P.
Carlos Cardó SJ
La
visitación, fresco de Jiacopo Carrucci Pontormo (1514), Claustro de
Votos de la Basílica de la Santísima Anunciación, Florencia, Italia
Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá.Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: «¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!».María dijo entonces: Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador.El Evangelio nos habla de la visita de María a su pariente Isabel. San Lucas, que escribe a cristianos no judíos, provenientes del paganismo, quiere con este pasaje darles a conocer el significado que tiene Israel en la historia de la salvación. Para ello, hace que los personajes del relato tengan un carácter de símbolo de la relación que tiene el Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento.
Por medio de María, la mujer obediente a la
Palabra, Dios visita a su pueblo y hace que su pueblo, simbolizado en Isabel y
en el hijo que lleva en su seno, lo reconozca. Llega así a su fin la larga
espera de dos mil años: Israel ve cumplidos sus anhelos, Dios se demuestra fiel
a su promesa.
María viene a Isabel llevando en su seno al Eterno,
al esperado de las naciones. Isabel y María se saludan, promesa y cumplimiento
se besan. Con la venida de Cristo, Salvador definitivo de la humanidad, Dios y
la humanidad se unen. Israel (Isabel) y María (la Iglesia) se encuentran, Dios
en María viene a visitar a su pueblo y en él a toda la humanidad.
Desde otra perspectiva, se ven en el pasaje de la
visitación las dos actitudes más características de María, que la hacen ser
figura y madre de la Iglesia: su actitud de servicio y su actitud de fe. Dice
el texto de Lucas que María “va de prisa”, movida
por la caridad, para ofrecer a Isabel la ayuda que en esos casos necesita una
mujer en avanzado estado de gravidez, y para compartir con ella la alegría que
cada una, a su modo, ha tenido de la grandeza de Dios.
María
se pone en camino con prontitud; no va a comprobar las palabras del ángel, ella
cree en lo que se le ha dicho sobre Isabel. Va a ayudar. Y el servicio que
María aporta a Isabel integra el anuncio de Jesús, comporta la salvación
prometida. María lleva a casa de Isabel la presencia salvífica de Jesús: “Isabel quedó llena del Espíritu Santo” y
“el niño que llevaba en su seno saltó de
gozo”.
“Bendita
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”, es el saludo de Isabel a María. “Bendita entre las mujeres” era el
saludo de Israel a las grandes mujeres de su historia, de las que hablan los
libros de Jueces, c. 4, y de Judit, c.13, que jugaron un gran papel en la
victoria de Israel sobre sus enemigos. María, con su obediencia a la Palabra, contribuye
a la victoria sobre el enemigo de la humanidad: lleva en su seno al fruto de la
descendencia de Eva, que pisotea la cabeza de la serpiente, como estaba
predicho en el relato del Génesis (cap. 3).
En su respuesta, Isabel proclama a María: ¡Bienaventurada tú, que has creído!”. Es
la primera bienaventuranza del Evangelio, que Jesús confirmará después, cuando
diga: “¡Bienaventurados los que oyen la
palabra de Dios y la llevan a cumplimiento¡”. “Éstos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la palabra de Dios
y la cumplen”.
Pocos
títulos atribuidos a María expresan mejor que éste la función tan excepcional
que le tocó desempeñar dentro del plan de salvación realizado en su Hijo
Jesucristo. “Porque, si la maternidad de
María es causa de su felicidad, la fe es causa de su maternidad divina”
(Teilhard de Chardin). Lucas recalca aquí que María es dichosa
por fiarse plenamente de Dios, actitud básica de la fe verdadera. Se valora el
testimonio de una mujer creyente, “modelo”, “referente” para hombres y mujeres.
María es la creyente, la que escucha la palabra de Dios y la lleva
a cumplimiento. Por eso, la llena de gracia, Madre del Salvador, es también
Madre y figura de la Iglesia, comunidad de los creyentes.
Desde
la anunciación, María vive inmersa en el misterio de Dios. En la Encarnación
María inicia un camino de fe y, a partir de ahí, toda su vida será un caminar
en la “obediencia de la fe”. Abrahán, nuestro padre en la fe, creyó y esperó
contra toda esperanza. María, nuestra madre, creyó y esperó contra toda
apariencia.
Creyó
a la palabra que el ángel le había revelado: “concebirás y darás a luz…, será grande, será Hijo del Altísimo...
heredará el trono de David su Padre”. Esperó contra la apariencia: incluso
al ver que el Hijo del Altísimo habría de nacer en un establo “porque no hubo para ellos lugar en la posada”.
Cuando llegue la hora del parto, cuando tenga en sus brazos al fruto bendito de
su vientre, todavía María continuará en el camino de fe, inmersa en el misterio
de la voluntad del Padre.
La
vida de María será siempre un Adviento
de esperanza en el silencio de la oración, en la oscuridad de la fe, en la
sorpresa del misterio de Dios. “Conservaba todas estas cosas en su corazón”. María vive su adviento,
llevando la esperanza a casa de Isabel. Nos enseña a ser “esperanza para el
mundo”, a llevar la esperanza de Jesús allí donde se ha perdido incluso la
capacidad de esperar.
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