedaba claro que Jesús quería hacer ver que el establecimiento de la justicia, la paz y la fraternidad, propias del plan de Dios, tendría un desarrollo difícil, con  logros débiles y precarios hasta alcanzar el triunfo pleno del amor salvador de Dios al final de la historia.

Este “misterio” del desarrollo lento pero irreversible del reino de Dios será revelado a los discípulos y, por su predicación, será anunciado a todas las naciones para que todos, judíos y cristianos, lleguen a ser buena tierra y formen el único cuerpo de Cristo. Así explicó Jesús su parábolas a los discípulos y Pablo desarrollará la idea del “misterio” del reino refiriéndolo en definitiva a la incalculable riqueza que es conocer a Jesucristo y hacerse merecedor de la salvación que Él trae (Ef 3, 5-8.18).

Jesús explica la parábola a los suyos, es decir, a los que están a su alrededor junto con los doce apóstoles. No son sus parientes sino los que se han  hecho discípulos suyos. Los de fuera son los que no tienen disposición para creer y seguirlo. Estos por más que miren y oigan no verán ni entenderán, a no ser que se conviertan. El mensaje del reino no puede quedarse únicamente como una doctrina que se escucha (y se aprende), debe recibirse con fe y adhesión libre de modo que suscite una actitud de cambio personal progresivo, con la consiguiente superación de dificultades, resistencia e incomprensiones propias o venidas del exterior.

El campo en el que se realiza la labor del anuncio del reino es el mundo, la humanidad, y es también la comunidad cristiana y la disposición de cada persona para acoger la palabra evangélica. La explicación alegórica de la parábola hace referencia a cuatro situaciones que pueden darse en la comunidad. En este sentido, es una exhortación a los cristianos para que se mantengan perseverantes en la escucha y práctica del mensaje a pesar de las dificultades interiores o exteriores que vendrán: superficialidad, inconstancia, preocupaciones mundanas, atracción de la riqueza, engaños…

Pero para que no se lea la parábola en clave moralista o induzca a un voluntarismo egocéntrico, hay que recordar que la auténtica escucha de la palabra y su consecuente fecundidad y fruto dependen siempre de la adhesión vital a la persona de Cristo, portador y realizador del reino. Sólo la relación cordial con el Señor, que permite conocerlo internamente para más amarlo y servirlo, hace posible la fidelidad aun en medio de las adversidades.

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